Por Gustavo González |
Pavadas.
El reconocimiento de la otredad es el mayor desafío
civilizatorio del hombre, la lucha de la razón contra el impulso de
autoprotección animal, el desgarrador esfuerzo intelectual capaz de negar una
parte de nuestra propia identidad para aceptar la identidad del otro.
Dejar de
existir un poco para tolerar la existencia, las creencias y los derechos de los
demás. Todo tan difícil.
De Hegel a Freud, las ciencias sociales buscan explicar cómo
las diferencias entre nosotros y los otros nos constituyen como personas,
sociedades, religiones y naciones. Pero a pesar de que el reconocimiento al
derecho del otro a pensar distinto se impuso como materia obligada del ciudadano
políticamente correcto de Occidente, los instintos básicos suelen aflorar
cuando se tratan ciertos temas. Entonces, de nuevo, el otro puede ser visto
como un enemigo. O, en el caso del aborto, como un asesino.
El otro mata. El del aborto es un debate dramático porque no
hay soluciones intermedias. Quienes están en contra de que una mujer aborte
legalmente lo están porque consideran que permitirlo sería aceptar un acto
criminal: para ellos, abortar singifica matar a una persona que está dentro de
otra persona.
En cambio, quienes están a favor de despenalizar lo están
porque no creen que lo que se aborta sea una vida. Creen, sí, que de seguir
siendo ilegal esa práctica continuarían muriendo centenares de mujeres por año
a causa de infecciones y de la precariedad clandestina. Además, consideran que
una mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo.
En ambos casos, los unos están profundamente convencidos de
que los otros son culpables de la muerte de seres humanos.
Tampoco la ciencia podría aportar más de lo que aporta.
Sobre los mismos datos, se interpreta diferente. Unos toman la fecundación como
comienzo de un nuevo ser. Otros consideran que ni aun después de la fecundación
del óvulo, ni formado el blastocisto (que mide entre 0,1 y 0,2 milímetros) ni
el embrión (entre la cuarta y la décima semana, en las que pasa de 0,5 a 4
centímetros) se está ante la presencia de una persona.
Unos se horrorizan de que una madre mate a su hijo y, ahora,
que el Parlamento pueda votar una ley para permitirlo. Otros no comprenden que
alguien razonablemente considere que algo que es poco más que la unión del
óvulo femenino con el espermatozoide masculino pueda ser tratado como un ser
humano.
Si bien hay ateos que se oponen a la legalización del aborto
(al menos ante embarazos avanzados) y creyentes que no consideran que se cometa
un crimen, en general esta grieta tiene un alto componente religioso.
Con ella esto no pasaba. En la Iglesia Católica el tema
unifica a las corrientes internas. No hay obispo ni sacerdote que no piense que
el aborto significa muerte. Este papa introdujo una contemplación mayor ante
situaciones que para otros papas eran motivo de excomunión (divorcio,
matrimonio gay), pero sobre el aborto mantiene la lógica histórica de la
Iglesia de considerarlo delito: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el
aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente”.
Imagínense lo que puede representar para los oídos de
Francisco que el presidente de su patria diga que está a favor de la vida, pero
que todos tienen derecho a pensar lo que quieran. Para él, es como si Macri
hubiera dicho: “Yo estoy en contra de estos asesinatos, pero no me parece mal
que otros acepten cometer esos crímenes. Veremos qué dice el Congreso”.
Bergoglio y Macri se conocen muy bien. El primero sabe que
el otro es un liberal new age que practica el catolicismo con la misma
liviandad con la que luego “armoniza” la Casa Rosada o admira a Ravi Shankar,
el gurú de la respiración y la felicidad individual.
Macri está convencido de que el otro es un peronista que
nunca dejará de involucrarse en la política local y que su mirada religiosa ya
le había provocado dificultades cuando era jefe del gobierno porteño y
Bergoglio militaba en contra del matrimonio igualitario.
La Iglesia de Roma y el liberalismo occidental siempre
confrontaron, pero durante décadas los unía un enemigo en común: el marxismo.
Tras la caída del Muro de Berlín, sus choques históricos se hicieron más
explícitos.
El Vaticano culpa a los gobiernos liberales de haber
degradado la raíz católica de sus pueblos, permitiendo el ingreso de
multicreencias y el avance musulmán en Europa. Desde lo económico, le cuestiona
privilegiar lo individual sobre lo social, endiosar al mercado y promover el
egoísmo personal como motor del bienestar colectivo.
En contraste con la mayoría de los intelectuales argentinos,
que catalogaron de conservador al macrismo, Bergoglio nunca se confundió: Macri
es el liberal que no hubiera querido de presidente. De quién otro podría hablar
cuando, en su visita a Perú, un micrófono tomó su dicho: “América Latina
buscaba la Patria Grande y ahora está sufriendo un capitalismo liberal
deshumano”.
La actitud de Macri de impulsar una controversia a la que no
parecía obligado es el ejemplo extremo de que, con todas las discrepancias que
el Papa tuvo con Cristina Kirchner, ella encarna mejor los valores
conservadores de Iglesia y sociedad. Bergoglio siempre le reconoció su claro
repudio al aborto que, a diferencia de Macri, la llevó a prohibir que sus
bancadas abordaran el tema.
El Macri que este 1° de marzo abrió las sesiones ordinarias
promoviendo el debate, y anunciando programas de salud reproductiva y de
métodos anticonceptivos en adolescentes, pudo haber sorprendido a los
militantes y a algunos dirigentes kirchneristas, pero no a quienes ven a Macri
como lo que es, un liberal de la posmodernidad.
También a los macristas los confundió siempre la actitud del
Papa con su líder. Suponían que Francisco recibiría con sonrisas y brazos
abiertos al hombre que venció al kirchnerismo. Pero el Papa distinguió entre
adversarios tácticos como los Kirchner, que lo acosaban políticamente; y estratégicos,
como Macri, que ya en la Ciudad había promovido “la liberalización de las
costumbres y el budismo individualista”. No es un problema político. Es
filosófico y existencial.
¿Qué hacer? Algunas voces del Gobierno y de la Conferencia
Episcopal dicen que no habrá batalla final, simplemente porque le habrían
informado a la Iglesia que no se alcanzarán los votos para aprobar la ley. Si
fuera cierto que el PRO considera que habrá tratamiento sin ley, la pregunta es
para qué instalar la discusión. La respuesta fácil sería que es una forma de
sacar la atención pública de los problemas económicos. O de quedar como
promotor de un lance que podría dar algún rédito electoral, sin el costo final
de aprobar la nueva legislación.
Pero también puede ser que el Gobierno, pese a lo escuchado
por los obispos, esté dispuesto a avanzar con la despenalización, más allá del
rechazo público de sus principales líderes (Macri, Peña, Vidal, Larreta). Se
trataría de una “despenalización paulatina”. De hecho, en el Ministerio de
Justicia se trabaja en una propuesta intermedia entre las distintas posturas
del oficialismo, que limitaría la penalidad por aborto al cumplimiento de
tareas comunitarias. Sería a través de una modificación del Código Penal y una
forma de ir quitándole criminalidad a la cuestión.
Quedan cinco países en el mundo en los que está
absolutamente prohibido abortar: el Vaticano, Malta, Nicaragua, República
Dominicana y El Salvador. En este último, en 2017 se condenó a 30 años de
prisión a una mujer que abortó tras ser violada. En el resto de los países se
contempla la posibilidad de abortar en ciertos casos y en otros por el simple
pedido de la mujer, como Estados Unidos, Sudáfrica, Canadá, Australia, Uruguay
y todos los europeos, salvo Finlandia, Polonia, Reino Unido y Andorra.
Después de 35 años de democracia, un gobierno posmoliberal
–el primero no peronista ni radical de la historia– lleva esta polémica al
Congreso. La duda es si los representantes están empoderados por sus
representados para votar por ellos en un asunto cruzado por intimísimos dilemas
éticos. O si en un caso como este, que unos y otros consideran de vida o
muerte, sería necesario que cada ciudadano dijera con su voto, en un
plebiscito, qué se debería hacer.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario