Por Julio María Sanguinetti (*) |
En el ámbito judicial, Lula arrastra varios
procedimientos. El primero de ellos le ha valido una condena de varios años de
prisión que el tribunal de alzada acaba de ratificar y aun hacer más severa.
Actuó el juez Sérgio Moro, muy respetado y ratificó por unanimidad el tribunal
de apelaciones. Pese a todo, no faltan quienes, incluso en nuestro
país, despotrican contra la Justicia brasileña y, en ese doble código tan afín
a populistas y totalitarios de izquierda, lo declaran mártir de un poder
vengativo y parcial.
Los hechos, sin embargo, nos dicen que el Poder
Judicial brasileño viene actuando, desde 2005, en que reventó el
"mensalão", con una gran parsimonia, cuidado de las formalidades e
independencia. Tanto que no solo ha castigado a políticos, sino que ha sido
implacable con los mayores empresarios del país. Podrán objetarse algunos procedimientos,
podrá discutirse el abuso de la peligrosa práctica de la delación premiada,
pero nadie podrá decir que esa Justicia ha sido complaciente y parcial con el
poder político o el económico.
Más allá de ese debate judicial, en lo
político, los hechos ya comprobados demuestran fehacientemente que Lula
presidió los gobiernos más corruptos de la historia brasileña. Su primer
período apenas inició algunas prácticas corruptas, pero a partir del segundo y
de los gobiernos de Dilma Rousseff (elección y reelección) se inició el
desbarranque. La cúpula del Partido de los Trabajadores (PT) había resuelto
armar una maquinaria electoral imbatible, que lo eternizara en el poder. Y para
sustentar puso a Petrobras como epicentro de una corrupción que se hizo
sistémica. No fue un desvío de algunos funcionarios actuando por su cuenta,
cosa de la que ningún gobierno está libre. En el caso, se armó una estructura
que empezaba en las alturas, con los ministros más importantes, desde el de
Economía hasta el de la Presidencia. El primero, Antonio Palocci, ha sido
rotundo en señalar que el presidente Lula fue quien hizo el acuerdo financiero
con el empresario Marcelo Odebrecht para las grandes financiaciones políticas.
No hay duda de que una estructura de esa magnitud no se podía llevar adelante
sin el Presidente. Salvo que pensáramos que era un pobre incapaz, manejado por
una camarilla de ladrones que a sus espaldas movían los piolines para que
diputados díscolos votaran o hubiera raudales de dinero para toda la
movilización política.
Eso nos lleva de la mano al tema moral. A la luz de
todo lo comprobado, ¿puede el ex Presidente decir que nada tenía que ver?
¿Puede éticamente desligarse de su responsabilidad en el armado de esa
estructura? Sus propios colaboradores están diciendo que él estaba en el
vértice de la pirámide, pero, aun sin esas confesiones, no hay duda de que un
sindicalista sagaz, con años de experiencia en el manejo de realidades
políticas (aunque no fueran las del Estado), no podía ser tan ingenuo para no
advertir lo que ocurría. Por otra parte, digámoslo con toda claridad, era
pública y notoria su cercanía a la firma Odebrecht. Recuerdo haber leído en
diarios, como una noticia normal, que, salido ya de la presidencia, había
viajado a Venezuela con los jerarcas de esa firma para ayudarles a cobrar sumas
derivadas de obras públicas adjudicadas a dedo en la satrapía
"bolivariana" (con perdón del Libertador).
Por donde se le mire, lo de Lula es trágico. Muy
lamentable. Porque en su caso da la impresión de que más que un empeño de
enriquecimiento personal, hubo el desvío moral de una ambición que se había
desatado y quería conservar el poder a todo trance, indefinidamente. A partir de allí,
embriagado con su omnipotencia, creyó que hasta podía recibir un triplex en Guarujá
y que no pasaba nada. Y que se podía enriquecer todo su entorno de un modo
escandaloso y que nadie le cobraría cuenta. Incluso que podía desarrollar esa
conmixtión espuria de poder público y privado que hacía de él un emperador
popular.
Es verdad que, pese a todo, mantiene un segmento de
población que lo acompaña. Es gente que recibió muchos beneficios de él en
tiempos de "vacas gordas" y que, en su mayoría, se identifica todavía
con el viejo obrero, salido de las clases populares. No otra cosa muy
distinta pasa con el kirchnerismo, que aún convoca a gente agradecida y que
acoge, por oposición, la falsa idea de que han llegado al poder los ricos para
quitar beneficios. No creemos que esa popularidad le sea suficiente a Lula para
retornar al poder democráticamente, pero nadie, por más popular que sea, puede
atropellar las leyes, conducir una operación sin precedentes de uso de los
dineros públicos con fines privados e instalar la corrupción populista de que
quien tiene votos puede alzarse con el dinero de la sociedad y abusar del poder
del Estado.
Repetimos, es todo muy triste. Pero a la corrupción
hay que llamarla por su nombre. Lo contrario es que todos nos hagamos cómplices
de ella.
(*) Abogado, Historiador y Escritor. Fue dos veces
presidente de Uruguay.
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