Por José Di Mauro
No pocas críticas generó en diversos ámbitos que el PRO
confirmara de manera tan anticipada que los dirigentes que gobiernan los
principales distritos del país irían por la reelección. Sobre todo porque el
timbreo realizado al día siguiente del congreso partidario en el que se
proclamó tal decisión dio la sensación de constituir el inicio de la campaña
electoral. Algo que desde el propio oficialismo se sugería que recién sucedería
después del Mundial, y hasta lo consideraban un adelantamiento “extremo” que
les complicaba la gestión.
Que al final fuera el propio gobierno el que decidiera
adelantar tanto los tiempos sonó entonces a contrasentido. Sobre todo porque
justamente Cambiemos no es el que debe salir a instalar candidatos. Muy por el
contrario, ese es precisamente el problema que tiene la oposición en su
conjunto.
¿Por qué la prisa entonces? Porque la historia cambió en
diciembre pasado, cuando una oposición extremadamente dura le demostró al
gobierno -como ya hemos dicho hace algunas semanas- que la victoria de las
últimas elecciones no era suficiente para el “reformismo permanente” proclamado
con bombos y platillos. Que el número de diputados y senadores todavía es
insuficiente para asegurar la aprobación de las leyes y que, por el contrario,
debe seguir negociando punto por punto cada medida que necesite, y eso le sale
cada vez más caro.
Así las cosas, en principio la administración macrista
decidió aceptar el consejo de Miguel Angel Pichetto de “gobernar con las leyes
que ya tiene”, y paralelamente trató de establecer una agenda que le permitiese
mantener activo al Congreso, pero sin riesgos de ser desairado.
Y por otra parte se resolvió cortar por lo sano con un rumor
que comenzaba a extenderse y amenazaba convertirse en algo serio. Llegaron a la
conclusión de que no debían perder tiempo: en el gobierno suele quedarse
dormidos muchas veces, pero se vanaglorian de que en materia electoral las
alertas les siguen funcionando eficazmente.
La versión que comenzó a instalarse conforme descendía la
imagen presidencial fue aquella que hablaba de un “plan B” que maduraba en algunas
mentes oficialistas respecto de la posibilidad de que en lugar de presentar en
2019 la candidatura de Mauricio Macri a la reelección, María Eugenia Vidal
fuera la elegida. Siendo la gobernadora la política de más imagen del país, el
recambio sería la manera de asegurar la continuidad del proyecto.
Fuentes oficiales confiaron a este medio que no podían
descartar que detrás de esa hipótesis estuviera la intención de contribuir
precisamente a acrecentar el deterioro de la figura presidencial, en pos de generar
el “pato rengo” que las elecciones intermedias no crearon. En rigor, por lo
menos dos figuras consultadas dieron por segura esa intención, con el argumento
de que desde las usinas del poder en ningún momento les pasó por la mente tal
posibilidad.
Paralelamente a esas hipótesis, comenzó a circular otra
versión: la de que en efecto Vidal integrara la fórmula presidencial el año que
viene, pero secundando al propio Macri, de modo tal de “asegurar el triunfo”.
En ese mismo marco se sugirió un enroque: Vidal a la fórmula presidencial y
Marcos Peña candidato a gobernador. No sonaba inviable, habida cuenta de la
predilección con la que cuenta el jefe de Gabinete de parte del Presidente, que
muy probablemente piense en él como eventual sucesor. Pero la especie choca con
un problema difícil de salvar: Peña no nació en la provincia, sino en Capital
Federal, donde tiene residencia. Si tuviera que pensar en una escala previa a
pensar en la Casa Rosada, resultaría más viable imaginarlo sucediendo a Horacio
Rodríguez Larreta.
Pero amén de ese “run run”, lo cierto es que ni bien se
verificó una estabilización de la imagen presidencial -que sigue teniendo un
porcentaje negativo superior al positivo-, se decidió cortar por lo sano y
adelantar que todos irán por la reelección en sus distritos. Que siempre fue la
decisión original. Los estrategas de la maquinaria electoral de Cambiemos
sostienen que la próxima será la mejor elección que pueda llegar a tener esta
alianza, cuando el desgaste de gobernar no sea tan grande y puedan ofrecer la
reelección de sus principales figuras.
Dicho esto sin considerar los imponderables que puede
imponer la realidad -léase la economía-. Pero de no mediar una crisis o, si se
quiere, una profundización de la misma, se supone que el peso propio que suelen
tener los oficialismos tallará en gran forma en las próximas elecciones.
Prueba de ello es que más allá de la frase, o hashtag,
#Hay2019, que el peronismo quiere repetir hasta convencer a propios y extraños,
la única verdad es la realidad... Y en este caso es la que muestra a buena
parte de los gobernadores decididos a desdoblar los comicios próximos. ¿Qué
otra razón podría llevar a los mandatarios provinciales a competir por sus
respectivas reelecciones en otra fecha que no sea el tercer domingo de octubre,
si no el temor a una “ola amarilla” que los desaloje del poder? Esta película
ya se dio en 1999, cuando al pobre Eduardo Duhalde sus pares provinciales lo
dejaron solo: al ver que la Alianza se los podía llevar puestos, decidieron
llamar a las urnas en otras fechas. Catorce provincias se cortaron solas:
Catamarca, Chaco, Formosa, La Rioja, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, San
Juan, Santa Cruz, Santa Fe, Santiago del Estero, Tierra del Fuego y Tucumán.
Para las próximas elecciones ya hay trece distritos que
tienen decidido votar de manera diferenciada de la Nación, lo que conspira con
la posibilidad de que la eventual ola amarilla beneficie a candidatos
provinciales propios, pero afianza las posibilidades de Cambiemos de ganar en
primera vuelta, que es el objetivo que desvela al oficialismo, teniendo en
cuenta que si los gobernadores ya no corren riesgos, suelen despreocuparse de
la suerte del candidato nacional propio.
Según establece la Constitución de la Ciudad de Buenos
Aires, allí las elecciones deben hacerse en fecha distinta de la nacional, pero
esa disposición puede ser modificada circunstancialmente por la Legislatura,
donde el oficialismo hoy tiene una mayoría que le permitirá unificar los
comicios con la Nación.
Y en la provincia de Buenos Aires, la gran apuesta de
Cambiemos es la sábana bonaerense que llevará a Mauricio Macri y María Eugenia
Vidal en una misma boleta. Si la ola amarilla existe el año que viene, le
aseguraría a Cambiemos ganar muchos municipios. Es la alternativa que desvela a
numerosos intendentes peronistas, habida cuenta de que ellos sí no pueden
desdoblar. La autonomía no llega tan lejos.
Es la gran apuesta del oficialismo para los próximos
comicios: arrebatarle al peronismo municipios bonaerenses, sobre todo aquellos
donde ya se impuso en las legislativas. Por eso mandó a las principales figuras
que tiene en cada distrito donde no gobiernan a ser concejales para instalar
sus figuras a nivel local.
Aunque más allá del nivel de conocimiento que puedan lograr,
la gran candidata será, como en 2017, Mariú Vidal. Para los intendentes y,
sobre todo, el propio Macri.
© Parlamentario.com
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