Por Fernando Savater |
Leonor, dulce
Leonor, felicidad para ti. ¡Qué nombre más bonito para una princesa! Imposible
no recordar al oírlo a aquella otra Leonor, la de Aquitania, la mítica Aliénor
que fue reina consorte de Francia y de Inglaterra, madre de Ricardo Corazón de
León y del traicionero Juan Sin Tierra, hasta convertirse siglos después en la
Katharine Hepburn de El león en invierno. Me
alegró ver a tu padre felicitarse a sí mismo concediéndote una condecoración
suprema que encierra un símbolo escabroso que no tienes por qué conocer ahora.
El Rey impone el Toisón de Oro a la princesa Leonor. |
Pero me preocupo por ti, mi Leonor, tan guapa y formal, tan irresistible. Debes
escuchar los consejos de tu padre y obedecerle, nunca me oirás decir otra cosa.
Luego, en un susurro, te hago una excepción. Al imponerte el Toisón, junto a
otras cosas hermosas y sensatas te dijo el Rey: “Harás tuyas todas las
preocupaciones y las alegrías, todos los anhelos y los sentimientos de los
españoles”. Escúchame, Leonor: ni se te ocurra. Porque entre los españoles las
alegrías de unos son preocupaciones de otros y nunca anhelan al unísono ni
sienten juntos. Si pretendes empatizar con todos te harán pedazos, ellos mismos
viven despedazados y para despedazar.
¡Dulce Leonor,
nuestra Aliénor, tan protegida por tu familia, tan desamparada ante el vendaval
del futuro imprevisible! Si fuera posible la fuga, te ayudaría a huir. Eres la
princesa de los que preferimos ser ciudadanos sin república a republicanos sin
ciudadanía, un escuadrón poco fiable porque no creemos en princesas aun
sabiendo que eres la mejor opción. Al verte en palacio el otro día recordaba
los versos de Juan Eduardo Cirlot: “La luz de tu belleza de princesa /
brilla en la eternidad de este momento; / princesa del horror de ser
princesa”.
© El País (España)
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