Por Carlos Ares (*) |
Iba. Erguido, trabado, ganador ¿Ganador? ¿Me hago trampas al solitario?
¿A quién quiero engañar? Desvalido, iba. En cámara lenta. Un dibujito con
pelos. Eso era yo yendo hacia ella. Una bolsa de papas tímidas empujada hacia adelante
por la invisible mano del deseo. Pero aún con la boca seca me daba ánimo.
Bien,
vamos, no te quedaste oculto detrás del diario, en el cubículo de tu oficina,
simulando mirar por la ventana del bar, refugiado en la cueva oscura de tus
ojos para verla andar desde ahí. Entrar, pasar, caminar, sentarse. Esta vez,
por primera vez, vas.
Fui. Pasé cerca, como a medio metro. Pregunté al cajero qué debía, pagué
y salí sin volver la cabeza. No vaya a ser que le molestara mi insistencia. Que
no era tal, después de todo, porque siempre, creo, logré bajar los ojos a
tiempo y desviarlos si era ella la que dejaba de estar atenta a la pantalla del
celular y, solo para aliviar los músculos del cuello, sin intención, levantaba
la cabeza en dirección a mí.
Cada día, todos, los días, desde hace ¿cuánto?, pienso decirle ¿qué? No
sé. Imagino conversaciones que comienzan del modo más inocente. Del tipo:
“Perdón, me quedé sin saldo en la SUBE, ¿me bancarías este viaje? No me
convence. Da ratón. Podría contestar, sin siquiera mirarme: “En la ventanilla
te cargan”. Tal vez, pienso, sería mejor: “¿Sabés qué puedo tomar para
Bancalari?”. Esa es habitual, clásica. Pero si me dice: “No sé”, o “Sí”, y me
indica, ¿cómo la sigo?
A veces desarrollo encuentros piolas, originales. Le llego bien, casual,
caigo simpático, divertido, y ella –en mi fantasía– me sigue la conversación
como en un juego de seducción mutua. Pero no me hago ilusiones. Sé que ya no se
dan así en la realidad. Si no es el momento, si no es el lugar, si resulto cargoso,
podría gritar, hacer un escándalo, maltratarme. La única utilidad que les veo a
esos monólogos interiores que apunto en libretas es publicarlos bajo algún
título fuerte, atractivo, como texto de autoayuda para los nuevos tiempos.
“¡Que perseguir su deseo no le dé paja!”.
Hasta mirando fútbol me pasa. Voy con pelota dominada. Ella se cruza,
viene a la marca. Le digo, amablemente, te convendría correrte porque es muy
probable que amague a salir por un lado y te engañe arrancando para el otro. Es
una que hago siempre. Pero, de pronto, entre un pase de Licha López a Lautaro
Martínez, la veo cuando, sorprendida, me dice: “¿Qué te pasa, gil, creés que
gambeteás mejor porque sos hombre?”.
Me disculpo entonces y, sin reacción, miro cómo la pelota se me va lentamente
afuera por la línea de fondo. Tendría que consultar a un psicólogo
futbolero.
¿Qué me pasa Doc? Desde que ella entró a la cancha, la veo pasar y no la
agarro. ¿Qué fue de mi deseo de meterla, de hacer goles? ¿Ya no sirvo para
“diez con llegada”, ni para “nueve”? ¿Ocho, siete? ¿Tengo que tirarme tan
atrás? El tipo dirá: ”¿A usted qué le parece?”. Pienso. “Me parece que después
de miles de años de elaborar estrategias defensivas ahora están pasando bien al
ataque”. Silencio.
Escucho un “Hujum”. Sigo: “Desde que inventaron a Dios y escribieron
después el cuento ése del "Espíritu Santo” para justificar el abuso de
María, las religiones y doctrinas y declaraciones y códigos y leyes que
fundaron las instituciones del poder fueron escritas y administradas por
hombres. En todos los ámbitos: –familiares, sociales, culturales, políticos–,
las mujeres pagaron, y pagan por ser, de un modo u otro, entera o en partes,
con su única vida. Han sido y son las víctimas mayoritarias de la
discriminación, la inequidad y la violencia, continua, humillante, mortal.
Laboral, salarial, por trata de personas, femicidios, abortos clandestinos,
desamparos y maltratos cotidianos”.
Cuando veo que mira el reloj, voy a lo que vine: ¿Qué hago, Doc, con mi
deseo hasta que ella, la diosa, la “papisa”, la “monseñora” de mis días, me dé
pelota y me bendiga con el suyo? Entrecierra los ojos. Me palmea la espalda y
me despide: “Si algún día coinciden los dos deseos, disfrute. Mientras tanto,
hágase cargo del suyo. Y escriba ese libro del que me habló, no es mala idea”.
¿El de la paja, Doc? “Nos vemos en la próxima”.
(*)
Periodista
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