Ricardo Piglia (Foto/Daniel Mordzinski) |
Por Luciano Lamberti
El hombre casado odia las vacaciones. No le gusta estar sin
hacer nada, que es el concepto mismo de vacaciones. Para el hombre casado estar
sin hacer nada es el infierno. Los chicos están de vacaciones, rompiendo los
kinotos, hay que llevarlos a la pileta. El aire acondicionado arregla un poco
las cosas, pero cuando llegue la factura de la luz el hombre casado se
arrodillará para llorar durante una semana entera.
Hace calor, un calor que
parece bíblico, y que el mismo del año pasado y del siguiente, pero es tomado
como una sorpresa, como si uno no supiera que en enero hace calor.
El hombre casado sueña con vivir en Alaska o en el norte de
Canadá, rodeado de grandes extensiones vírgenes de montañas cubiertas de pinos.
Acá el calor es humillante. Es una vergüenza. Es como si la realidad (en este
caso, un hombre de unos ciento ochenta kilos) le diera un lengüetazo en la
mejilla derecha cada vez que sale a la calle.
Las vacaciones son como un tiempo en suspenso. El hombre
casado lee cosas de a puchitos, fumando en el balcón de su casa. Los diarios de
Piglia, cuentos de Pollock, El rey Lear (¿en serio, eso lee? ¿Qué hace el
hombre casado releyendo Shakespeare a esta altura de su vida? ¿No le da
vergüenza?). El hombre casado se entera de que Piglia tomaba anfetaminas y
escribía en sesiones de diez horas diarias. El hombre casado envidia a Piglia.
El hombre casado lee, en el último tomo de sus diarios, la forma en la que
Piglia escribió Respiración Artificial, y lo envidia. El hombre casado mira las
entrañas de la confección de ese libro maravilloso, las dudas, los cambios
sobre la marcha. El hombre casado lee las negociaciones de Piglia para la
publicación del libro, que termina saliendo en Pomaire con un adelanto de cinco
mil dólares. El hombre casado envidia a Piglia. El hombre casado lee, en el
tercer tomo del diario de Piglia, la forma en la que éste vivió la dictadura,
asombrándose de que todo siguiera igual, en apariencia. En otra parte, algo que
lo sacude: “Era la gravitación de la literatura fantástica que había sido en
nuestra cultura, un modo de narrar muy original que permitía postular una
realidad inquietante más verdadera que la realidad tal cual vive”. El hombre
casado siente un cortocircuito cerebral: la misma idea, o algo parecida, es la
que figura en el libro de Gamerro (El Martín Fierro o El facundo) acerca de los
discursos del estado como ficciones, como máquinas de producir ficción, como
generadores de mitos. Y entre ellos el peronismo como la gran mitología
argentina: la que ya forma parte prácticamente de la naturaleza. El peronismo
no tiene fecha de nacimiento, porque es natural.
Gamerro piensa en una idea bastante común en la carrera de
Letras: la manera en la que la Argentina se construye discursivamente antes de
percibirla incluso en la realidad. La Pampa, el gaucho, el indio, lo
“argentino”, dice Gamerro, recuerda el hombre casado, son construcciones
discursivas anteriores a la experiencia directa. Es por eso, piensa el hombre
casado, que en la Argentina el fantástico prende tanto: porque se propone como
una alternativa, no a la realidad real, sino a la realidad construida desde el
estado, que nada tiene que ver con la realidad. No hay tal realidad. No se
encuentra en ninguna parte. No hay hechos sino hombres casados que leen el
diario o miran los noticieros y creen en esa realidad con más fuerza que la
otra, la que ellos mismos perciben.
Borges escribe un cuento donde un grupo de científicos crea
la descripción de un planeta falso, que poco a poco va imponiéndose en éste.
Arlt escribe una novela sobre un hombre que ha quedado fuera del sistema y
descubre, en esos resquicios, la existencia de una célula anarquista
terrorista, la Resistencia, que se propone conquistar el mundo (imponer su
propia ficción, porque de eso y no de otra cosa se trata el poder). Piglia
escribe Respiración artificial hablando de la dictadura, durante la dictadura,
dejando que la dictadura se cuele en todos los resquicios, sin nombrarla nunca.
Otra entrada de su diario: “Eso es lo más siniestro, bajo una apariencia de
normalidad, el terror persiste y la realidad cotidiana sigue ahí como un
muerto, pero a veces una filtración deja ver la verdad cruda”.
La literatura argentina, piensa el hombre casado, con lentes
negros, al lado de una pileta, trata de romper el cerco, de saltar hacia ese
otro lado, donde no hay palabras y donde no hay representaciones y donde hay
que hacerlo todo de nuevo, para arruinarlo una vez más.
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