Por Fernando Savater |
Soy poco original:
comparto con muchos contemporáneos mi admiración por Winston Churchill. La
aflicción del Brexit ha reavivado la nostalgia por este europeo magistral,
plasmada en dos películas: Churchill de
Jonathan Teplitzky y El instante más oscuro de
Joe Wright, está nominada a varios Oscar. Los intérpretes del personaje —Brian
Cox en una y Gary Oldman en otra— logran creaciones notables, a mi juicio
superior la del primero, menos efectista y mejor apoyada por su físico.
En
ambos filmes se retrata la voluntad fiera y decidida del premier: he leído comentarios recomendando a
nuestros gobernantes timoratos su ejemplo de coraje insobornable al desafiar en
solitario la tiranía nazi contra los que aconsejaban “diálogo”, dramáticamente
reflejada en El instante más oscuro.
Entonces su firmeza
salvó a Europa, como ahora sabemos. Pero no olvidemos lo que cuenta Churchill: que con igual tozudez se opuso al
desembarco de Normandía (sin duda recordando el desastre de Gallipoli). Ahí la
salvación de la democracia en Europa fue que ni Eisenhower ni Montgomery le
escuchasen, pese a su prestigio. El mismo carácter brusco pero admirable puede
llevar a éxito o al desastre, según las circunstancias. Es la peligrosa
ambigüedad del héroe político...
Winston Churchill
fue un patriota valiente que amó la libertad en casa y en Europa. Es bien
conocida su afición higiénicamente incorrecta por las bebidas fuertes en dosis
generosas y los puros de gran calibre. También por los caballos: Brough Scott
ha contado en Churchill at the Gallop su
vida como jinete desde la infancia, en la guerra y en el deporte, así como
criador y propietario de purasangres de carreras. No sé si para muchos esto
cuenta en el cómputo de su grandeza, pero a mis ojos le confirma como un hombre
plenamente a mi gusto.
© El País (España)
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