Por Gustavo González |
Las protestas ya no son lo que eran. La posmodernidad nos bañó de
escepticismo y los discursos reivindicativos perdieron el halo épico de la
modernidad. Las palabras que antes emocionaban ahora aburren o resultan
caricaturescas.
Gordos a dieta y política light. En la Argentina de los 80, cuando Saúl Ubaldini
daba un discurso en la Plaza de Mayo, el país se conmovía.
Una parte para
repudiar a un huelguista serial como aquel líder cegetista. Otra, para
emocionarse con la disfonía crónica de un hombre que lloraba al hablar y hacía
llorar a quienes lo seguían.
Esta semana, los discursos de la movilización sindical encabezada por
Hugo Moyano generaron reacciones muy distintas. Para una gran mayoría,
directamente no existieron. O le provocaron poco. Poca admiración, poco odio.
Poco más que las tensiones de un corte de tránsito.
Los propios manifestantes cambiaron. Más allá del mito bobo de que todos
marchan por un choripán, es cierto que la pasión movilizadora tampoco es lo que
era: sin los cientos de micros que hoy se contratan, es probable que una
porción no querría o no podría hacer el esfuerzo de ir por las suyas y a su
costo. Y, además, sí: es más fácil convocar si el traslado incluye comida y
bebida. Eso no quita que el impulso de protesta haya dejado de ser genuino,
pero cambió el nivel de sacrificio que se está dispuesto a hacer para
protestar.
Tampoco los oídos de esos manifestantes son los mismos.
Tampoco los oídos de esos manifestantes son los mismos.
Cuando Moyano se golpeó el pecho en la tribuna y trastabilló con sus
palabras para terminar diciendo que está dispuesto a dar la vida por los
trabajadores, ninguno de los presentes creyó seriamente que iba a dar la vida
por ellos.
En el mundo de la modernidad, cuando un líder decía eso, se podía
suponer que quizá lo haría. Porque de hecho pasaba: delirantes o cuerdos, había
quienes se inmolaban por sus ideales. Entonces no parecía descabellado que
alguien amenazara con ser el próximo. Y, en general, eran personalidades
desapegadas de lo material, ascéticas. Aunque esto no los salvara de cometer
locuras, los hacía parecer honestos frente a la mirada de los demás.
La presunción actual es la contraria: nadie se quiere matar y las
cárceles se llenan, no de idealistas desmesurados sino de quienes esconden
dólares, armas y autos de lujo. También quienes se movilizan lo saben.
Es que cambió el sistema de creencias. En los 70, si un líder combativo
se hubiera sentado en la mesa de un programa considerado un “banquete frívolo
de la burguesía”, como el de Mirtha Legrand, seguramente habría sido
sentenciado a muerte por alguna organización revolucionaria. Hoy se lo toma
como un espectáculo de chicanas con malbec.
El debate ya no es de modelos económicos en pugna ni por el temor a los
“gordos”. Los “gordos” hicieron dieta y la política se volvió light. La mayor
controversia pasa por entender el nivel de enriquecimiento de sindicalistas y
políticos.
Porque a los diferentes sectores sociales los une, como ninguna
concertación social puede lograr, la explosiva fortaleza del pensamiento débil
que describió Gianni Vattimo. Este clima de época, que desconflictúa la
ideología, convierte la política en espectáculo y a los ciudadanos en
espectadores.
No hay eras mejores, sí distintas.
Moyano habla como si fueran iguales, como si él de verdad fuera a dar su
vida, como si los manifestantes lloraran al oírlo y como si todos creyeran que
organizó la marcha para beneficio de los trabajadores y no para zafar de los
jueces. Un elefante moderno atrapado en el bazar de la posmodernidad.
Puede seguir movilizando como lo hizo siempre, pero el resultado no será
el mismo.
“La civilización del espectáculo es cruel –decía Octavio Paz–, los espectadores no tienen memoria, por eso no tienen remordimientos ni conciencia. Viven prendidos a la novedad, no importa cuál sea con tal de que sea nueva”.
“La civilización del espectáculo es cruel –decía Octavio Paz–, los espectadores no tienen memoria, por eso no tienen remordimientos ni conciencia. Viven prendidos a la novedad, no importa cuál sea con tal de que sea nueva”.
Una importante parte de la sociedad ve la movilización del miércoles
como se ven las viejas películas en blanco y negro, descubriendo la ingenuidad
de sus trucos. Y cuando en la sociedad del espectáculo sucede eso, la amenaza es
el aburrimiento. Paz creía que nuestro Apocalipsis es el “Gran Bostezo”.
El Plan M de cinco puntos. Moyano aclaró que no es golpista (otro síntoma de
un discurso fuera de época, aprovechado por el oficialismo) e instó a los
presentes a unirse para votar contra Macri.
Lo escuchaban miles de kirchneristas que no solo no sienten pasión por
su discurso, sino que lo consideran un traidor que apostó a Cambiemos en 2015.
También lo escuchaban trotskistas y jóvenes de clase media que sienten un
rechazo epidérmico hacia las proclamas de un gremialista peronista.
Aun así, tras el acto se comenzó a hablar de que desde el corazón del
sindicalismo saldría la base de un gran consenso opositor para 2019, nucleado
en torno al peronismo. Ocurre que el peronismo está atravesado por los mismos
dilemas que Moyano: cómo no quedar fuera de época, cómo responder a un partido
posmoderno como el PRO, que no solo le quitó el poder sino una cuota de su base
social, cómo romper con la trampa oficialista de la división y volver a la
Rosada.
En privado y en público, el Gobierno es muy transparente con su plan
divisionista para permanecer en el poder:
1) Mantener a CFK viva políticamente y en libertad de aquí a las presidenciales, en medio de viejas y nuevas denuncias.
2) Bendecir una liga de gobernadores y legisladores anti K mientras se mantengan así, sin un liderazgo taquillero.
3) Jugar a que Margarita Stolbizer conserve a Sergio Massa lejos de algún acuerdo de unidad peronista, y demonizar a su ex aliado cuanto puedan.
4) Dividir al sindicalismo con la espada de Damocles judicial sobre la cabeza de unos y con viajes oficiales y acuerdos para los PRO friendly.
5) Y lo más importante: bajar la inflación sin contraer la economía.
Laberinto peronista. Llama la atención que los maestros del pragmatismo
político, como son los peronistas, no sepan responder al ardid de los primeros
cuatro puntos y apuesten su futuro al quinto, a que todo vaya mal.
Cristina no acepta que con ella adentro no habrá unidad, que sin unidad
el peronismo no tiene chances de ganar y que, sin ganar, su futuro político y
personal se pondrá más feo todavía.
El kirchnerismo no se atreve a contradecirla ni a aceptar que sus
líderes más impresentables no se presenten el próximo año.
Los gobernadores, legisladores e intendentes del PJ anti K se enredan en
peleas de cartel y en el juego de cercanía-lejanía con el Gobierno (de compleja
resolución, necesitadas como están sus finanzas locales), abrevando en la
profecía autocumplida de que no habrá 2019.
Massa no se convence del todo de que su camino sea la unidad. Tiene la fantasía de que, insistiendo con una alianza medio peronista, medio progresista y medio gorila, podrá llegar a la presidencia, sin admitir lo difícil que le será tener éxito frente a competidores con perfiles menos contradictorios.
Massa no se convence del todo de que su camino sea la unidad. Tiene la fantasía de que, insistiendo con una alianza medio peronista, medio progresista y medio gorila, podrá llegar a la presidencia, sin admitir lo difícil que le será tener éxito frente a competidores con perfiles menos contradictorios.
La decisión de los sindicalistas sobre la unidad es la más complicada.
Se dicen presionados desde distintos lados para que eso no suceda: intuyen con
razón que cuanto más opositores sean al Gobierno más probabilidades hay de que
los jueces los investiguen, las débiles cuentas de sus gremios los hacen
macrista-dependientes y, lo peor para ellos, comprueban que un sector de sus
bases (en especial en gremios como construcción, petróleo o transporte) votaron
o pueden votar por Cambiemos. Aunque saben que sin el retorno del aparato
peronista al poder, ni aun haciéndose macristas estarán seguros.
Ni los K, ni los anti K, ni los massistas, ni los sindicalistas tienen
garantías de que con una amplia alianza con eje en el peronismo podrán ganar
las próximas presidenciales. Porque fueron muchos años de poder y de resultados
pobres. Y porque los espectadores se aburrieron.
Pero pueden estar seguros de que, separados y con una economía
medianamente en crecimiento, sufrirán la peor derrota de su historia.
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