Un texto de
Felisberto Hernández
Felisberto Hernández: "He decidido leer un cuento mío...para saber si he acertado en la materia que elegí para hacerlos". |
He decidido leer un cuento mío, no sólo para saber si soy un
buen intérprete de mis propios cuentos, sino para saber también otra cosa: si
he acertado en la materia que elegí para hacerlos: yo los he sentido siempre
como cuentos para ser dichos por mí, ésa era su condición de materia, la
condición que creí haber asimilado naturalmente, casi sin querer; por eso
quiero saber si eso es una parte íntima o necesaria de ellos mismos, o por lo
menos si es la manera preferible de su existencia.
No sé por qué no hacen recitales de cuentos; pero he estado
arriesgando suposiciones: debe haber pocos cuentos escritos para ser contados
en voz alta, escritos expresamente con esa condición, o cuya materia de
expresión sea la palabra viva; cuentos en los que el artista haya asimilado esa
materia, haya soñado con ella muchos años, con la afectividad misteriosa en que
se encuentran y se funden un espíritu y la materia que lo expresa; cuando eso
se ha logrado nos encontramos con que si esa obra artística se transporta a
otra materia, generalmente pierde mucho y parece falsificada. Aun sabiendo que
tenemos tendencia a ser fieles a la primera manera con que nos encantó una cosa
por primera vez y la queremos seguir sintiendo sin la menor modificación (como
nos decía Goethe en el instante que Werther no decía a los niños un cuento
exactamente como lo había hecho la primera vez); aun sabiendo que se puede
producir una rara excepción en que un cambio de materia haga una obra más
extraordinaria (como muchos opinan con respecto a la Chacona de Bach transcrita
por Busoni); aun en el caso de haber visto una obra en el cine que a pesar de
aparecer diferente al original literario también es interesante; aun sabiendo
muchas cosas más, nos encontramos con que la mayor parte de las veces hay que
respetar o preferir una obra en su materia original.
Y antes que la obra sea conocida, no me parece excesivo
pedir que se conozca una obra en la materia en que fue sentida por el autor, en
la materia en que nació. Eso es lo que yo quisiera pedir con respecto a mis
cuentos. Ellos, sin yo saberlo al principio, ya fueron imaginados para ser
leídos por mí. Y no sólo yo soy el que ha encontrado que cuando un cuento mío
ha sido transportado a un español literario y castizo por los correctores, haya
perdido mucho. Hasta puede haber ocurrido que en mi mal castellano del
principio (tal vez menos ahora) yo haya profundizado mis sentimientos en esa
mala materia, y al transportarla a la buena pierdan esa profundidad. Lo mismo
ocurre cuando los lee otra persona. Y lo diré de una vez: mis cuentos fueron
hechos para ser leídos por mí, como quien le cuenta a alguien algo raro que
recién le descubre, con lenguaje sencillo de improvisación y hasta con mi
natural lenguaje lleno de repeticiones e imperfecciones que me son propias. Y
mi problema ha sido: tratar de quitarle lo más urgentemente feo,sin quitarle lo
que le es más natural; y temo continuamente que mis fealdades sean siempre mi
manera más rica de expresión. Digo temo porque le temo a un prejuicio cuando
viene solo. Me encanta invitar a mi cabeza -o recibirlo cuando viene a la
fuerza- a cuanto prejuicio anda por la calle, y después hacerlos pelear hasta
que se deshagan.
Ahora parece que están entrando los prejuicios de lo
natural: empecemos por el más popular: Hay obras que pretendiendo ser naturales
son completamente horribles. Hay obras en parte naturales y en parte
artificiales que son en parte buenas y en parte malas, que no coinciden,
constantemente, en que lo bueno sea natural y viceversa.
Yo soy un crítico natural, sé poco, pero no importa; tengo
intuición (él cree que es bergsoniana o que la intuición bergsoniana es
adivinación).
Hay obras naturales o artificiales completamente buenas del
principio hasta el final.
Hay obras que salieron a pura inspiración y enteritas:
completamente buenas o completamente malas.
Tomado del tercer volumen de las obras completas del escritor uruguayo
Felisberto Hernández, publicadas por Siglo XXI Editores (2011).
© Eterna Cadencia
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