Por Fernando Savater |
Las supersticiones son consideraciones falsas acerca de lo
real, más influidas por el miedo que por la observación, a las que cualquier
circunstancia vale como refrendo y nada sirve como refutación. Las llamadas
“drogas” son uno de los temas favoritos de los supersticiosos. Es un campo en
el que no solo no hay avances racionales sino patentes retrocesos desde los
tiempos en que Thomas Szasz y Antonio Escohotado aportaron claves iluminadoras
que escandalizaron a algunos pero no fueron refutadas por nadie.
La cruzada
prohibicionista, cuyos únicos frutos han sido el gangsterismo, la adulteración
mortífera, la corrupción policial y el retroceso de la democracia en países
americanos, parecía ya desacreditada incluso entre políticos conservadores pero
en nuestro país vuelve a gozar de excelente salud. Lo demuestran las reacciones
histéricas que ha suscitado un folleto explicativo sobre el tema editado por el
Ayuntamiento de Zaragoza entre todas las fuerzas políticas salvo Podemos, dicho
sea por una vez en su honor.
Lo que allí se dice es pura evidencia: que drogas y
medicinas son sustancias del mismo género, diferentes sólo en efectos sobre el
organismo, dosis recomendables y leyes que enmarcan su distribución. Que todas
admiten uso adecuado (a veces no recomendable) y abuso peligroso. Que puesto
que no van a desaparecer del mercado, sobre todo las prohibidas, más vale
aprender cómo manejarlas por si la curiosidad o la tentación vencen a la
prudencia. Escandalizarse ante esa guía es como fulminar la educación sexual en
la escuela por corromper a los menores... En privado, los políticos menos
cerriles de cualquier partido admiten que tales instrucciones son útiles pero
añaden que la “gente” no lo entiende así. Es la renuncia a la ilustración:
decir a la gente lo que quiere oír, nunca lo que debe saber...
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