La disputa verbal
con industriales no es la única y apuntan
a Quintana como blanco de otras
asperezas.
Por Roberto García |
Cuarenta y ocho horas le duró al Gobierno la
“bravuconada” del ministro Francisco Cabrera –según el vocero
de la UIA, José Urtubey– al descalificar como “llorones” a los industriales,
entre otras lindezas. Parecía una guerra en marcha, ya que Macri refrendó a
Cabrera – “te felicito, Pancho, por lo que dijiste”–, munido de
cierta tradición cristinista, la necesidad política de mostrarse duro con los
patrones y, quizás, harto de los lamentos borincanos de esa entidad por el tipo
de cambio, la falta de subsidios o la apertura económica. Un clásico,
cualquiera sea el gobierno.
Dos días después del ataque, la Casa Rosada desertó del clima bélico, retrocedió posiciones y con un cordial almuerzo organizado por Marcos Peña, el jefe de Gabinete, se amigó con la cúpula industrial. Como si nada hubiera pasado e ignorase lo que había dicho su subalterno y la escritura posterior del jefe. Fue asombrosa esa veloz retirada. Por un lado, sorprende por la escasa meditación oficial antes de arrojar una bomba como la de Cabrera y, luego, cuesta entender un repliegue tan sonoro ante la influencia raquítica de la UIA, que viene jibarizada desde los tiempos de Cristina. Sin duda, deben haber pesado otros criterios, como el de un ex patrón de Cabrera en el extinto sistema privado de jubilaciones, quien lo llamó para advertirle: se equivocan si piensan que van a venir capitales amenazando a los empresarios.
Oportunismo. Justo aterrizó la advertencia cuando el Gobierno clama al cielo por la
llegada de inversiones y, en simultáneo, vive aterrorizado por inestabilidades
externas (caídas bursátiles, suba de tasas, cambios crediticios, informaciones
económicas poco gratas o declinación de países emergentes) que comprometan el
titilante proceso económico argentino. Un psicólogo para la inmadurez.
Colgarle el mote plañidero a la UIA, se explicó como justificativo,
obedecía a una frase que en cierto momento –ante los reclamos históricos de la
entidad– le deslizó el radical Ernesto Sanz a Macri ante una suba de precios: “Hay
empresarios que demandan un Guillermo Moreno”. Debe haber habido un insulto
adicional en esa conversación. Curiosamente, otro argumento de origen
cristinista: “Se quejan luego de llevársela con la pala”, decía la viuda. Le
faltaría que los invite a traer la plata del exterior, aunque ese desafío
también los complica a él y a muchos de sus colaboradores.
Para evitar sinonimias obvias y no incrementar peleas con grupos como
Arcor o Techint, los referentes de la UIA, Peña convocó a los industriales
lastimados y desmontó acciones punitivas. Para él, ningún costo: aparece
como componedor y, de paso, emprolija herencias e influencias de Sanz, ese
ministro sin cartera al que cela y quien desde hace unos meses Macri decidió
enfriar por atribuirle gestiones especiales en un controversial fallo de la
Corte Suprema: fueron más de 100 millones de dólares contra una empresa de
comunicaciones mexicana a la que el Presidente le había rogado que enterrara
plata en el país.
Igual, las desavenencias con los empresarios arrastran penurias, se
multiplican. Primero, desde que lo trataron de convencer de que eran
injustas las restricciones de Trump a las exportaciones
de biodiésel argentinas, ya que éstas no ocultaban ningún
subsidio, como alegaban los norteamericanos. Intervino Gustavo Lopetegui, uno
de sus vicejefes de Gabinete, investigó ese tráfico comercial y reconoció que
esos privilegios existían a favor de un grupo familiar aceitero que
preside la UIA. Como se sabe, Trump será loco, pero no tonto.
Se repitieron episodios semejantes, y ahora se desata un nuevo
conflicto: el otro vicejefe, Mario Quintana, emprendió
cuestionamientos a los laboratorios, a su política de precios, tal vez los más
exorbitantes de la región. Se diría que objeta también, al mejor estilo
revolucionario del siglo pasado, que “diez familias facturan y embolsan miles
de millones de palos por año”. La batalla recuerda a la que emprendió durante
su mandato Arturo Illia, finalmente depuesto por los intereses del
sector, según la historia de los propios radicales.
Quintana no está solo en su epopeya: Macri ha revelado
particular inquina con alguno de esos próceres de la venta de drogas, inclusive
hasta por diferencias políticas. Hoy el conflicto despunta como un iceberg
en la provincia de Buenos Aires, se esconde en la protesta de los farmacéuticos
que le imputan a Farmacity –empresa que perteneció a Quintana– el propósito de
dominar el mercado bajo la excusa de bajar los precios. Si alguien ignora los
entresijos de esta situación, bien puede imaginar la operación crematística que
la rodea: nunca alguna parte del periodismo y de dirigentes políticos se ha
interesado tanto por la suerte de los farmacéuticos bonaerenses.
Cercanía peligrosa. Quintana se ha vuelto el monje gris de la
Administración, al menos para sus críticos, el personaje a desmoronar por
opositores y hombres de negocios con negocios encontrados con el vicejefe.
Hasta lo reemplazó a Peña como blanco de las críticas. Es que, estar tan cerca
de Macri implica ciertos costos. Hasta ahora venía en ascenso, a pesar de que
poco éxito tuvo en la afeitada a Sturzenegger del último Día de los Inocentes:
no pudieron desplazarlo (el titular del BCRA estima que después de haber
invertido 15 o 20 años en el PRO, no se va a retirar por un cascotazo).
Se ha ganado Quintana el odio de los economistas profesionales y de un
sector financiero que le desconfía. Como se sabe, también participó en la
eyección de Abad de la AFIP, pero no pudo colocar en su reemplazo a quien
deseaba: el elegido se negó.
En su lugar, ubicó a un colaborador diligente, bien formado, Leandro
Cuccioli, pero sin experiencia en administración pública y
con menos conocimiento tributario que Maradona de ballet. Y con algunas
audacias incontrolables del pasado: para racionalizar el área de Defensa
imaginó, por ejemplo, la supresión de la Fuerza Aérea (en rigor, adosarla al
Ejército). Eso sí: Cuccioli promete no firmar temas que generen
suspicacias con su anterior actividad, un cuento chino ya que su
responsabilidad en la AFIP lo obliga a suscribir documentos para lo cual solo
él está autorizado.
Por si no alcanzara, Quintana también participa o audita en la
política sindical del Gobierno y en más de una ocasión intentó
simpatizar con los dirigentes a partir de su procedencia barrial, cierta
vinculación juvenil con el peronismo cristiano y una pasada militancia social.
Datos que a los gremialistas poco les importan, ya que “negros, pobres y
petisos –dicen– siempre ha sido lo que más hemos visto en nuestra vida”. Es que
cierta reserva los inquieta, no vaya a ser que se abalance sobre las obras
sociales.
Mientras, lo retratan aviesamente como si fuera un delegado del aterrizaje de Amazon.
© Perfil
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