¿Tener padre es misoginia?
Por Tania
Balleza
¿A usted la discriminan —o lo discriminan— si no es feminista?, pregunté
uno de estos días. Misógina, machista, ingenua, condescendiente, ojete,
sarcástica, pendeja, me dijeron por haber preguntado. Que cómo era posible que
yo me cuestionara eso.
A menudo pienso que los roles de género, como normas sociales, son Un
mundo feliz, un paseo por los Días maravillosos de J.
G. Ballard. Pareciera que no podemos salir, por más que queramos, de ese
universo (comillas comillas) vacacional al que nos sometemos los no célibes.
Hace unos días mi hija de trece terminó la novela de Huxley. Mamá, me
dijo, en resumen, ese futuro se acerca, terminaremos como ellos, tomando soma para
curar nuestras penas. Hija, le quise decir, hace tiempo que terminamos así.
Pero no le dije. No porque estuviera dopada con soma y hablara
por eso en segunda persona nosotros, sino porque es así.
Hay soma para nadar en ella, y los problemas por los que
atravesamos como raza, para caer en su consumo, tienen casi todo que ver con
los roles de género, con las normas sociales y el comportamiento moral.
En el Londres de Un mundo feliz no puede hacerse
mención de la madre ni el padre, por ejemplo. Hoy no falta mucho para eso,
también podría decirle a mi hija. A como vamos, tener papá será misógino y
tener mamá será misándrico.
Hace trece años que soy madre y siete años que vivo en matrimonio, y
presiento, hasta hoy, que no hay oscuridad al final del túnel. Sí, tanta luz me
ciega. No termino de construir mi papel en esta familia cuando tengo que
conjugarlo. Lo digo eufemísticamente para no vetar de mi mente las infinitas
posibilidades que puede albergar mi futuro. Pero sí, la vida de familia,
pienso, es ese lugar donde se pone en evidencia la tragedia de los roles de
género y sus ideologías; por muy poco iluminadas que éstas estén, nuestra
condición humana se cierne en el reflector. Y es desde aquí, desde este lugar
como yo me creé en el mundo, que escribo.
Se va haciendo vieja la noticia, lo sé. La noticia del feminismo
radical, el de la cuarta ola, lo del machismo, lo del hembrismo, lo del
sexismo, lo de la corrección política. Pero no dejemos por eso de reaccionar
ante declaraciones estúpidas como ésta. La de un tuit que leí, que me dio mucha
risa:
¿Esto es lo que se les cuenta a los adolescentes hoy en día cuando les
está naciendo vello en la cara? Estupefacta y sin salvavidas, morí. ¿Es esto
cierto, mujeres? ¿En qué mundo me encuentro? A mí me excitan las barbas, el
vello masculino, el hedor sublime del sudor de vez en cuando, y mi estupor
comienza donde termina su sentencia determinista de feminismo contemporáneo.
No, no termina, leo acusación tras otra en su intento de salvar la
primera cuando ésta se ahoga. Su feminismo es obstinado. A mí las barbas me
provocan. Y bueno, me queda decir que si no te gustan a ti, feminista, besa a
un lampiño, o qué mejor, a otra mujer, pero por favor no hables por todas las
mujeres del mundo mundial, y no digas que tener barba es una actitud machista.
Con esta declaración me acordé de inmediato de cuando conocí a mi marido
hace siete años. Su mejor amigo me envió una fotografía donde se ven los dos
comiendo ensalada en la terraza de un restaurante. Me la envió a petición mía,
para certificar la existencia del otro, de mi pretendido y pretendiente, en
tiempo real. Me asomé a su cotidianidad. Servía, nuestro nuevo amigo en común,
de candil entre dos desconocidos que querían gustarse. En la fotografía se les
veía sentados uno frente a otro compartiendo los alimentos. Posaban para mí. Lo
hacían de manera graciosa, amena y simple. Mis ojos se dirigieron, cuando abrí
la fotografía en el mensaje, a los brazos de Gustavo. Remangada su camisa
dejaba ver dos antebrazos velludos y prominentes, su mano izquierda llevaba el
tenedor a su boca, gesticulaba una mordida. Mis ojos volvían a sus brazos una y
otra vez. Los imaginé rozando los míos hasta que un deseo acalorado despertó en
mí. Por unos minutos busqué algún otro rasgo de masculinidad y de hombría, y lo
vi, en su rostro, en su barba no tan marcada, sutil. Fantaseé horas con un beso
suyo, adolorido, rasposo, y lo quise tener cerca.
Qué miedo. Qué miedo les tengo a las feministas que muerden. Así se
hacen llamar las que piden a gritos que se le tema a su furia feminista:
“Feminista (de las que muerden)” se puede leer en su perfil personal de
Twitter. Dicen que no son culeras pero cuando alguien, mujer, hombre, cuestiona
su doctrina, su dogma, le llaman pendejo o pendeja, según su género. Sí les
temo, sí me aversan, y no quiero que dejen su marca de mordida en mi brazo. No
se me antoja ser testigo de su ira exaltada tampoco, mucho menos se me antoja
que me representen. ¿A usted lo discriminan o la discriminan si no es
feminista?, pregunté uno de estos días. Misógina, machista, ingenua,
condescendiente, ojete, sarcástica, pendeja, me dijeron por haber preguntado.
Que cómo era posible que yo me cuestionara eso. Uno piensa, quiero decirles, a
uno le funciona el bulbo.
Cuando fui monja, convalecí, queridas feministas. Imaginen el furor
religioso adicionado con feminismo. Algo así les está pasando. Luego de dejar
aquel matriarcado no se me dio la gana de ser parte de otro. Y a esta nueva ola
ya no le basta con evidenciar los defectos del hombre, ahora les adjudican la
desgracia del mundo. No suficiente con desprestigiarlo buscan hacerlo
responsable por la escoria de la sociedad. Que la mujer no goza de la estima
suficiente, dicen, como si tuvieran un estimómetro. Y si una mujer anda como
pez en el agua, gozando de sus aires y sus mares la llaman alienada. ¿Quién las
entiende? Que el hombre debe renunciar a sus privilegios de hombre antes de
atreverse a llamarse feminista, dicen estas feministas, como si estuvieran
éstos formados en las filas del feminismo wanna be. Que sus
privilegios son dados de nacimiento, que no merecen el mundo futuro si no le
dan cabida a la mujer, dicen. Pues yo veo a muchos hombres desaprovechando esos
mentados privilegios de los que hablan, eh. ¿A qué privilegios debe renunciar
el albañil o el soldado de dieciocho años que mandan a la guerra? ¿O el papá
que no tiene 42 días para gozar a su recién nacido?
Veo, no sólo en redes sociales, las carencias de identidad bastante ociosas;
que casi todo, hablando de manera general, les asusta y amenaza, como si sus
sueños no fueran lo suficientemente sólidos para ir a perseguirlos, ¿o porque
se sienten vacíos de ellos es que se concentran en victimizarse? Y no es que
desprecie a estos no identificados, no es de ellos de quien hablo, aunque sus
posturas, por lo tanto, desafiantes, escalofriantes y desoladoras como ellas
solas, que ni someten al escrutinio, los deje en evidencia. Ya no dejan sus
ideologías y juicios en simples posturas, sino que las materializan. Eso da
mucho miedo. Su crisis de identidad los lleva a hacer valer tanto un punto al
grado de apagar y desvalorizar puntos, opiniones y artes ajenos, a linchar, a
matar, a discriminar a todo el que no piense como ellos(as). Esto se ha vuelto
una incriminación, ya no tanto una discriminación. El que quiere ofenderse,
dice un amigo, encontrará agravios en todas partes y a todas horas. Se
convierten en lo que critican. No soy una vejete. Pero no me identifico. No
conformes con querer formar parte de la fila hacia la Rotonda de las personas
ilustres, sin hacer nada más que quejarse, y no a manera de libre expresión
sino a manera de defensa inútil, estas mujeres nos dejan en vergüenza en el
intento. ¿Ser feminista o criminalista?, me pregunto cuando con lo único que
saben refutar es con el número de feminicidios y contando. ¿El problema es el
feminicidio, pues? Apuntémonos entonces en la Facultad de criminalística,
caray. Que de eso no sabemos nada. Dicen perseguir un futuro donde no existan
sólo espacios para los varones. Que ya mucho han abarcado y ocupado. Para
espacios seguros y nuestros, ¿educación diferenciada, again? ¿Qué
hay de eso? En la historia, deben saber, se nos han dado esos espacios. Y los
tenemos. Que no los queramos compartir con ellos es otra cosa. Tuvimos
educación diferenciada y vean, ¿en qué resultó? Están los mentados Círculos de
mujeres, también, que dan miedo. Esperen un tiempo a convivir sólo con ellas,
amateurs del feminismo, espérense.
Gracias por la invitación a beber, le dije a una de estas feministas que
contestó a mi publicación. Me invitó una cerveza. Me encanta beber, le dije, y
beber sobretodo acompañada de personas que consensúan, que están abiertas al
diálogo cuando se trata de tocar temas sensibles como el feminismo. Pero me
llamaste misógina, le advertí. Ésos son precisamente los modos de los que
hablo, los peligrosos. Que tú te asumas como misógina, o asumas que tienes
misoginia interiorizada, no significa que todas lo seamos o lo asumamos. Yo no
me identifico con lo que dices, no pienso que tenga una misoginia que sanar.
Según tu teoría, ¿también me odio a mi misma si cuestiono al feminismo, si
expongo una pregunta como la que hice? Creo que fui muy cortés. Me llamó
perdida e ingenua. Pregunté en Facebook si no se les había ocurrido que este
feminismo, como se lleva a cabo últimamente, nos llevaría a la peor guerra de
la historia.
Tengo tres hijas, y por supuesto me interesa educarlas de manera que
ejerzan sus derechos y, si desean apuntarse a la causa, que lo hagan de manera
asertiva, no que la arruinen y la desprestigien como estas mujeres. Si tuviera
un hijo lo haría igual. Asumiendo que hombres y mujeres tienen necesidades
diferentes, lo haría igual. Estas mujeres hablan de un machismo radicado en el hecho
de llevar barba, ¡háganme el chingado favor!
He escrito hermosos ensayos sobre la mujer, pero muy pocos sobre el
hombre. En suma, el resultado es que, pasados los años, en los diarios, en las
novelas, en los libros, en la cotidianidad, es poco lo que leo y atestiguo a
favor del hombre desde la mirada femenina. Llueven reclamos. Curioso, sin
embargo, lo que he podido aprender del hombre, que no sufre a causa del
machismo, sino por otras cuestiones de roles de género. El machismo no es lo
que niega al hombre de la posibilidad de sentir, ¿por qué no les preguntas
mejor lo que les impide sentir? La agresión a su naturaleza no viene del
machismo en exclusiva. Y eso es lo que a mí me interesa saber, y aprender. ¿Por
qué no, antes de ponerme a la defensiva, especulo? Nada me cuesta escucharlos.
Lo cual no significa que haga oídos sordos a las cuestiones femeninas. ¿Cuánto
tiempo realmente le hemos dedicado a comprender la masculinidad de la mujer? Yo
no tengo las cuentas claras.
¿Es el feminismo un dogma? Mi hija de doce no conoce las necesidades
particulares de los varones, apenas y conoce las suyas. Me interesa que mis
tres hijas crezcan con un juicio en balance con respecto a las necesidades
particulares de la mujer y del hombre. No que defiendan un dogma.
Existe el síndrome de alienación parental, sí. Es tangible. Estamos
hablando de niños cuya libertad de expresión por lo general está coartada. Y no
sólo la de expresión, los padres manipulamos el mundo de nuestros hijos por completo.
Tengo tres hijas y es lo que hago todos los días. En palabras más civilizadas
la llamo educación, crianza. Pero eso es lo que hago. No vemos las
consecuencias porque no están a un metro de distancia, ni a un día, ni a una
semana. ¡Están a años!
Esa alteración de la salud existe. Perturba el comportamiento, las
relaciones, el crecimiento. A la fecha, madres de más de cincuenta años le
piden, y a veces exigen a sus hijos de treinta que no vean a su padre, que no
lo reciban en su casa, que no mantengan relación con él, que no lo tengan como
“amigo” en Facebook, ¡y tienen treinta años!, con hijos, con carrera, con
negocio, con una vida hecha, y cuando la madre lo dice, pide o exige, ¡reparan
en considerarlo! Por supuesto que reaccionan en el momento y se sacuden el
trastorno de alienación parental para seguir con su vida y abrirle así las
puertas de su casa al padre que aman. Hay gente que lidia con esto toda su
vida.
La influencia de la madre en nuestras vidas es prominente. Si el padre,
en cambio, es reservado, respetuoso, cauteloso, las madres lo llaman
desinterés. Su misandría las puede llevar a niveles insospechados. Pero de eso
nadie habla porque es “solidaridad”.
© Revista
Replicante
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