La escena modificada en la ópera Carmen, presentada en Italia, y que originó múltiples críticas por la censura y alteración de una obra de arte. |
Por Sergio
Ramírez (*)
La censura es la imposición de un criterio particular,
el de una persona, un clan, una secta, una entidad religiosa, política social,
sobre lo que debe o no debe leerse, verse, oírse, difundirse. Es, en todos los
casos, un acto arbitrario de poder que busca imponer a los demás criterios
paternalistas que, siendo ideológicos, pretenden tener catadura ética, y no
pocas veces estética. No otra cosa que la antítesis absoluta de la libertad.
Cuando se trata de la obra de arte, semejantes
imposiciones pueden partir de visiones muy reaccionarias del mundo, la mano
puritana puesta delante de los ojos del prójimo para que no vea un desnudo o
una escena erótica; o de otras que pretenden ser progresistas y libertarias,
como aquellas que proclaman la igualdad, o buscan la conquista de nuevos
derechos. Pero una visión libertaria que busca abolir la libertad se liquida a
sí misma y se vuelve también reaccionaria.
Hay quienes piensan, y están en todo su derecho de
hacerlo, que la trama de la ópera Carmen es machista. Don José,
despechado porque Carmen, su amante, lo rechaza para irse con un torero de fama
y gloria, mientras él no es más que un soldado sin fortuna, un don nadie,
termina acuchillándola, y esta es la celebrada escena final, antes de que caiga
el telón.
Carmen es un personaje arquetípico de la mujer que
paga con su vida su propio afán de libertad, así como don Juan lo es del
seductor, que paga con su vida su constante lujuria, y termina en el plan de
los infiernos. Los dos se han convertido en mitos universales, y Carmen, un
personaje originalmente literario, debe más su popularidad a la música que a la
literatura. La novela de Prosper Merimée sobrevive gracias a la ópera compuesta
por su compatriota Georges Bizet.
Hace pocas semanas el Teatro Maggio Musicale de
Florencia estrenó una versión de Carmen con un final diferente, ideado
por el director Leo Muscato. En la famosa última escena, en lugar de que el
despechado don José acuchille a la desdichada Carmen, ella le arrebata la
pistola y lo mata de un balazo. Los melómanos, ofendidos, abuchearon la escena.
Este cambio radical en la representación, la
víctima femenina convertida en victimaria, tiene el propósito declarado de
denunciar la violencia machista, dado que la versión original no es sino un
ejemplo, un mal ejemplo, de femicidio. Así lo justificó el director del teatro.
Esto nos llevaría a una cadena infinita de
revisiones de los relatos clásicos desde una perspectiva de género. Al lobo del
cuento de Caperucita Roja, popularizado por los hermanos Grimm, habría que
dejarlo como está: como depredador sexual recibe su merecido porque el cazador
le llena la barriga de perdigones de escopeta. Pero lo que debió haber hecho
Madame Bovary, en lugar de suicidarse con arsénico, es pegarle un tiro tan
certero como el de la nueva Carmen a su cínico y despiadado amante Rodolphe
Boulanger cuando, asediada por los acreedores, busca su auxilio y él se niega a
socorrerla.
A finales del año pasado, una ofendida señora, de
moral muy victoriana, consiguió reunir cerca de 9 mil firmas para demandar que
el Museo Metropolitano de Nueva York retirara de la vista del público la
pintura El sueño de Teresa, de uno de los más importantes artistas
contemporáneos, Balthazar Klossowski, mejor conocido como Balthus, "porque
promueve el voyerismo y la cosificación de los niños". El cuadro representa
a una muchachita de 13 años que duerme la siesta en una silla, con la pierna
levantada, y deja a la vista su ropa interior.
Al contrario del criterio de la dama pudibunda,
este cuadro, que data de 1938, ha sido visto siempre por la crítica como muestra
de la despreocupada pureza infantil que emana de la placidez del sueño. El
museo rechazó la petición: "Las artes visuales son uno de los medios más
importantes que tenemos para reflexionar a la vez sobre el pasado y el
presente, y esperamos motivar la continua evolución de la cultura actual a
través de una discusión informada y de respeto por la expresión creativa",
expresó en un comunicado.
Pero también una de las grandes novelas del siglo
veinte, Lolita, de Vladimir Nabokov, donde se narra la relación sexual
de una adolescente con un adulto que bien podría ser su padre, tardó en
encontrar editor, y publicada por fin en 1955 estuvo prohibida en Francia e
Inglaterra, bajo la acusación de pornográfica y de promover la pedofilia.
Lo mismo la magistral novela Ulises de James
Joyce, prohibida por inmoral en Estados Unidos en 1920 y mantenida en la lista
negra durante diez años; y más atrás, Flaubert sometido a juicio criminal en
1857 bajo el cargo de ensalzar el adulterio en Madame Bovary, pero absuelto por
la corte tras ocupar durante varias sesiones el mismo banquillo donde se
sentaban los homicidas, ladrones y estafadores. Suerte que no corrió
Baudelaire, con Las flores del mal seis meses después: condenado el
autor, el tribunal mandó suprimir seis de los poemas del libro.
También, hace poco, un usuario de Facebook ha
acusado a la compañía ante un tribunal francés por haber suprimido su cuenta,
debido a que reprodujo el famoso cuadro de Gustave Courbet El origen del
mundo, que está colgado en el Museo de Orsay en París, y que muestra en
primer plano una vulva en todos sus detalles, como si se tratara de la
ilustración de un texto de ginecología.
La cultura ha sobrevivido a lo largo de la historia
de la humanidad derrotando las imposiciones de toda clase de inquisidores. Qué
buscar en las redes, qué ver en los museos, en los teatros y las salas de ópera
y en el cine, qué leer en los libros y revistas, qué música escuchar es un
derecho que los seres humanos no pueden ceder a nadie.
(*) Escritor, Premio Cervantez 2017, exvicepresidente
de Nicaragua
© La Nación
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