Por Fernando Savater |
El castellano no corre peligro, ni en Cataluña ni en ninguna
parte: al contrario, aumentan sus millones de hablantes. Son los ciudadanos de
Cataluña y de otras regiones quienes ven sus derechos constitucionales
conculcados cuando se les niega o dificulta estudiar en la lengua de España, es
decir, de su país.
No viene al caso que el castellano pueda aprenderse también
fuera de la escuela (hay iletrados que aprenden a contar, sumar y restar en el
mercado y sin embargo enseñamos a los niños aritmética): no se trata de conocer
la lengua, sino del derecho a utilizarla para aprender lo demás y desarrollarse
intelectualmente. Tampoco es una asignatura como cualquier otra: practicar uno
o más idiomas extranjeros es muy recomendable culturalmente, pero poder elegir
en libertad el español para estudiar es fundamental para nuestra ciudadanía. Y
no es cosa que nos otorgue ni pueda quitarnos un parlamento regional porque las
autonomías no disponen los derechos constitucionales de los ciudadanos que
viven en ellas.
Ahora ya a nadie se le oculta el propósito político que hay
detrás del doblegamiento del castellano y la hipertrofia del catalán en la
escuela, la rotulación, como requisito para determinados trabajos, etcétera. Es
lo que el separatismo llama la “construcción nacional” que pasa por la
destrucción de la nación política vigente. Con el pretexto de no dividir a los
escolares, se les impone la unanimidad lingüística forzosa que intenta
separarles del resto del país. Es un atropello que debería haberse corregido
hace mucho, con 155 o sin 155. Si no se hace tampoco ahora ¿cuándo? ¿A quién
hay que pedirle permiso para que deje de vulnerarse la ley? Ah, y el catalán no
necesita “defensores” porque no tiene enemigos aunque le sobran los falsos
amigos que lo usan para sojuzgar.
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