Moyano busca apoyo
en Cristina, pero quiere tender puentes con el Gobierno. Postales de un país
que resulta inviable.
Por Roberto García |
Hombre de doble mensaje. Hugo Moyano, amplio y
desmemoriado, se hace invitar un café con su odiosa Cristina para que la viuda
de Kirchner no lo abandone en la movilización del próximo 21 en la avenida 9 de
Julio. Ya tiene media palabra del entorno femenino para ese acto.
Y, al mismo tiempo, le pide a Macri que lo convoque a la Casa
Rosada para tomar té con masitas y, de paso, suspender esa marcha
amenazante.
Diplomacia peronista –poner el guiño a la izquierda y girar a la
derecha, o viceversa–, un Talleyrand del sindicalismo. Sin prejuicios,
atrevido, Moyano se considera un par de Cristina y Macri, les habla
mencionándolos con nombre y apellido, al revés del resto de los humanos, cuya
identificación suele olvidar. Categoría de peso pesado: no tiene en cuenta
moscas o pesos medios. Además, se ajustó a una dieta estricta y eficaz,
soportó algún retoque estético (cuando usó la barba como simulación) y añadió
funciones en otro rubro, el fútbol, para demostrar vigencia masiva y que, si no
puede ser Lula, hay que tomarlo en cuenta para las grandes maniobras. Se apoya
también en el patrimonio de su gremio (algunos lo imaginan en unos mil millones
de dólares), que no es propio pero lo administra como si lo fuera. Ahora va a
una aventura de sindicato menor, la movilización, olvida que una multinacional
obrera no puede arriesgar tanto, tampoco él, ya que la bala de la concentración
puede ser su última bala. Pero las veleidades del ego son imposibles de
ocultar.
La ex presidenta no respondió al convite todavía, aunque avala el acto
y les ruega a los suyos, pocos o muchos, que se sumen a la protesta del
jefe camionero. Quizás, cuando Moyano abra el monedero y le garantice un
volumen de 500 mil personas en la manifestación –cifra que
él mismo ha dejado trascender–, lo cite en su departamento de Recoleta a quien
maldijo mil veces después de la muerte de su marido Néstor. Del Presidente nada
se sabe, no habla ni contesta sobre el gremialista (error que supo corregir),
decidió ignorar su nombre y apellido, aunque cierta bruma preocupante le genera
la anunciada marcha contra su gobierno. Hay gruesas disputas económicas que no
se publicitan (Moyano reclamando el control flotante de más de 20 mil millones
de pesos de las obras sociales y Macri exigiendo un nuevo plan de
encuadramiento para disminuir costos de transporte y logística), otros
participantes espontáneos en la pugna (el Papa y las escuadrillas sociales de
Grabois), pero no es lo único: al conflicto se le agregan decepciones
personales, fantasías incumplidas, de ahí que la batalla venidera asoma como
una guerra. Como si en el país faltaran entretenimientos.
Curiosamente, Macri y Moyano exponen las mismas razones de la
discordia actual.“Cruzó una línea, cruzó la raya”,
confesó airado el mandatario, celoso de su investidura agraviada. Gélido,
sostuvo: “No lo puedo permitir”. Se molestó por los ataques a su padre y a él
mismo, a quien en la última semana el sindicalista puso su mejor rostro de “yo
no fui” para imputarle un recuerdo de contrabandista por un episodio de los 90
–entre otras lindezas, como el Correo o los documentos– y otro más cercano por
lavador en los Panamá Papers (a los que aludió, casi
inocentemente, sin pronunciar la fonética inglesa). Se prometen más detalles de
estos novelones. A su vez, el sindicalista tambien se siente ofendido, no tanto
por lo que se predica de su vida, sino porque “se metieron con mi familia”, en
particular con su esposa, lo que entiende como un acoso de género a las
imputaciones que la Justicia le trasladó a la dama por su rol discrecional en
la obra social de camioneros. “No lo puedo permitir”, afirmó,
copiando a Macri, adosando el caso al juicio que lo merodea en el club
Independiente al torpe enjuague entre OCA y Camioneros, y otras complicaciones
en tribunales.
Campaña. Para él, las instrucciones en su contra de fiscales y jueces provienen
de la Casa Rosada, como si todos los magistrados fueran corderitos; mientras,
el mandatario se excluye de cualquier sospecha en ese sentido: “No
intervengo, no soy Cristina”, arguye. A su lado, sin embargo, sonríe el
influyente Angelici, con quien suele entrevistarse, seguramente como colega de
club. Es lo que se supone.
Secuencias múltiples, entonces, de una escalada común que, si no ocurren
hechos nuevos, culminará el 21 en esa metáfora del choque de dos puños
enfrentados como se anticipaba en Alejandro Nevsky, uno de los
mitológicos films de Eisenstein. Indeseada colisión, por otra parte, ya que
ambos propiciaron inicialmente un diálogo cordial: Macri habilitando canales
externos y Moyano con la lapicera en la mano dispuesto a firmar algún
retroceso. Si cuando anunció una marcha y no un paro lo hizo con tanta
anticipación que ni él creía en esa posibilidad.
Hasta se convence de que nunca quiso distanciarse de aquel jefe
de Gobierno con el que compartió reuniones, operaciones, cuentas, el que
todos los viernes le derivaba el mismo ministro para conservar negocios y
relación. Lo dijo esta semana, no dio nombres, aludía quizás a Santilli,
también emisario de Nicky Caputo, el hermano del alma del
Presidente.
Moyano admira a Jimmy Hoffa, aquel sindicalista camionero
que terminó emparedado en cemento, luego de confrontar con el presidente
Kennedy. En el Gobierno se reservan, en cambio, otro ejemplo: el nombre de La
Quina, aquel gremialista poderoso del petróleo que en México acabó encarcelado
luego de pelearse con el presidente Salinas de Gortari porque este le rebanó
una tajada de las comisiones que cobraban por cada contrato de la empresa
estatal.
Para otros, Moyano replica a Ubaldini, quien, a cargo de un sindicato minúsculo como
Cerveceros, le hizo más de una docena de paros a Raúl Alfonsín, y este le
endilgó la culpa de no dejarlo gobernar. La convocatoria del 21 a la avenida 9 de Julio evoca
a estos personajes y situaciones. No son casuales las comparaciones, están
atadas al atraso de un país en el que cuesta el doble que en México instalar
una planta de laminado o cuyos trabajadores del acero, por ejemplo, cobran la
hora US$ 18,50 mientras en Brasil se paga a 14,50 y en Colombia a 4,23.
Imposible competir. Menos en el rubro del transporte, en el que las diferencias
son más abismales. Responsabilidad: Moyano.
Pero, como este argumenta, también hay que ver el daño que en
ese aspecto producen los impuestos del Gobierno, los más altos de la
región. Responsabilidad: Macri.
No solo el 21, entonces, se verá la imagen de un país inviable.
© Perfil
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