Por Giselle Rumeau |
El agua turbia y oscura de la corrupción le llega al cuello. Pero con
33% de intención de voto, Luis Inacio Lula da Silva marcha
primero en intención de voto para las elecciones presidenciales del 7 de
octubre en Brasil.
Recién el 15 de agosto, fecha en que se cierran las listas, se sabrá si el ex
mandatario -condenado a 12 años de cárcel por ser uno de los principales
articuladores de la trama de corrupción y lavado de dinero que operó en la
estatal Petrobras-
volverá a estar en carrera para conducir los hilos del país más grande
del Mercosur.
No la tiene tan fácil: antes deberá zafar de las rejas y sortear
la Ley de Ficha Limpia, que el mismo impulsó cuando era presidente
e impide presentarse a las urnas a los condenados en dos instancia, tal cual
ocurrió con Lula el 24 de enero pasado. Su estrategia -repiten en el partido-
será pelear con distintos recursos jurídicos y denunciar persecución política
cada vez que se presente algún obstáculo. En el medio, habrá marchas, huelgas
generales y llamados a la desobediencia civil si resultara necesario.
¿El escenario le resulta familiar? Pues sí, las similitudes con
su ex colega Cristina Kirchner son tristes y contundentes. Lula
tiene un 33% de intención de voto y la ex mandataria argentina aún mantiene un
30% de un electorado fiel y obediente, que niega o no le importa el festival
de corrupción que encabezó en los últimos doce años, varios de ellos
junto a su fallecido marido, Néstor Kirchner.
Está claro que la eventual candidatura de Lula, así como el refugio de
CFK en el Congreso con los fueros parlamentarios, se explica en gran medida por
la maraña judicial que los enreda y la imperiosa necesidad de evitar la
prisión. Pero eso no es todo. También demuestra que el populismo en
América Latina aún goza de buena salud. Aunque, la experiencia
populista en la región fue decepcionante, tanto en lo que hace a la
inclusión social, a una mejora en la distribución de la riqueza y a la baja de
la pobreza como al respeto por las instituciones, varios países
latinoamericanos están experimentando una suerte de revival del populismo.
Además de Lula en Brasil, se puede mencionar el caso de Andrés López Obrador en
México, o el de Rafael Correa en Ecuador.
Según explica Roberto García Moritán, Representante Permanente de
Argentina ante las Naciones Unidas (ONU), "el populismo latinoamericano,
con elementos en común como el rechazo a la globalización y al libre
comercio y un cierto menosprecio a los valores y principios
tradicionales de la democracia, aún está lejos de desaparecer".
"Algunos académicos lo ven como un fenómeno progresivo que tiene un pie en
organizaciones sociales que rebasan, en muchos casos, los limites partidarios.
Otros, como un riesgo latente al concepto de la democracia representativa y
basada en orientaciones paternalistas e inmaduras. Lo cierto es que este año
los procesos electorales en Brasil y México -las dos principales economías de
la región y las dos democracias más importantes en términos del número de
población- serán cruciales para saber si el populismo seguirá vigente o conocer
incluso las tendencias geopolíticas futura de América Latina", afirma.
El diplomático destaca que si bien las encuestas de opinión ubican a
Lula en un lugar de privilegio, habrá que ver si la situación se mantiene igual
una vez que se conozca el candidato que pueda beneficiarse de los avances
económicos de la etapa de Michel Temer. "Brasil, en ese sentido y en
virtud de la enorme influencia que ejerce en la región, será una prueba de
fuego", apunta Moritán.
En el caso de México, el líder izquierdista Andrés López Obrador
encabeza las encuestas con un discurso moderado. "Si bien no parece ser un
caudillo revolucionario ni representaría a un populismo clásico, las
particularidades de la compleja relación con Estados Unidos, incluyendo el
futuro del acuerdo de libre comercio Nafta, podría hacer variar ese
perfil", agrega.
El politólogo Enrique Zuleta Puceiro explica que los movimientos
populistas están presentes como una alternativa tangible en la mayor
parte de los países de América Latina: "Son muy diversos y heterogéneos
entre sí y cuesta sumarlos a todos en una misma categoría. Sin embargo un
análisis objetivo señala que, unidos o divididos, representan mayorías
electorales del orden del 35 al 40% que bien pueden volver a gobernar,
sobre todo en el caso de divisiones entre sus opositores".
En esa línea, recuerda que, además del caso de Lula en Brasil y de López
Obrador en México, los movimientos populistas suman mayorías electorales en
países como Chile -donde perdieron en segunda vuelta, aunque sumando más del
60% en la primera-; en Uruguay, gobernado por el Frente Amplio ante la división
de los partidos tradicionales; y en Perú, aunque su división permitió un
triunfo ajustadísimo e inestable en segunda vuelta de Pedro Pablo Kuczynski.
Así las cosas, la pregunta cae de madura: ¿existe alguna
posibilidad de que la Argentina se sume a ese intento de renacimiento
populista?
Nadie cree con sensatez que los augurios del ex juez de la Corte Suprema
de Justicia, Eugenio Raúl Zaffaroni, para que el gobierno de Mauricio
Macri termine antes y "se resuelvan así todos los
problemas económicos", puedan convertirse en realidad. Ni siquiera asustan
las bravuconadas de Hugo Moyano ni
las amenazas de sus delfines, como Sergio Palazzo, sobre un paro bancario por dos meses. Si algo hizo bien el Gobierno por
estos días fue aislar al ex líder camionero y dejarlo solo. O peor
aún, pegado al kirchnerismo y la izquierda más violenta y combativa, los
únicos que lo acompañarán en la marcha de protesta del próximo 21 de febrero.
Aunque -claro- aún está por verse si esa batalla del Gobierno, y la Justicia,
para forzar una renovación sindical a costa de denuncias de lavado de dinero y
corrupción llegará a fondo.
El problema para Cambiemos es
que la inflación no para de crecer y lo
único que baja son las expectativas positivas de la opinión pública sobre una
mejora del país. Si el Gobierno no pudiera mostrar los resultados
prometidos en la batalla contra la inflación y la pobreza; si nunca llegaran
las inversiones largamente anunciadas y no se revirtiera el mal humor social en
los próximos meses, ¿podría la historia de Lula tener un parangón nacional?
¿Sería encabezado por Cristina, si la senadora lograra zafar de las rejas? ¿O
el relato que instaló Cambiemos sobre un cambio cultural en la sociedad, que ya
no quiere dirigentes paternalistas, ni tolera la corrupción, será finalmente lo
que perdurará? Comencemos a despejar las dudas.
Alternativa superadora
Zuleta Puceiro sostiene que más allá de los relatos, los cambios
culturales son una realidad. "La Argentina abandonó hace mucho tiempo
su debilidad por los líderes carismáticos y desconfía de las recetas
mágicas y el paternalismo. Lo que ocurre es que Cambiemos tampoco
ha logrado articular una alternativa superadora", remarca. Según su
visión, "la política económica o la ausencia de alternativas efectivas al
paternalismo de las políticas sociales revelan, para grandes mayorías de la
sociedad, una debilidad para concretar promesas que comparte un 70% de la
sociedad. La actual caída en el apoyo público no es un resultado
exclusivo de las causas económicas. Las causas políticas son muchísimo más
importantes y explican las dificultades actuales del Gobierno para
recuperar la iniciativa y la generación de confianza".
En esa línea de pensamiento, el analista insiste en que la primacía de
las coaliciones anti populistas depende absolutamente de su
capacidad para concretar las propuestas que concitaron el apoyo de mayorías
débiles y heterogéneas. "Un fracaso de la política económica sería grave,
aunque no definitivo, ya que la alternativa populista sigue siendo vista como
responsable de la crisis económica. Lo que no se le perdonaría al Gobierno es
no avanzar con las reformas que prometió. No basta con derrotar la inflación,
el desempleo, la inseguridad ciudadana, la corrupción y, sobre todo, la
posibilidad de construir una democracia fuerte y sólida, independiente de los
poderes fácticos, los sindicatos, los lobbies empresarios, etc. Se necesita
algo más. Si el gobierno de Cambiemos no logra instalar un rumbo propio y
autónomo, capaz de llevar a cabo grandes acuerdos nacionales, y se deja
arrastrar por la polarización, no cabe duda de que abre las condiciones para un
retorno del populismo derrotado en 2015", asegura Zuleta.
El politólogo Julio Burdman hace una distinción sobre lo que se entiende
por populismo, antes de dar su veredicto. "Al igual que términos como
liberal o socialista, populista puede significar varias cosas. En
todos los países presidencialistas de América -en toda América latina y en los
Estados Unidos- la tradición populista es muy fuerte y podemos estar seguros de
que eso no va a cambiar de un día para el otro", señala.
Si nos enfocamos en la Argentina, Burdman destaca que el peronismo sigue
siendo una corriente política muy importante, y todo indica que en algún
momento volverá a ganar elecciones nacionales. "Lo mismo ocurre para los
otros países: mientras haya regímenes democráticos competitivos, los candidatos
populistas tendrán posibilidades de ganar", subraya.
Ahora bien, nadie puede saber si Cristina Kirchner va a estar
ahí. "Hoy en día, la presencia de CFK implica una división del
voto peronista. División que es fundamental para las perspectivas de Macri.
Por eso, si los peronistas quieren volver al poder, sería conveniente que
confluyan en un candidato intermedio, que no espante ni a los kirchneristas ni
a los antikirchneristas", sostiene.
Burdman cree que al relato de Cambiemos le falta, además, una pata
económica. Y mientras no la tenga, es un relato endeble. "Macri expresa,
sin dar detalles, que su gobierno vino a cambiar la cultura económica
argentina, y que el motor del crecimiento debe ser la inversión. Pero esa
inversión imaginada siempre nos remite a Davos,
a la colocación de deuda en dólares, a la esperanza del desembarco de
grandes empresas internacionales. Todo en un nivel muy alto de los
negocios. Le falta una pata de capitalismo popular, algo que
entusiasme a sus propios votantes en materia económica. Cambiemos pide ajuste y
austeridad para que lleguen las grandes inversiones, pero las clases medias y
medias-bajas que votaron a Cambiemos quieren créditos
hipotecarios, consumir mejor, poder abrir un pequeño comercio. El
Gobierno aún no explica cómo va a lograr que sus políticas económicas provean
todos esos resultados", detalla el experto.
En síntesis, el cambio cultural que llevó a Mauricio Macri al Gobierno
es real y tangible. Pero si Cambiemos fracasa en la materialización de los cambios
prometidos y esperados, sean políticos y económicos, será muy difícil que pueda
retener el poder con el único argumento de la "herencia recibida".
Los destinos paralelos de Lula y CFK
Las similitudes entre los casos de Lula da Silva y Cristina Kirchner son
rotundas. El brasileño encabeza las encuestas pese a la condena de 12 años
recibida en segunda instancia por el escándalo de corrupción en Petrobrás. Su
colega argentina enfrenta cinco procesamientos también por hechos ilegales y es
hoy la dirigente de la oposición más votada.
¿Acaso no les importa la corrupción a sus seguidores?, pregunta 3Días.
Julio Burdman asegura que sí, pero el problema es que sus votantes no
creen que ellos sean corruptos. "Al contrario, están convencidos de
que los verdaderos corruptos están entre los adversarios políticos de sus
líderes", dice. "Que las causas judiciales no hayan terminado con su
reputación se puede explicar de muchas formas -agrega Burdman-, pero hay una
que no se puede soslayar: la llegada a la justicia de ambos estuvo
caracterizada por un oportunismo político que puso en duda la
credibilidad de la justicia para mucha gente".
En el caso de Lula, dice, se suma el contexto de que la
destitución de su sucesora, Dilma Rousseff, tuvo bases muy débiles, pese a
la legalidad del hecho. "Y ello convenció a sus simpatizantes de que los
dirigentes del PT están sufriendo persecución. Por lo tanto, la similitud entre
CFK y Lula es que ambos están judicializados pero su reputación está blindada
entre sus numerosos simpatizantes", explica.
Enrique Zuleta Puceiro destaca, por su parte, que la corrupción
es un tema central en la política de América Latina. Sin embargo, dice
que su gravitación en la instancia electoral es relativa. "La
sociedad no advierte diferencias éticas sustanciales al interior de la clase
política. Ve reiterarse las mismas mañas, la presencia del conflicto de
intereses, el nepotismo y el corporativismo. Pero hay algo mucho más
importante: los propios jueces exhiben, a juicio de una gran mayoría, los
mismos defectos. En consecuencia, pierden autoridad moral, independencia y
ecuanimidad. Nadie perdona a Lula o a CFK las cosas que se les imputan. Sin
embargo, no hay quien pueda capitalizar ese rechazo, en la medida en que faltan
alternativas ejemplares".
© 3Días
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