Por Gustavo González |
¿En qué se pueden parecer un hombre que se llama Lenín y
militó en el marxismo-leninismo con otro que se llama Macri y
representa la etapa superior de una saga familiar de la alta burguesía
argentina?
A la primera y obvia similitud de que los dos son presidentes de países
sudamericanos, se deberían agregar varias más.
Provenientes de historias e ideologías muy distintas, tanto
Lenín Moreno como Mauricio Macri aparecen como los grandes verdugos de
esa maraña conceptual llamada populismo.
Moreno acaba de vencer en un referendo en el que se enfrentó a su ex
aliado, Rafael Correa. Macri volvió a triunfar en
octubre sobre el kirchnerismo, esta vez encarnado en su propia líder, Cristina
Kirchner.
El ecuatoriano nació en una familia de maestros. Hace
20 años recibió un balazo en medio de un asalto que lo dejó para siempre en
silla de ruedas. Es un hombre cordial, respetuoso y con gran sentido del humor.
Tras su incapacidad física, escribió una decena de libros sobre su filosofía de
vida.
El argentino creció en una de las familias más ricas, aun cuando
su padre no siempre lo fue y en el Newman sufría bullying por ser el
hijo del “Tano” constructor. Su carácter no es el de Moreno, tuvo que trabajar
mucho su imagen de soberbio para hacer política. Pero como Moreno, hace 27 años
sufrió un duro golpe que lo marcó: estuvo secuestrado durante doce días en una
especie de cajón bajo tierra.
Al llegar al gobierno, ambos emprendieron una campaña
anticorrupción para diferenciarse del pasado. En medio del escándalo Odebrecht,
el de Ecuador creó un Frente Contra la Corrupción. Jorge Glas, el correísta que
asumió como su vice, fue destituido y encarcelado junto a otros funcionarios,
tras el testimonio de un arrepentido que afirmó haberle pagado 14 millones de
dólares en sobornos.
El de Argentina jura que no tiene nada que ver con la aceleración de las
causas anticorrupción contra el kirchnerismo, pero está claro que no las frena. Todas
parecen avanzar, aunque la de Odebrecht vaya más lento. Hace dos
semanas la Justicia brasileña abrió una investigación sobre el pago de coimas
para el soterramiento del tren Sarmiento. En esa obra, Odebrecht era socia de
Iecsa, la firma de los Macri que entonces ya estaba en manos del primo Angelo
Calcaterra.
Sus discursos son similares: dialoguistas, amigables, sencillos. Y
parecen conciliadores, aunque no lo sean tanto.
Duranbarbismo. Pero la coincidencia más significativa entre Moreno y Macri es que
ambos son asesorados por la exitosa dupla Jaime Duran Barba-Santiago Nieto.
Duran Barba, como se sabe, tiene más influencia que la de un simple asesor
político.
Compartió militancia con el presidente de Ecuador cuando el
marxismo-leninismo era una verosímil opción de poder. Siempre mantuvieron
relaciones, aunque Moreno persistió en eso que llaman “izquierda” y
Duran Barba se fue amigando con el libre mercado.
Cuando el año pasado Lenín lo convocó para asesorarlo en cómo despegarse
de Correa, antes le dio explicaciones a su gabinete. Le dijo que ese hombre al
que muchos de sus actuales funcionarios acusaban de antipatria y mentor del
neoliberal Macri, ahora los ayudaría: “Es un compañero”.
Duran Barba compartió días enteros con lo que allá llaman el “comité
central” (resabio del pasado en el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria) y aquí traducen como “mesa chica”.
Sin embargo, el mayor éxito duranbarbista es Macri; su clave para
demostrar que, aún con alta imagen negativa y poca sensibilidad política, es
posible acceder al poder con la metodología adecuada.
Tras los triunfos de Macri en 2015 y Moreno en 2017, Duran Barba
sostenía que ellos tenían la misión de vencer a los máximos símbolos del pasado en
sus países: Cristina y Correa. Está convencido de que los ex presidentes
representan lo peor del populismo y de la partidocracia (“están enfermos de
Hubris”), pero respeta sus inteligencias y ciertos aspectos de sus gestiones.
Que Lenín Moreno y Mauricio Macri hayan contratado al mayor experto en
interpretar electoralmente a la posmodernidad y sus derivados, implica que
saben (o intuyen) que ése es el clima de época sobre el que deben surfear. El
esfuerzo intelectual de Moreno es mayor, porque él es un producto típico de la
modernidad. Sin embargo, el trabajo más complejo para Duran Barba fue explicar
su metodología a los demás funcionarios ecuatorianos, formados en la escuela
clásica de lo que llama “la mitología política latinoamericana”.
Con los macristas siempre le fue más sencillo, porque abonó sobre
ideologías light de personas desprejuiciadas y más jóvenes que crecieron con la
posmodernidad y en algunos casos, como Macri, simpatizaron con la explosión
posmo del menemismo.
Lenín y Macri son las representaciones de mayorías sociales que están
hartas de los relatos ideologizados y de sentir culpa por su individualismo, el
consumo y el goce, pero temen por su futuro. Duran Barba se jacta de que los
presidentes con mejor imagen de América Latina son sus dos clientes: “Las
sociedades quieren tener relaciones horizontales con los líderes y éstos son
dos mandatarios que evitan las formas empaquetadas de los antiguos”.
En octubre, el consultor escribió un ensayo sobre Marx que fue tapa de
Noticias. Allí recordaba que el autor de El Capital sustituyó al idealismo por
un materialismo según el cual las fuerzas económicas determinan lo que ocurre
en el orden social, político y cultural: “Marx desarrolló un método de
análisis, el socialismo científico, que señalaba leyes para superar el orden
establecido, frente al proselitismo inocente en el que creían los utópicos”.
Por más que hable de historia, Duran Barba siempre habla de hoy.
Está seguro de que los políticos que tienen éxito, como Moreno y Macri, lo
tienen por seguir métodos racionales y mensurables. El suyo sería ese
“socialismo científico” y los “utópicos” serían los políticos y asesores
tradicionales, creyentes de relatos supuestamente no realistas.
Manifiesto macrista-leninista. El primero que habló de “macrismo-leninismo” fue
Alejandro Rozitchner. Lo hizo hace años, antes de que Lenín Moreno existiera
por aquí y a modo de provocación. Decía que era una corriente que reflejaba al
“izquierdista evolucionado” y que muchos adherentes al PRO, como él, provenían
de la “izquierda”. El filósofo lo explicaba cual manifiesto: “Los
macristas-leninistas somos reformistas, pensamos que la sociedad mejora con
pequeños pasos concretos producidos con esfuerzo, humor, creatividad, alianzas
y planificación. No creemos en la caída del capitalismo como solución a los
males de este mundo. Creemos que lo más parecido a lo que la revolución buscaba
se consigue más fácil por la vía de un movimiento democrático, amplio, serio y
volcado a la gestión. Un movimiento que los marxistas-leninistas llamarían
burgués y nosotros consideramos humanista y abierto, basado en las ganas de
vivir y de hacer.”
Como la palabra izquierda es tan vaga en términos de ciencia política y
cada uno entiende lo que quiere, tanto Rozitchner como Duran Barba dicen que la
verdadera izquierda es el PRO.
Cuando los marxistas americanos de los 60 advertían que “un fantasma
recorre el continente”, se referían al comunismo.
Ahora, ese fantasma es el del macrismo-leninismo capaz de
cobijar a marxistas y liberales como Moreno y Macri, unidos por el
pragmatismo y la hipermodernidad.
Aunque como los viejos comunistas, como los populistas, como los demás;
ellos hicieron lo que creyeron necesario para llegar al poder y lo seguirán
haciendo para permanecer en él.
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