El clamor por su
asesinato ha convertido a
la activista brasileña en un tótem
Marielle Franco: la lucha contra el genocidio negro en el Brasil. |
Por Eliane Brum
Los tiros que mataron a Marielle Franco el 14 de marzo, en
Río de Janeiro, atravesaron más que su cuerpo. Contra las expectativas de
quienes la ejecutaron, las balas alcanzaron la ley no escrita de que los negros
pueden morir. Siete de cada diez personas asesinadas en Brasil son negras.
Marielle, de 38 años, sería una más en desplomarse sobre el asfalto, sin sonido
ni lamento. Pero no lo fue. Esta vez, el clamor por la muerte de una mujer
negra, lesbiana y feminista ha provocado una ruptura. El cuerpo destrozado de
Marielle Franco se ha convertido en un tótem. Y, como tótem, vive.
Su muerte ha traspasado la barrera de la normalidad de un
asesinato negro, y este traspaso solo ha sido posible por su vida. Por su vida
la mataron. Y por su vida sus asesinos no podrán matarla.
Al hacer de su vida una excepción, Marielle denunció la
deformidad de lo normal. Nació en la favela y consiguió llegar a la
universidad. Fue madre adolescente y crio a su hija sin tener que convertirse
en mujer de traficante. Era lesbiana y luchó contra la homofobia.
E hizo algo todavía más peligroso para quienes quieren
mantener sus privilegios intactos: Marielle reventó el discurso de que el voto
no tiene valor y que la democracia ya no puede responder a los anhelos de la
ciudad. Probó que la política sigue siendo un instrumento poderoso para
rechazar destinos determinados y recuperar la capacidad de imaginar un futuro
donde todos quepan.
Marielle demostró que los cuerpos negros pueden ocupar la
ciudad en otra posición. La quinta concejala más votada en Río por el PSOL, un
partido de izquierdas, luchaba por las mujeres de la favela y los derechos
humanos. Marielle pertenece a la generación que está reinventando la democracia
en Brasil. Una osadía en un país donde el proceso democrático se corrompe
sistemáticamente.
El genocidio negro es un golpe que se reedita desde hace
siglos en Brasil. Dos días después del asesinato de Marielle, a un bebé negro
le volaron la cabeza en un supuesto intercambio de tiros con la policía de Río.
“¡Parad de matarnos!”, decía el cartel que llevaba un niño de 11 años en la
última manifestación en São Paulo. Al querer recolocar a Marielle en el lugar
destinado a los negros, tumbados en el asfalto, Brasil ha descubierto que los
negros no volverán a los barracones.
A Marielle Franco la asesinaron casi un mes después de
iniciarse la intervención federal en Río, dando el mando de la seguridad al
Ejército. Pero la única intervención legítima es la suya, un desgarrón en la
estructura racista de Brasil: con su vida, Marielle creó un cuerpo que ya no
puede asesinarse.
Traducción de Meritxell Almarza
© El País (España / Brasil)
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