Por Manuel Vicent |
El canibalismo era
una antigua práctica gastronómica que consistía en comerse los humanos unos a
otros mediante sacrificios rituales o simplemente por hambre. Aunque está
asociado a algunas tribus de cazadores de cabezas que devoraban el cerebro del
enemigo para adquirir su fuerza, el canibalismo hoy sigue vigente bajo la
especie informática a través de las cuatro o cinco empresas que dominan el
mundo de la comunicación.
De la misma forma
con que se ceba a las ocas por sonda para obtener un exquisito paté de su
hígado hipertrofiado, así convierte el sistema nuestro cerebro, a través de las
redes sociales, en una de esas sopas, que tanto le gustan a Drácula.
Hubo un tiempo en
que unos gigantes de la filosofía y de la ciencia, Pitágoras, Sócrates,
Copérnico, Galileo, Newton, Einstein y Hawking, nos hicieron creer que el
conocimiento sin límites depararía progreso, libertad e independencia a la
humanidad. Ese sueño se ha desvanecido.
Puede que usted aún
se crea libre e independiente, pero no es más que un producto nutritivo,
atiborrado de publicidad e información tóxica, dispuesto para el festín de los
nuevos antropófagos del sistema quienes por medio de los dispositivos móviles,
de los big data, de
los blockchains, de las múltiples aplicaciones de la
inteligencia artificial controlan todos los movimientos, hábitos y tendencias
de nuestra vida. Somos como nos quiere el poder: consumidores autómatas,
controlados, alegres y desarmados. El conde Drácula ha adquirido una forma
digital.
Hoy todo el mundo
va con el móvil en la oreja, pegado a la yugular, sin saber que es el lugar más
propicio para que el vampiro ponga a trabajar sus colmillos. Pero al final del
banquete, ¿dónde depositará los cráneos y carcasas vacías cuando el conde
Drácula nos haya chupado toda la sangre? En el móvil tiene que haber una
aplicación. Pulse infierno.
© El País (España)
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