domingo, 18 de febrero de 2018

Muerte en el Hotel des Palmes

Por Guillermo Piro

Vine a Palermo, en Sicilia, con la convicción de que aquí iba a hacer muchas cosas, aunque en realidad quería hacer una sola: visitar el Hotel des Palmes. 

En este hotel se hospedó entre 1881 y 1882 Richard Wagner, quien aquí concibió Parsifal. Pero naturalmente Wagner me importaba muy poco. 

El mayor atractivo era para mí conocer el lugar donde murió Raymond Roussel, el escritor francés autor de una serie de obras maravillosas, entre las que se cuentan varias intraducibles, y a quien –entre otras invenciones– se le adjudica haber sido el primero en haber pensado en la necesidad de una casa rodante. Pero Impresiones de Africa y Locus Solus bastarían para hacer de él alguien recordable por generaciones, al punto de que un periodista ignoto haya sentido que atravesar en tren la península valía la pena con tal de pasearse entre los salones art nouveau levantados en 1874. Confieso que entre mis aspiraciones estaba visitar la habitación donde Roussel lanzó su último suspiro, el 14 de julio de 1933, pero confieso que también me atraía conocer el hotel donde el 9 de noviembre de 1929 había decidido quitarse la vida Jacques Rigaut –pero como no se puede estar a la vez en la platea y en el escenario, no puedo hablar de dos muertes al mismo tiempo, así que hablaré de una–.

En 1970, Leonardo Sciascia se dirigió a la central de policía de Palermo y pidió que desempolvaran las actas en las que constaba que en 1933 –bajo el gobierno de Mussolini– había muerto en raras circunstancias el escritor. Roussel estaba hospedado en compañía de su esposa y su chofer. Ella era quien llevaba un meticuloso control de todas las variadas drogas que Raymond consumía diariamente, un cóctel letal y al mismo tiempo complejo y excitante.

Sciascia no solo hace eso: vuelve al Hotel des Palmes, donde todavía en 1970 sigue trabajando el botones que en 1933 había llevado las valijas del escritor y lo había socorrido luego de un accidente en la ducha, y en agradecimiento había recibido de sus manos un ejemplar de Impresiones de Africa autografiado. Es sabido que la primera edición de Impresiones... tardó 15 años en agotarse. Si Impresiones... fue publicado en 1910 y Roussel visitó el hotel en 1933, habían pasado 23 años. La primera edición se había agotado, y aún no había sido reeditado. Sciascia, intrigado, pide al ex botones que le acerque el ejemplar que Roussel le había regalado, y para su sorpresa advierte que donde debía decir “1ª edición” el autor había escrito con puntillismo psicótico un “2” delante, de modo que lo que se leía era “21ª edición”. Sabemos que la fama fue uno de los fantasmas que persiguieron a Roussel desde que publicó su primer libro, La Doublure, a los 19 años.

Sciascia desmonta la investigación llevada a cabo con rapidez y descuido y descubre, 37 años después, la trama secreta de un asesinato pergeñado por su esposa y el chofer. No solo eso: descubre que no existe un testimonio del chofer en las actas de la policía, sencillamente porque el chofer escapó a Francia apenas fue hallado el cuerpo inerte de Roussel. Siempre según Sciascia, la esposa le había suministrado más drogas que las que el organismo del escritor podía tolerar.

Ese asesinato se llevó a cabo en este hotel por donde hoy estuve dando vueltas. Quise subir a la habitación 224, pero al parecer recibe tantas reservas que si quisiera visitarla debería volver en 2025.

En 1994 quise conocer la habitación del Hotel Chelsea de Nueva York, donde Dylan Thomas murió el 4 de noviembre de 1953 luego de haber bebido 18 whiskies. Entonces, el conserje revisó el libro de reservas y me dijo que si quería visitar la habitación debía volver en 2012. Los dos hechos se parecen, con la diferencia de que el conserje del Chelsea era más simpático.

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