El caso del artista visual Chuck Close nos obliga a cuestionar si se debe considerar la conducta personal de un artista por encima del valor artístico de su obra. |
Por Sergio Muñoz Bata
La feroz condena social que se desató con la denuncia contra los
depredadores sexuales en la industria cinematográfica, en los negocios y en la
política incursiona ahora en el mundo del arte transformada en imperdonable
censura.
En una muy controvertida decisión, la prestigiosa Galería Nacional de
Arte, en Washington D.C. abruptamente decidió posponer indefinidamente la exhibición
que tenía programada del prominente artista Chuck Close al surgir acusaciones
de acoso sexual en su contra. Es posible que el nombre de Close tenga poca
resonancia entre el público latinoamericano pero en el mundo del arte el
artista goza de un enorme prestigio porque sus monumentales pinturas y
fotografías han redefinido el arte del retrato.
Le denuncian por usar un lenguaje sexualmente inapropiado en su trato
con jóvenes aspirantes a pintoras y por pedirles injustificadamente que se
desnuden. En este sentido, es verdad que entre los pintores existe una especie
de código de conducta que demanda dar aviso anticipado a una modelo que su
trabajo implica un desnudo y asegurarse de que la modelo no tiene inconveniente
de hacerlo, de evitar comentarios sobre su cuerpo y de mantener un ambiente
profesional mientras dure la sesión. En el caso de Close, la cosa se complica
porque algunas de las mujeres que le acusan dicen que fueron a verle como
artistas, no como modelos, y que lejos de tener justificación artística sus
comentarios denotaban un deseo morboso gratificación personal. Él acepta que
pudo haberlas ofendido pero lo atribuye a su costumbre de hablar con un
lenguaje soez y no a una insinuación sexual.
Más allá de la reprobable vulgaridad de su trato, el problema para mí y
para muchos otros comentaristas ha sido la decisión del museo de cancelar su
exposición y las posibles repercusiones de la decisión. ¿Qué van a hacer La
Galería Nacional, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, la Tate de
Londres y el Pompidou de Paris que exhiben obras de Close? ¿Purgarlas? Otra
pregunta urgente es si se debe considerar la conducta personal de un artista
por encima del valor artístico de su obra. De aplicarse este tipo de criterios
¿Qué va a hacer la Galería Nacional con la Familia de Saltimbanquis de
Picasso que exhibe en sus salas? El pintor español es un hombre que se
distinguió por su infame maltrato a las mujeres. ¿Y qué va a pasar con otra de
sus adquisiciones, El Satiro de Benvenuto Cellini, el
extraordinario orfebre, escultor, músico y poeta fue acusado de haber violado a
una de sus modelos? Otro extraordinario pintor con presencia en la Galería es
Caravaggio, el conflictivo artista que en su tiempo fue un asesino prófugo de
la justicia.
La historia de la censura en el arte es tan antigua como repugnante.
Hubo un Papa que cubrió los desnudos del Juicio Final de
Miguel Ángel en la Capilla Sixtina con hojas de higo y taparrabos; el ex
alcalde de Nueva York Rudy Giuliani demandó al Museo de Arte de Brooklin por
exhibir una obra que mostraba a una Virgen María negra pintada con excrementos
de elefante y rodeada de imágenes pornográficas. El Museo contrademandó y ganó
el juicio.
Y si continuáramos por este camino ¿Cuál sería el destino de los
escritores que escriben sobre temas controvertidos y no han llevado una vida
ejemplar? ¿Podría una joven lectora que tomó de los estantes de la biblioteca
pública El Amante de Lady Chatterley demandar a la ciudad por
ofrecer novelas con escenas explícitamente sexuales? Y ¿qué pasaría si un
católico se ofende leyendo el Tartufo de Moliere? O ¿A un
conservador le parece inapropiado que en las librerías se venda el Manifiesto
Comunista? ¿Deben las escuelas y bibliotecas públicas hacer un escrutinio de su
acervo cultural para censurar novelas, reproducciones de arte, ensayos críticos
de la sociedad que ofendan a una persona? ¿Se le puede pedir a un artista y a
las instituciones que los cobijan que tenga sensibilidad para responder a los
imperativos morales de una audiencia que por naturaleza es
heterogénea?
Yo entiendo y aplaudo, a pesar de sus ocasionales excesos, al movimiento
#metoo porque nos obliga a reflexionar sobre conductas ofensivas e injustas.
Pero estoy profundamente en desacuerdo con la censura a Close y me preocupan
las posibles implicaciones políticas de la decisión. La Galería Nacional recibe
más del 70% de su presupuesto del dinero de los contribuyentes vía el gobierno
federal y esta no sería la primera vez que un museo, una casa editorial o un
medio de comunicación opta por la censura para evitarse complicaciones
políticas.
© Letras Libres
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