Por Guillermo Piro |
Vine a Palermo, en Sicilia, con la convicción de que aquí iba a hacer muchas cosas, aunque en realidad quería hacer una sola: visitar el Hotel des Palmes.
En este hotel se hospedó entre 1881 y 1882 Richard Wagner,
quien aquí concibió Parsifal. Pero naturalmente Wagner me importaba muy poco.
El mayor atractivo era para mí conocer el lugar donde murió Raymond Roussel, el
escritor francés autor de una serie de obras maravillosas, entre las que se
cuentan varias intraducibles, y a quien –entre otras invenciones– se le
adjudica haber sido el primero en haber pensado en la necesidad de una casa
rodante. Pero Impresiones de Africa y Locus Solus bastarían para hacer de él
alguien recordable por generaciones, al punto de que un periodista ignoto haya
sentido que atravesar en tren la península valía la pena con tal de pasearse
entre los salones art nouveau levantados en 1874. Confieso que entre mis
aspiraciones estaba visitar la habitación donde Roussel lanzó su último
suspiro, el 14 de julio de 1933, pero confieso que también me atraía conocer el
hotel donde el 9 de noviembre de 1929 había decidido quitarse la vida Jacques
Rigaut –pero como no se puede estar a la vez en la platea y en el escenario, no
puedo hablar de dos muertes al mismo tiempo, así que hablaré de una–.
En 1970, Leonardo Sciascia se dirigió a la central de
policía de Palermo y pidió que desempolvaran las actas en las que constaba que
en 1933 –bajo el gobierno de Mussolini– había muerto en raras circunstancias el
escritor. Roussel estaba hospedado en compañía de su esposa y su chofer. Ella
era quien llevaba un meticuloso control de todas las variadas drogas que
Raymond consumía diariamente, un cóctel letal y al mismo tiempo complejo y
excitante.
Sciascia no solo hace eso: vuelve al Hotel des Palmes, donde
todavía en 1970 sigue trabajando el botones que en 1933 había llevado las
valijas del escritor y lo había socorrido luego de un accidente en la ducha, y
en agradecimiento había recibido de sus manos un ejemplar de Impresiones de
Africa autografiado. Es sabido que la primera edición de Impresiones... tardó
15 años en agotarse. Si Impresiones... fue publicado en 1910 y Roussel visitó
el hotel en 1933, habían pasado 23 años. La primera edición se había agotado, y
aún no había sido reeditado. Sciascia, intrigado, pide al ex botones que le
acerque el ejemplar que Roussel le había regalado, y para su sorpresa advierte
que donde debía decir “1ª edición” el autor había escrito con puntillismo
psicótico un “2” delante, de modo que lo que se leía era “21ª edición”. Sabemos
que la fama fue uno de los fantasmas que persiguieron a Roussel desde que
publicó su primer libro, La Doublure, a los 19 años.
Sciascia desmonta la investigación llevada a cabo con
rapidez y descuido y descubre, 37 años después, la trama secreta de un
asesinato pergeñado por su esposa y el chofer. No solo eso: descubre que no
existe un testimonio del chofer en las actas de la policía, sencillamente
porque el chofer escapó a Francia apenas fue hallado el cuerpo inerte de
Roussel. Siempre según Sciascia, la esposa le había suministrado más drogas que
las que el organismo del escritor podía tolerar.
Ese asesinato se llevó a cabo en este hotel por donde hoy
estuve dando vueltas. Quise subir a la habitación 224, pero al parecer recibe
tantas reservas que si quisiera visitarla debería volver en 2025.
En 1994 quise conocer la habitación del Hotel Chelsea de
Nueva York, donde Dylan Thomas murió el 4 de noviembre de 1953 luego de haber
bebido 18 whiskies. Entonces, el conserje revisó el libro de reservas y me dijo
que si quería visitar la habitación debía volver en 2012. Los dos hechos se
parecen, con la diferencia de que el conserje del Chelsea era más simpático.
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