El momento en que Menéndez se baja del auto con un cuchillo y es frenado por su hijo y un custodio (Foto/Enrique Rosito/Argra) |
Por Alfredo Serra
Batirse cuchillo en mano, en la inmensa pampa y
contra la partida de soldados que intenta capturarlo, como Martín Fierro según
la pluma de José Hernández, es un acto de supremo coraje y valentía.
Pero acometer, también cuchillo en mano, en una
calle de Buenos Aires, a un grupo pacífico y desarmado, es un
repugnante acto de matón.
Ese matón y asesino, el alguna vez general de
División Luciano Benjamín Menéndez, que acaba de morir a los 90
años en Córdoba, la ciudad donde, de 1975 a 1979, comandó el terrible Tercer
Cuerpo de Ejército. Un enorme abanico de terror que en esos años, y en
combinación con otras fuerzas armadas, desplegó secuestros, torturas y muerte a
lo largo de diez provincias.
Dos apodos tuvo: Cachorro, en sus días de
estreno del uniforme, y La Hiena de la Perla (uno de los centros de
exterminio del Proceso, la última tiranía militar), que sin duda definía el
espanto que sembraban su nombre, su poder y su pasión por matar.
Detenido por delitos de lesa humanidad, fue indultado
por el entonces presidente Carlos Menem en 1990, pocos días antes del
juicio que –claramente– lo condenaría.
Pero no escapó.
Pero no escapó.
El 24 de julio de 2008, el Tribunal Oral Federal
número 1 de Córdoba ciudad lo sentenció a "prisión perpetua, en
carácter de coautor mediato, por el secuestro, tortura y desaparición de cuatro
militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)"
en 1977, y justamente en La Perla…
Vinculado a casi 140 causas por delitos de lesa
humanidad, fue el militar con más condenas a prisión perpetua de la
historia patria.
Se ufanaba de ser parte del grupo de Los
Duros: Massera, Díaz Bessone, Riveros, Suárez Mason, partidarios
–entre crímenes y tropelías de pesadilla– del delirio de entrar en guerra con
Chile por el conflicto del canal de Beagle.
Sobre ese dislate se permitió una bravuconada
propia de matón con uniforme desconocedor de toda ley salvo la fuerza:
–Si nos dejan atacar a los chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, haremos el brindis de fin de año en el Palacio de La Moneda (la casa de gobierno chilena), y después iremos a mear el champagne en el Pacífico.
Dado de baja del ejército y con una larga colección
de condenadas a cadena perpetua, murió en el Hospital Militar cordobés, donde
estaba internado desde el 7 de febrero.
Ataque al corazón.
Ataque al corazón.
El viento del olvido se llevará muchos detalles de
aquellos años diabólicos. Pero una imagen no se borrará jamás…
En la noche del 21 de agosto de 1984, Menéndez fue
al Canal 13 para ser entrevistado por Bernardo Neustadt. Afuera, en
la calle, había un grupo de Madres de Plaza de Mayo y unos muchachos que le
gritaban "¡asesino, cobarde!". Entonces salió del auto, un Ford
Falcon que lo sacaba del Canal por la calle Lima, y los encaró,
cuchillo en mano. Un cuchillo reglamentario que usan los paracaidistas, hasta
que su hijo y un custodio lo detuvieron.
La foto –símbolo tétrico de un personaje, una
dictadura y una época–, tomada por el reportero gráfico Enrique Rosito, de la
agencia DyN, dio la vuelta al mundo. Para más vergüenza de cuanto
había soportado el país desde 1975, fecha en que Isabel Perón ordenó "la
aniquilación total de la guerrilla", hasta 1983, el amanecer de la
democracia…
Porque ese sujeto vestido con el uniforme de San
Martín, de Belgrano, de tantos héroes y hombres de honor, solo tenía de
aquellos esa ropa descrita en los reglamentos. Lo esencial, el contenido, era
un asesino, un cuchillero, un guapo de cartón fuera de tiempo y lugar.
Apenas una foto…
Apenas una foto…
© Infobae
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