Por Manuel Vicent |
Aunque lo ignores, su lejano aroma transporta la sustancia
que ha construido tu espíritu y es todavía una buena razón para seguir
viviendo. La sopa a todos nos iguala, a príncipes y a lacayos, a señores y a
criados, a ricos y a pobres.
Mira, si no, a la familia real sentada durante el almuerzo
alrededor de una minestrone. Toda la grandeza y abolengo de los blasones, la
gloria y los desastres de la historia, el incierto azar de la Corona quedan
reducidos a un lance de cocina de clase media. La sopa demasiado caliente le
abrasa la lengua a la princesa de Asturias y la Reina le dice: “Pero sopla,
Leonor, hija”.
Pese a que la primera regla de urbanidad en la mesa prohíbe
soplar el caldo, habría sido mucho peor si después del primer sorbo su majestad
el Rey de España, como un simple mortal, hubiera exclamado: “Umm, esta sopa
entona”.
Cualquier analista político debería saber que la sustancia
de esa sopa regia es el fundamento más consistente en que se sustenta la
Corona. De hecho, no se puede comparar el Toisón de Oro con una buena
minestrone, puesto que si un día la Monarquía desaparece ese collar no será
nada, pero en la lengua abrasada de la princesa Leonor perdurará el sabor de la
sopa.
La política de este país se ha convertido en un oficio
infame, las instituciones del Estado han caído en el desprestigio, la cultura
es un gallinero. Al final, la columna de humo que sale de una sopa real es el
pilar que sustenta a la patria.
© El país (España)
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