Por Fernando Savater |
Por eso es trágico, insustituible, caníbal de sí mismo,
redentor. El dolor principal no es la soledad, que para una persona mentalmente
madura resulta tantas veces bienvenida, sino la ausencia. En la ausencia el
amor se perpetúa como queja, como culpa de quien nunca más dejará de echar de
menos. Montaigne, refiriéndose a su amigo muerto, dice: “Íbamos a medias en
todo: me parece que le estoy robando su parte”. La ausencia en el amor no
lamenta que nos falte alguien, sino que a quien amamos le falta ya todo. Ese
altruismo póstumo es el único del que es capaz el egoísmo férreo y trascendental
del amor.
La unión amorosa
acaba, pero la ausencia no termina nunca. Ocupa con su remordimiento imposible
todo nuestro futuro, por largo que cruelmente podamos imaginarlo. Solo una
perspectiva resulta más insoportable, la traición de que cese un día. “Il
dolore piú atroce è sapere che il dolore passerá”, escribió Pavese. Mantenerse
vigilante sin paliativos en la ausencia es seguir fiel a la presencia borrada
del amor. Mejor compañía es lo que no está y tanto nos falta que los pecios
superfluos arrastrados por las mareas ajenas del mundo... Mañana hace tres
años.
© El País (España)
Aclaración
de Agensur.info: El escritor recuerda, en esta columna, a su esposa Ana, fallecida el 17 de marzo de 2015.
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