Por Pablo Mendelevich |
Mauricio Macri no habrá logrado convencer a todos los
sindicalistas de ser dialoguistas en vez de confrontar con su gobierno, pero
parece que logró imponerle sus hábitos al llamado campo nacional y popular. Dos
de las tres novedades más visibles del acto de Hugo Moyano fueron la
puntualidad (en realidad, el comienzo se adelantó) y la inédita brevedad y
concisión de los discursos, cuyo contenido, por lo demás, no arrojó mayores
sorpresas. La tercera novedad es que no hubo desbordes, lo que en materia de
protestas opositoras representa un quiebre de tendencia.
El disparador originario, la solidaridad con los Moyano ante
la curiosidad de la Justicia por sus negocios, no podía producir otra cosa que
un acto raro, sobre todo por el flamante reencuentro del moyanismo con el
kirchnerismo en presencia del trotskismo y de algunos movimientos sociales. El
resultado final fue una encendida y robusta manifestación antimacrista de
contornos más políticos que sindicales.
Al lado de los carteles que decían "fuera Macri",
de la iracundia del telonero bancario Palazzo ("violencia es haber votado
la reforma previsional") y por cierto de la convicción de Hebe de Bonafini
de estar yendo a una manifestación en defensa de los "pibes chorros",
Hugo Moyano sonó como un sabio moderado. Por más dramático que haya estado al
hablar de su eventual inmolación, no se sabe en qué batalla. Con todo, el
orador de fondo negó en forma taxativa que hubiera armado semejante acto por él
mismo. Explicó que con la Justicia se podía arreglar solo porque tenía el vigor
anatómico necesario para hacerlo, pero habló largo del asunto, como si lo que
no le importaba fuera lo más importante. "No tengo miedo de ir
preso", exclamó, calcando, tal vez sin advertirlo, una frase de Cristina
Kirchner, quien tiene problemas judiciales bastante más desarrollados que él.
Moyano no nombró a Macri. Evitó personalizar. Tampoco habló
de hacer un paro general para escalar el conflicto. Incluso se opuso a que una
multitud insultara al presidente ("no hace falta, no somos
desestabilizadores"). Sólo acusó a los gobernantes actuales de haber
estado "debajo de la cama" durante la dictadura. A unos metros, en la
zona K, lo escuchaba Eugenio Zaffaroni, de cuyo trabajo como juez en tiempos de
Videla se habló en los últimos días hasta el cansancio.
Estar dentro o fuera de la democracia fue tema recurrente
del discurso. Moyano negó ser "antidemocrático", se ubicó entre los
que quieren "la pacificación". Sin embargo, de inmediato aclaró que
la pacificación exige que los trabajadores tengan salarios dignos y que haya
jubilados bien pagos, entre otras cosas. Dejó en claro que en su opinión nada
de eso existe hoy. Hasta ahí llegó: no fue incendiario, sólo sugerente, acaso
ambiguo. Se ignora si con sinceridad o por histrionismo en un momento también
dijo que le costaba hilvanar el discurso.
Dedicó varias frases a vilipendiar a medios y periodistas,
como si reverdeciera el Moyano kirchnerista, aquel que acuñó el slogan
"Clarín miente" en la época en que sus camioneros le hacían bloqueos
a ese diario para que no saliera. ¿Un guiño de reconciliación con la madre del
diputado Máximo Kirchner, que lo escuchaba a unos cuantos metros?
Palazzo, quien dos veces llamó a la "resistencia",
fue explícito en el apoyo personal a Moyano, perseguido, dijo, por el gobierno.
También se refirió a los sectores que no se plegaron al acto. Dijo que faltaron
los dirigentes pero que fueron los trabajadores.
Pablo Micheli habló de los gobernantes como "estos
tipos", los llamó "vagos" y dijo que "vinieron a llenarse
los bolsillos". Luego le agradeció a Moyano por nacionalizar su lucha y
propuso un paro nacional en caso de que el gobierno "no pare con el
ajuste".
Esteban Castro, de la Confederación de Trabajadores de la
Economía Popular, consideró necesario salir en defensa del papa Francisco,
luego dijo "aquí no se rinde nadie" porque "rendirse es
traición" y cerró así: "hasta la victoria siempre".
Después vino Hugo Yasky, quien arrancó con una frase que
probablemente haya hecho saltar de la silla a los sindicalistas de los
"Gordos", si es que lo estaban viendo por televisión: "Hoy va a
quedar en la historia como el día de la unidad de los trabajadores". Yasky
se solidarizó con Lula, no sólo con Moyano. Y mandó a los jueces a buscar
ladrones en Balcarce 50.
Casi todos los oradores, también la eufórica locutora,
exaltaron el carácter "pacífico" de la protesta, dejando en claro que
estaban subrayando una anormalidad, a la vez un logro bien estudiado. Aparte de
eso, se notó en la dispersión oratoria que no sólo arriba del palco había poca
organicidad, también debían cuidarse las variadas sensibilidades del amorfo
auditorio.
En las vistas aéreas la importante multitud parece cortada
al medio por banderas argentinas de cien metros de largo, puestas una a
continuación de la otra. ¿Fue una ornamentación ideada por el moyanismo para
fraguar el menjunje ideológico de la convocatoria? No, no son banderas
argentinas, es el Metrobús. La mayor insignia palpable del macrismo, que quedó
incrustada en medio de todo, este martes excepcionalmente inerte.
Si es por metáforas, ahí nomás, en el viejo edificio de
Obras Públicas, también están las dos Evitas forjadas en hierro que mandó
instalar Cristina Kirchner, junto al lugar del "renunciamiento
histórico". Pero en esta concentración obrera Eva Perón apenas consiguió
una mención en cinco discursos.
¿Fue un acto peronista? No estrictamente. Si es por la
coloratura política resultó un acto de pacificación ideológica entre sectores
políticos hasta ayer antagónicos, a los que no mancomunó tanto Moyano como la
oportunidad de marchar contra el Gobierno.
El saldo para el Ejecutivo, sin embargo, no será malo. El
diagnóstico más certero de cuantas cosas se escucharon quizás fue el del
ministro del Interior, Rogelio Frigerio: ninguna marcha, por más exitosa que
fuera, va a frenar un proceso judicial. En cambio, Moyano acaba empujado a los
brazos de un kirchnerismo solidario y también -hasta ahora- solitario, al que
la mayoría repele, según los votos frescos y las encuestas de imagen. Sólo
faltaba que una figura bien kirchnerista ventilara las fisuras del
kirchnerismo. Y llegó Aníbal Fernández, como dijo él, cual estrella de rock.
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