"Macri no es neoliberal ni
desarrollista,
es lo que puede"
es lo que puede"
Tomás Abraham: "El Gobierno está asumiendo riesgos complicados que se vinculan con un doble déficit fiscal y comercial". (Foto/Ricardo Pritupluk-La Nación) |
Por Jorge Fernández Díaz
Es inclasificable y saludablemente imprevisible, un
provocador nato, capaz del ensayo largo y del artículo corto, y en cada uno de
esos formatos, un pensador original y profundo. Siempre tratando de ver más
allá del presente periodístico, el filósofo Tomás Abraham se mete aquí en los meandros de la
política nacional y en los cambios y desafíos de un mundo impactado por la
revolución tecnológica.
-Empiezo
por la "pelea del verano": Macri y Moyano.
-La coyuntura argentina a mí no me interesa mucho.
Lo que sí cada vez me despierta más interés son los temas de mediano o largo
plazo que tienen que ver con nuestro país. Otra vez una pelea con Moyano como
aquella que libró Kirchner. Pero ahora con Macri... Después negocian, van y
vuelven. Y todo eso se desvanece en el aire. Lo que no se desvanece es la puja
de sectores de poder en la Argentina. El poder gremial es muy importante y
vertebral desde hace décadas. También hay otros sectores de poder, y hay un
gobierno débil frente a ellos. Es decir, no se pueden cambiar las piezas de un
tablero. A veces [un gobierno] tiene más fuerza en la medida en que se asocia
con algún sector poderoso, como el gremialismo. El Gobierno siempre busca algún
socio para poder tener una voz en la sociedad argentina. No es que sea
ingobernable, pero es un país que tiene sus poderes muy fuertes, y a la vez
cuenta con gobiernos y estados débiles. Lo que pasa hoy es una puja de un
gobierno que quiere ordenar cuentas, y eso provoca un costo social. En esa puja
intervendrán los gremios; también habrá "extorsiones", relacionadas
con la Justicia. Se presiona un poco, se larga otro poco. Moyano es una persona
peligrosa porque no tiene límites: le podés dar la AFA, Independiente, Belgrano
Cargas, y él quiere más, y su familia también. Sin embargo, es importante que
sea fuerte el poder gremial en la Argentina, aun con todas las falencias que
demuestra. Se necesita una CGT fuerte porque el capitalismo argentino es
salvaje. La masa de la gente que trabaja necesita una representación sindical
unificada. En el capitalismo argentino -a lo mejor también el global- en la
medida en que se debilita un poder gremial, se precariza todo. En esta puja no
voy a tomar partido por la honestidad de nadie, es decir: no creo en
flexibilizaciones que ayuden a invertir. Creo que las famosas inversiones en la
Argentina dependen de tantos factores que nadie sabe cuáles son. No es una
cuestión de malos y buenos.
-¿Vos
pensás que está siempre en peligro un gobierno no peronista? ¿O te parece que
este ya está a salvo de la maldición de no poder terminar su mandato?
-Creo que esa fue una barrera del primer año. Y que
ya pasó, porque tuvo unas elecciones exitosas. Y, a la vez, eso molesta a
muchos. Creo que nosotros vamos a tener un gobierno no peronista de cuatro años
con una solidez que no tiene antecedentes, y con una perspectiva de reelección.
Lo que significaría, por primera vez, ocho años de gobierno no peronista desde
el retorno de la democracia. Eso, más allá de lo bueno y lo malo, de alguna
manera cambia el paisaje. Es algo nuevo.
-Vos
estudiaste el desarrollismo. Y siempre hay discusiones respecto de si Macri es
neoliberal o desarrollista. ¿Qué pensás?
-Macri es lo que puede. Esa es una dicotomía falsa.
Hay un aspecto monetarista en el macrismo que es fuerte y que representa
Sturzenegger. Hacen de la lucha contra la inflación algo muy importante, y eso
es propio del monetarismo. La apertura indiscriminada del mercado no puede ser
parte de ningún gobierno en la Argentina porque sería un desastre. Sigue siendo
una economía defensiva y todo el mundo quiere el desarrollo, no hay otra
opción. Al desarrollismo se le agregó el "ismo" en la época
pos-Frondizi porque él tenía una voluntad industrialista muy acentuada, asumía
riesgos monetarios por eso, y hacía una fuerte apuesta por la inversión
extranjera sin considerar que era cipayismo, especialmente en infraestructura.
Eso fue la revolución frondizista, que además impulsó al país hasta 1972.
¿Quién no quiere el desarrollo? Es muy fácil criticar al Gobierno; yo escucho a
veces a la oposición diciendo: no hay un programa económico de crecimiento y
desarrollo. Como si eso estuviera en algún cajón y como si el mismo que critica
pudiera sacarlo y proponerlo. Pero a veces sí me parece que no hay una
acentuación en planes prioritarios; qué cosa hay que favorecer para que haya
inversión. Es decir, una idea de dónde tenemos que apostar. Siempre, de alguna
manera, salen el poder financiero y la soja, y después el tema de la inflación,
del Banco Central, de las Lebac, etcétera. Pero no hay una idea de adónde hay
que apuntar, salvo Vaca Muerta y alguna otra cosita, como si estuviéramos
huérfanos y perdidos en cuanto a una idea de en qué sectores hay que poner los
huevos en la canasta. Cosa que también es difícil de hacer porque si el Estado
quiere apoyar estrategias de desarrollo... Mirá, es un Estado que está
endeudado y que pierde plata, que anda con déficit, que pide prestado: no tiene
un resto para decir "voy a poner en ese sector". La situación, en ese
sentido, es complicada.
-De alguna
manera estás describiendo a un gobierno que es un mero arreglador de cuentas y
que va huyendo hacia adelante.
-Bueno, no sé si es en una especie de fuga, pero
está en un problema que lo hubiera tenido quizás cualquier gobierno. La
Argentina tiene un gran problema financiero, entre otras cosas, y carece de
moneda. Cuando no tiene moneda es un Estado muy difícil de administrar. La
moneda es el dólar en la Argentina. Ese problema no lo tienen Uruguay ni Chile,
y hasta cierto punto tampoco Brasil: existen allí el real, el peso uruguayo y
la moneda chilena. En la Argentina, no. Eso ya implica ciertas dificultades. El
Gobierno está asumiendo riesgos complicados, sin duda, que se vinculan con un
doble déficit fiscal y comercial. Y es complicado porque la relación de la
deuda no es necesariamente con el producto bruto, sino con cuánto obtenemos con
el comercio exterior, por nuestra venta de exportaciones. Y eso está en déficit
y en una economía cerrada, con un crecimiento del producto bruto pequeñísimo.
El déficit es un grave problema para los argentinos, no solamente para el
Gobierno, y no sé si eso tiene un remedio fácil.
-Después de
todos los procesos electorales no se sabe muy bien dónde está el peronismo.
-Me preguntaba por qué el peronismo permanece tanto
tiempo, y yo creo que es un asunto para elaborar. No es solamente un movimiento
político; no es un tema de memoria de un avance social. La Argentina se
constituyó como nación con mucha dificultad. Somos el único país del mundo que
tuvo una avalancha inmigratoria en los niveles que registró la Argentina y eso
provocó un caos identitario. Creo que el peronismo le dio una cierta identidad
a la Argentina, integró a masas en la argentinidad. Ser peronista era casi como
ser argentino. No hay una memoria nacional que no esté teñida del peronismo.
Ningún otro movimiento político tuvo esta influencia. Porque el yrigoyenismo
quedó un poco en los años 20, aunque tuvo esa misma finalidad. En ese momento,
el yrigoyenismo también dijo: "Tenemos que dar un idioma local a los
compatriotas porque los sindicatos y los movimientos sociales populares son
internacionalistas". Pero creo que el peronismo se confunde con la
argentinidad, y eso no es necesariamente un error. El tema de la identidad
nacional, por otra parte, resulta algo anacrónico. Pero vivimos un poco de ese
anacronismo. El peronismo es muy difícil que se disuelva por una crisis
interna. Pero si hubiera una crisis fuerte de Cambiemos, con una fuga y
corridas, el peronismo puede llegar a entenderse muy rápido. Yo nunca entierro
al peronismo.
-Izquierdas,
derechas. En el mundo estas palabras ya no representan mucho. Lo que sí parece
vigente es abrir o cerrar la economía...
-Durante una buena parte de la historia del siglo
XX en la izquierda estaban las buenas personas y en la derecha estaban las
malas, los reaccionarios, los retrógrados, los egoístas, los codiciosos, el
capitalismo explotador, la plusvalía, la opresión y la desigualdad. En la otra
parte estaban los progresistas, los igualitarios, las democracias radicales. Lo
que pasó en los últimos 40 años es que hay buenos en la derecha y malos en la
izquierda. También hay malos en la derecha y buenos en la izquierda, pero el
eje del bien y del mal se confundió, en buena hora.
-Estados
Unidos practica el nacionalismo y el Partido Comunista Chino lidera la
globalización. Un mundo totalmente nuevo, que nos obliga a aprender a navegar.
-Es un mundo nuevo que no está orientado por
ideologías de emancipación como estábamos acostumbrados desde la modernidad,
sino de pelea, de exigencia, de deterioro de los niveles sociales. El
capitalismo chino es un capitalismo ascético, cruel. Tiene una crueldad que no
es la del protestantismo de Occidente, con el que el capitalismo fue para
adelante desde Lutero, porque ese era un ascetismo individual, era un trabajo
sobre sí mismo. No, en China es el Estado el que dice cuánto van a ganar, dónde
van a trabajar, cuántos hijos van a tener... El capitalismo chino está
liderando la competitividad. Es muy difícil competir contra la competitividad
china. Al mismo tiempo, son los consumidores del mañana.
-Todo lo
que acabás de decir se combina con una revolución tecnológica de consecuencias
políticas y sociales gigantescas...
-Los seres humanos estamos acostumbrados desde hace
muchos siglos, especialmente desde que el capitalismo y la burguesía se
expanden como modelos de vida, a que tenemos que trabajar. Pero no solamente
por el sudor de la frente y por ganarnos el pan, sino porque, si no, somos
inútiles: no nos valoramos a nosotros mismos. La sociedad dice que no servimos para
nada porque no le damos un servicio si no ganamos nuestro dinero. Ahora, con la
revolución tecnológica eso está en tela de juicio, porque sobra gente que no es
inútil, que es inteligente, con diploma. Sobra gente joven, en la tercera edad
pero en la plenitud de sus fuerzas. Sobra gente y el impulso tecnológico, la
competitividad, el avance científico, la curiosidad y el progreso van creando
zonas de población sobrante o cesante en plena capacidad de sus fuerzas
productivas. Eso ya está aconteciendo. Pasa en España, donde los jóvenes no
tienen trabajo a niveles impensables, y donde se salvan porque cuentan con
redes sociales y familiares. El fenómeno pesa también en Francia. Pasa en toda
Europa y en otros muchos lugares. Pasa entre nosotros, cuando en la Argentina
decimos que hay un millón de jóvenes que están sin trabajo y sin estudio. Son
cifras escalofriantes cuyos efectos ni podemos medir. La revolución tecnológica
ofrece estas maravillas del avance científico, el descubrimiento de mundos,
pero además trae un tremendo costo humanitario.
Bio
Nacimiento: 5 de diciembre de 1946
Lugar: Timisoara, Rumania
Es filósofo
y escritor. Fue profesor de Filosofía en la Universidad del Salvador, la
Universidad de Buenos Aires y en L'École des Roches, en Normandía, Francia.
También fue director del Colegio Argentino de Filosofía durante ocho años. Ganó
el Premio Konex al Ensayo Filosófico por su trabajo en el período 1993-2003. Es
autor de más de 20 libros, entre ellos, El último oficio de Nietzsche (1996);
La empresa de vivir (2000); Situaciones postales (2002) -por el cual fue
finalista del XXX Premio Anagrama de Ensayo-; El último Foucault (2003); Platón
en el callejón (2012), y La dificultad (2015). Fue, además, designado profesor
honoris causa de la Universidad de Salta.
© La Nación
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