Duhalde es
uno de los peronistas que tantearon a Tinelli
como candidato. El conductor
analiza varias propuestas.
Por Roberto García |
Justo cuando lo salpica el ventarrón escandaloso de Cristóbal López,
le abren las puertas para un cambio de actividad: de la animación a la
política, de un destino azaroso en el espectáculo al circo superior del poder.
No es su mejor momento, pero la tentación nubla al personaje. Por curiosidad,
aburrimiento o repentina inflamación ciudadana ha decidido analizar la
propuesta.
Ya tuvo conversaciones con varios dirigentes peronistas que le
ofrecen un estrellato diferente al que posee en televisión, brindar un
servicio semental a otros y a ellos mismos, a través de candidaturas
imprecisas. Lo que desee: gobernador o presidente. Una oferta seductora que
voltea sus módicas aspiraciones iniciales, cuando entendía que debía prepararse
para ciertos emprendimientos, realizar una suerte de curso abreviado para la
carrera, empezando con la letra A del abecedario, apenas un cargo electivo, una
diputación, por ejemplo. Poco atrevido Marcelo Tinelli, a quien
debieron explicarle que la oportunidad es ahora, como dice el refrán chino: en
la crisis, en el medio de un movimiento desflecado, vacío, con liderazgos
desérticos y contingentes sin rumbo. Hay que aprovechar, entonces, la
enseñanza oriental, o si se quiere abrevar en la propia historia del
justicialismo, citar al compañero Leopoldo Marechal en uno de sus interminables
libros: del laberinto, solo se sale por arriba. O con la ayuda de alguien de
afuera, añaden sus correctores.
A la cabeza. Resulta singular que Eduardo Duhalde sea uno de los que
han conversado con Tinelli sobre estas fantasías. La llamada al más conocido y
popular en las encuestas (ahora investigan la proporción de cariño o cantidad
de amor que posee). Cuando era caudillo, el bonaerense se indigestaba con el surubí
que su odiado Menem introdujo en el menú: figuras ajenas a la política para
ganar elecciones, famosos de la farándula o del deporte, como Ramón
“Palito” Ortega o Carlos Reutemann. Pero, ante las
evidencias triunfalistas, luego hasta él mismo cayó en la atracción de
convertir amateurs en profesionales del negocio. Aunque le fue mal en la
experiencia cuando albergó en su fórmula al popular cantante tucumano. Ni La
felicidad pudo alcanzarle para ser votado. Hoy reincide. Junto a otros
dirigentes, cree que se registra más apertura y fertilidad en la
población para estas ofertas laterales. Sabe también que su ocupación genera
cierto desprecio en los votantes y que buena parte del éxito macrista obedece a
la venta de un eslogan: no pertenecer al sistema político.
Cubre Tinelli esas condiciones comunes a otros países; de arranque se
supone que dispone de un piso que no exhibe otro aspirante peronista (salvo la
viuda de Kirchner), pero tropieza con el avatar de su empresa: el entuerto
López, la inundación de abogados, cuentas pendientes a cobrar y pagar, la
puesta en el aire de su exitoso “Bailando”, la relación con Clarín y
un vínculo razonable con el Presidente por conveniencia de ambos. Sonrieron y
hablaron (de López, claro) cuando Mirtha Legrand los sentó a su misma mesa de cumpleaños y,
hace horas, ambos departieron en Olivos, cuando Macri lo invitó a su
restringida mesa de famosos de la tele. Más armonía, en apariencia, imposible.
Son acontecimientos más importantes que el G20 o todo lo que pueda hacer el
peronismo del color que sea. De ahí que lo convoquen, aparte de que nadie
ignora otros detalles: un Tinelli, en Brasil, haría estragos por ejemplo ante
la orfandad de un voluminoso electorado sin candidato, asustado con la
discutible vuelta de Lula, la imprevisión del imprevisible Bolzonero y la nula
influencia personal de algún dirigente partidario (si hasta imaginan postular a
Meirelles, ex ministro de Economía, que vendría a ser como candidatear a
Dujovne). En esa tierra, si Ronaldinho hablara de corrido, también
podría ser un presidencial referente.
Diálogos y dudas. Al margen de los problemas personales del día, y de
la incertidumbre sobre la guapeza a tener a los 50 años frente al veinteañero
que alcanzó el vértigo desde una trasnoche, Tinelli dialoga. Y, seguramente,
evalúa. Del universo feliz que le sugiere un peronismo no kirchnerista al
recuerdo de los rotundos fracasos de Massaccesi y Moreau cuando pretendieron
alterar el conteo de un segundo mandato. Tal vez, claro, como le sugieren
algunos, en lugar de oponerse a Macri le convendría competir contra Vidal en la
provincia de donde es oriundo. Aunque esa batalla en los números hoy parece imposible.
También era imposible para De Narváez y, sin embargo, dinamitó al oficialismo.
Una lucha para el hombre entre la complejidad del sueño y la realidad, más el
convencimiento futbolero de que Macri no perdona rivales (Maradona, Bianchi,
Riquelme, Massa).
Pero como Duhalde está jubilado, se
entretiene con la política y sus derivados. En lugar de jugar a las bochas se
entusiasma con Tinelli, aunque falta el guiño del protagonista. No es el único;
los desocupados en el peronismo abundan y la lista se extiende: están
desesperados por la falta de aspirante notable en la Nación y en la Provincia.
De ahí que algún boceto de esta idea del espectáculo empiece a circular en las
múltiples y apretadas reuniones que Miguel Pichetto piensa
realizar en las provincias, comenzando el próximo 6 en Paraná.
Aunque en mundos distintos, ambos –junto a la mayoría de los
gobernadores– exhiben enojo con el Gobierno, coinciden en que la administración
macrista no cumple los compromisos, dilata, engaña. Y, si es necesario,
castiga. Una prueba: el retraso –dicen– en el pago de las partidas. Duhalde
puede quejarse con nombre y apellido, reprocha que José Torello (de la
mesa chica del Presidente) lo demoró en sus charlas con la
garantía de la intervención del partido en la Provincia, acción judicial que no
convalidó la jueza María Servini de Cubría. A su vez Pichetto ya no oculta su
desconfianza, enuncia traiciones mínimas y tampoco esconde su propio interés en
incrementar un poder personal que lo catapulte como big five de la selva
peronista. Como a De la Sota o a Urtubey, dos de los rankeados para el podio
(el sanjuanino Uñac ya confesó que, por falta de experiencia, él
contribuye a la cena, pero no se incluye en el sorteo). Pide no dejar a
nadie afuera y jura recorrer cada rincón de Buenos Aires con un ploteado furgón
ad hoc, estilo Menem o Papamóvil, con una nueva agrupación para lidiar en la
interna y vacunar intendentes para que no olviden su origen, unos peleados con
frentes propios en la misma jurisdicción (como Magario y Espinosa), otros
seducidos por la divorciada millonaria del Fondo del Conurbano (María Eugenia
Vidal), casi todos inquietos por no perder el distrito.
Comprensible revulsión bonaerense: nadie ignora que, por encima de la
inflación o el crecimiento, el aborto, la deuda, paritarias, faltas de
ortografía o la campaña de Boca, a Macri solo le falta vencer en La
Matanza, esa alcazaba peronista a derrumbar con Metrobus o billetazos.
Sería la confirmación soñada de los 16 años de Macri, ocho propios y, luego,
ocho de la Vidal.
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