Por Gustavo González |
¿Por qué un drama que transcurre en los Estados Unidos de los 70 sobre
profesionales de un oficio en peligro de extinción como el periodismo de
investigación, es una de las películas más taquilleras en cada país que se
estrena?
El último fin de semana largo vi The Post. Más allá de las cualidades
del film protagonizado por Meryl Streep y Tom Hanks, me sorprendió el aplauso
final de espectadores de todas las edades, que al parecer se repite en cada
función.
La película trata sobre la decisión del Washington Post de publicar,
pese a las presiones, documentos que revelaban las mentiras de
Nixon y de sus antecesores sobre Vietnam.
Para los periodistas que crecimos escuchando sobre Los Papeles del
Pentágono, el argumento es fácil de seguir. Creo que para el resto, no tanto.
Al final, algunos espectadores se preguntaban por ciertas escenas y una mujer
decía que el Post ya no se editaba. Pero todos aplaudían emocionados.
Supongo que lo que se valora de esta candidata al Oscar no son los
detalles, sino la épica de personas decididas a arriesgar para revelar
lo que el poder no quiere mostrar. No importa que las máquinas de
escribir y las linotipos de los 70 no existan más, lo vigente es el derecho a
saber, la pasión por informar y la incomodidad del poder político de todos los
tiempos al ser investigado.
Hoy, esos poderes tienen la oportunidad de quitarse de encima tal
molestia.
Periodismo: para qué. Los medios viven una transición entre
aquéllas rotativas y las pantallas digitales. Aunque, sumando los dispositivos
online y offline, ya generan una audiencia superior a la de antes. Aquí, marcas
como Clarín, La Nación o PERFIL, desde líneas editoriales muy distintas, siguen
creciendo en sus multiplataformas porque resultan confiables para sus lectores.
El problema es que el éxito de audiencia aún no se traduce
totalmente en sustentabilidad económica. La transición no se completó y en
el camino generó la desaparición de miles de medios. En la Argentina, desde
2015 se perdieron 2 mil puestos de trabajo en el sector, según Fopea. En
EE.UU., en diez años, el número de periodistas en redacciones pasó de 55 mil a
27 mil.
En Gran Bretaña, la primera ministra Theresa
May acaba de informar que en una década cerraron 200 medios. Su
gobierno cree que Facebook y Google engañan a los medios al usar sus contenidos
en forma gratuita, por lo que inició una investigación. Y comenzó a evaluar la
posición dominante de las dos empresas que concentran el 80% de la publicidad
digital.
May dio un discurso al cumplirse un siglo de la agencia AFP. En él
recuperó las posiciones históricas de los líderes occidentales sobre el rol de
la prensa: “El periodismo de calidad nos proporciona la información y el
análisis que necesitamos. Es una gran fuerza para el bien. Por eso,
lanzaremos una revisión para examinar la sustentabilidad de nuestra prensa y
examinar los modelos de negocios para el periodismo de calidad. Debido a que la
publicidad digital es ahora una de las fuentes esenciales de ingresos, se
analizará cómo opera esa cadena de suministro. Y considerará si los
creadores de contenidos(los medios) obtienen una parte justa de los ingresos
publicitarios. La prensa es uno de los fundamentos sobre los que se construye
la democracia y debe preservarse”.
Medios y macrismo. En el país, de esto no se habla.
Ya sin gritos, sin la alevosa discriminación K en la distribución de
avisos, sin funcionarios de alto rango que pidan coimas a los medios y con
ministros que suelen dar la cara, los periodistas podemos informar mejor.
Aunque las tensiones siempre existen. Pero el instinto macrista,
por naturaleza y edad, no se formó en las escuelas republicanas del siglo XX
sino en la hipermodernidad del XXI. Su gen no proviene de las ciencias
políticas, sino de las escuelas de negocios y del gerenciamiento privado. Ser
esta rara avis es la causa de muchos de sus éxitos y lo que le hace carecer de
cierta sensibilidad institucional y social.
Cuando se le pregunta al jefe de Gabinete sobre el rol de los medios, Marcos
Peña los reivindica como empresas tan dignas como las que
fabrican zapatos o autos, pero con una trascendencia institucional
distinta.
Un macrista paladar negro cree que los dichos de Peña son pura
corrección política frente a un periodista, y que los medios son empresas como
cualquier otra, que caen o prosperan según el mercado.
Y uno de los ideólogos del PRO agrega que, gracias a las redes sociales
y a la tecnología, el poder político nunca estuvo tan controlado. ¿Para qué
hace falta el periodismo investigativo?
Lo cierto es que este tipo de periodismo necesita mucho más que un tuit.
Investigar demanda viajes, equipos y semanas de trabajo, por eso las grandes
investigaciones como las que cuenta The Post se siguen haciendo en el marco de
empresas periodísticas que las pueden sustentar económicamente. Las
redes sociales sirven para otras cosas, algunas que las separan claramente del
periodismo.
Esta semana se difundió el informe del Oxford Internet Institute, sobre
la capacidad de esas redes para construir mentiras y se revela hasta qué punto
redes como Twitter y Facebook están infectadas de “fake news”.
Entre octubre y enero pasado, se analizó que los grupos de apoyo a Trump
compartieron el 95% de contenidos falsos de Twitter y el 91% de FB.
Las redes son grandes facilitadoras de relaciones, pero a su vez
facilitan su manipulación.
El jueves se conoció que la Comisión Europea acusó a Twitter y FB de no
proteger los datos de sus usuarios. Y la Justicia belga ordenó a FB dejar de
rastrear a los internautas sin su consentimiento.
No. Las redes no sirven para investigar en serio a los gobiernos. Los
funcionarios que están cómodos creyendo eso, también son o serán sus
víctimas.
Investigar al poder. Sin el periodismo de investigación, por
ejemplo, el kirchnerismo seguiría diciendo que fue honesto y los sindicalistas,
que se enriquecieron con sus sueldos gremiales.
Solo en la última semana, sin periodismo de investigación nadie se
hubiera enterado de que el ministro Caputo era dueño de una sociedad
offshore que olvidó declarar. Fue noticia porque después de mucho trabajo e
inversión un equipo de periodistas integrado por Emilia Delfino de PERFIL y
Hugo Alconada Mon de La Nación, entre otros, lo dio a conocer. Tampoco se
habría sabido que el secretario general de la Presidencia, Díaz
Gilligan, había tenido una cuenta de US$ 1,2 millones en la Banca
d’Andorra que no declaró mientras era funcionario en la Ciudad de Buenos Aires.
Se supo este viernes tras una investigación del diario El País.
Incluso para los propios funcionarios denunciados, el beneficio de que
quienes los denuncien sean profesionales de medios reconocidos, les permite que
sus explicaciones también sean reflejadas con seriedad. Lo mismo que los
errores que la propia investigación periodística pudiera contener.
Macri no es Nixon ni los Kirchner, aunque tampoco es feliz cuando lo investigan.
Sabe (o debería recordar) que los mismos medios que lo hacen son los que lo
hicieron con sus antecesores y en los que, cuando era opositor, podía
expresarse.
Si cree que los medios cumplen un rol institucional, tiene la
oportunidad de promover un debate sobre las condiciones de la transición que
atraviesan. Para que sigan incomodando, a él y a sus sucesores.
Para mostrar, como May, que las democracias son mejores con libertad de
expresión y periodistas que ausculten a sus gobernantes.
En el film de Spielberg, uno de los actores lee el fallo de la Corte que
avaló el derecho del Post a publicar su investigación: “Los periodistas están
al servicio de los gobernados, no de quien gobierna”.
Pero, más tarde o más temprano, el buen periodismo le va a servir a
ambos.
© Perfil.com
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