Por Laura Di Marco
"Hay otra Cristina; algo le pasó", juran
en el entorno de Alberto Fernández. Está menos soberbia y, tal vez, más
conectada con la finitud de su ciclo político: una realidad obvia para todos,
menos para ella. La negación -su marca registrada- empezó a resquebrajarse con
la derrota de octubre. Aquella contienda, que robusteció a Cambiemos, le contó
las costillas y la dejó con poco espacio para la fantasía.
"Aunque parezca
mentira, después de dos años, finalmente le cayó la ficha de que
perdimos", apunta un exministro que la frecuenta. Eso y la preocupación
por las causas judiciales que la cercan parecen haberla convencido de buscar
refugio en el PJ - al que siempre detestó- y en volver a abrirles la puerta a
viejos "enemigos". Esos a quienes les había prometido una intifada
eterna.
Así fue como, en el último mes y medio, se reunió
al menos tres veces con Fernández, su antiguo jefe de Gabinete, a quien durante
una década acusó de haberla "traicionado" política y personalmente.
"Fue un poner en orden la relación de cariño y afecto. A ella no le ha
hecho bien estar aislada del peronismo", interpretan, indulgentes, en el
entorno del peronista que nunca fue un funcionario más sino, más bien, un socio
minoritario en la fundación del kirchnerismo. Néstor Kirchner se tocaba el
corazón cuando quería explicarle a algún interlocutor el daño que, según él,
les había infligido el portazo de su amigo, después de la derrota en la guerra
contra el campo. "Ahora es como si Cristina hubiera dicho: 'Empecemos de
nuevo'". Pero ¿empezar qué?
En los últimos dos meses, el exjefe de Gabinete se
embarcó en una maratón de conectividad peronista. Conectividad de improbable
éxito. Hace unos días participó de una explosiva foto que unió a randazzistas,
massistas y kirchneristas en la Universidad Metropolitana para la Educación y
el Trabajo (Unmet), de Víctor Santa María, acusado por la UIF y la Justicia
Federal de atesorar inexplicables millones de dólares en Suiza. La foto fue
calificada de "patética" por Margarita Stolbizer, socia de Massa.
Fernández no la critica a Margarita por ese esperable dardo (más aún, la
respeta); lo que se pregunta, en la intimidad, es qué hace el tigrense con
ella. "Sergio debe decidir si le va a pelear votos con Pro o vuelve al
peronismo; ambas cosas juntas no se pueden hacer", le escucharon decir.
Fernández se juega por la segunda opción. Pero hubo más celulares, más
encuentros y más llamadas a viejos adversarios. Después de haber tenido una
pésima relación con él cuando era jefe de Gabinete, ahora Fernández llamó a un
debilitado Hugo Moyano. En su fuero íntimo, está convencido de que el Gobierno
no quiere investigar al camionero, sino "callarlo".
¿Cuál es la idea de fondo? ¿Cuál es el hilo rojo
que conecta a estos viejos rivales que se han lastimado durante años con las
palabras más horribles? El punto en común es el rechazo a Macri y la certeza de
que Cambiemos se consolidó como una alternativa de poder frente a la hegemonía
peronista. Esta nueva percepción disparó una reacción: la utopía de unir a
todas las tribus del PJ y que, eventualmente, en 2019 unas PASO diriman el
futuro del conglomerado panperonista.
¿Logró convencer Fernández a Cristina de reordenar
el peronismo con unas primarias que, hasta hace muy poco tiempo, le negaba a
Randazzo? Lo intentó. Ella está reblandecida. "Si hubieras venido vos,
habríamos arreglado con Florencio", le endulzó los oídos, en plena
reconciliación. La derrota de octubre terminó de fracturar a La Cámpora, hoy
prácticamente inexistente. Mientras Andrés Larroque sigue tan jacobino como
siempre, un dialoguista Juan Cabandié propone abrirse al peronismo. Cabandié
fue quién llamó al antiguo aliado.
Lo primero que recordó Fernández cuando entró al
Instituto Patria, donde se viene reuniendo con la expresidenta desde principios
de diciembre, es que allí funcionaba el búnker de Massa. Llegó a comentar la
coincidencia geográfica, pero Cristina desvió la mirada. Un reencuentro
político con Massa parece surreal, aunque con el peronismo nunca se sabe. Por
las dudas, la mayoría de los gobernadores peronistas ya avisaron que pondrán un
límite a estos desbordes de la imaginación: juran que, en una nueva alternativa
de poder, no hay espacio para la expresidenta. De la marcha moyanista convocada
para el miércoles 21 ya se bajaron varios antiguos aliados del camionero tan
sospechados como él. No se trata de ética, sino de supervivencia: no quieren
quedar pegados con el kirchnerismo.
Envalentonado con estos reencuentros, Fernández le
escribió un mail al Papa, que se lo respondió en el día. La última charla entre
ellos había sido en el consultorio de Carlos Cecchi, el dentista que compartían
en Buenos Aires. "A ver si se va a Roma y no lo vemos más", aventuró
en la despedida. El vaticinio se cumplió y Fernández adquirió el raro
privilegio de ser uno de los últimos argentinos en haber hablado con Bergoglio
poco antes de que se convirtiera en papa. Finalmente, ambos se encontraron en
la residencia de Santa Marta, hace unos días. ¿Hablaron de política? Sí.
"No volví a tener cargos públicos porque no quiero estar con Cristina,
pero tampoco con los que la insultan", le confesó al Papa. Fernández le
contó sobre el mitin peronista en la Universidad Metropolitana.
¿Buscó Fernández, en el encuentro con el Papa, una
suerte de sutil aval para la unidad del panperonismo? Él lo niega de plano. Sin
embargo, muchos creen que existe un liderazgo populista "vacante" en
América Latina y que el Papa podría ocuparlo con pequeños gestos. En un
revelador artículo publicado el último miércoles en el diario El País,
el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti rescata una frase bergogliana,
lejos de la ambigüedad: "Se estaba buscando un camino hacia la patria
grande y de golpe cruzamos hacia un capitalismo liberal inhumano que hace daño
a la gente", dijo en Perú. Y sigue: "El papa Francisco navega en
medio de extrañas contradicciones: a cada rato desciende de la universalidad de
su posición a minúsculos combates políticos de un inexplicable provincianismo
argentino, al tiempo que no oculta la raíz populista-peronista que el
historiador italiano Loris Zanatta reveló no bien fue ungido".
Preocupada por las causas judiciales, Cristina está
estudiando -y se ampara- en el concepto de lawfare, una
construcción teórica que ubica a la Justicia como un arma de persecución
política contra los opositores, en una articulación con los medios de
comunicación. En forma paralela, Fernández, junto con profesores de la UBA,
está escribiendo un libro en el que apunta a demostrar que los jueces cambiaron
"criterios de décadas" -sobre las prisiones preventivas, por ejemplo-
para adaptarse a las necesidades políticas de Cambiemos. ¿Conversó de eso con
el Papa? Cerca de Fernández aseguran que sí. Más aún, sugieren que el Papa
también está preocupado por el "uso político" de la Justicia y el
clima de "revanchismo". Una percepción difícil de encajar dentro del
aceitado engranaje de la corrupción K, cuyos personajes más emblemáticos
-Jaime, López, De Vido, Báez- solo reconocían dos jefes: primero Néstor,
después Cristina. Siempre guardó secretos políticos Alberto Fernández. La
novedad es que, este verano, quedaron repartidos en dos lugares antagónicos:
unos en el Vaticano, otros en el búnker de La Cámpora.
© La Nación
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