Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Que cierren las piernas. Como si no existieran los
accidentes, no se rompieran preservativos ni fallaran las pastillas. Que
cierren las piernas, como si el o la que lo dice nunca hubiera estado una
semana con las gónadas atravesadas en la garganta a la espera de que sólo sea
un retraso por estrés.
Que cierren las piernas, como si los hombres que
depositan su esperma no estuvieran tan implicados en el resultado. Que cierren
las piernas, no vaya a ser cosa que descubramos que hay personas que todavía
tienen sexo, y disfrutan de tenerlo tanto como disfrutan de vivir una vida
distinta, en la que todavía no se sienten con ganas de ser madres. O padres. Y
no, no es un error de propiedades biológicas: el aborto es un interés
compartido, aunque varios se hagan los boludos.
Que cierren las piernas, porque si quedaron embarazadas es
por putas. Porque si cogen, son putas. Que cierren las piernas y, si les toca
igual, hagan como María, que nunca las abrió, quedó embarazada igual y aceptó
su destino. Que hagan de cuenta que el test de embarazo es, en realidad, el
Arcángel Gabriel. Que cierren las piernas porque el aborto es un pecado, como
lo dice la Iglesia ancestralmente desde… 1869. Que cierren las piernas para no
ofender a Dios, a pesar de que la doctrina de los considerados Padres de la
Iglesia sostiene que no pasa nada con un aborto temprano, dado que Dios
otorgaría un alma sólo cuando encontrase una materia preparada, según el
mismísmo Santo Tomás de Aquino, el mismo autor de la Suma Teológica que también
dijo que, hasta que esa materia esté preparada –o casualidad, entre los 40 y 90
días de gestación–, la vida que se desarrolla dentro del seno materno no es muy
distinta a la de un vegetal. Paradojas de la vida: los conservadores se amparan
en una reforma eclesiástica de un siglo y medio en una institución que durante
nueve siglos no tuvo esa misma posición.
Podríamos hablar de miles de argumentos y refutarlos uno por
uno. Podríamos decir que si un embrión es un ser humano y un aborto es un
homicidio, todas las mujeres que sufrieron abortos espontáneos deberían ser
procesadas por homicidio culposo hasta que se demuestre su inocencia.
Podríamos preguntarnos qué tiene en la cabeza una persona
que supone que alguien quiere abortar por deporte, porque le pintó, porque no
tenía nada mejor para hacer. Podríamos preguntarnos por qué alguien supone que
todas las que abortan quieren hacerlo, y no que tienen que hacerlo.
Podría preguntar cuántos de los que dicen “que los tengan y
los den en adopción” acompañaría a una madre que no quiere serlo en esos nueve
meses para llevarse luego el bebé. Podría decir, también, que no me sorprende
en ningún aspecto que esas mismas personas que hablan de adopción también se
nieguen a que matrimonios homosexuales puedan adoptar.
Podríamos preguntarnos por qué utilizamos el argumento “les
damos pastillas, les damos preservativos y les damos la píldora del día
después, que se jodan si no se cuidaron”, cuando las pastilla del día después
generó un debate igual de furibundo hace menos de dos décadas. Por abortiva,
obviamente.
Podríamos, también, agarrar a todos y cada uno de los que
dicen “se hubieran cuidado antes” y remarcarles que los planteos contrafácticos
son de imposible aplicación, salvo que tengan una máquina del tiempo. De paso,
podríamos anotar a todos los “hubieran” en un listado para dejarlos afuera de
cualquier tipo de cobertura de salud ante diabetes no congénita, cáncer de
fumador, obesidad o un tratamiento de conducto. Y qué querés que te diga:
hubieras comido menos caramelos, hermano. Por otro lado, entiendo la falta de
educación y podríamos debatir la prevención una vez legalizado, así no seguimos
metidos en el quilombo.
Podríamos hablar de esas señoras conservadoras y
antiabortistas que han pagado los abortos de la nena para no arruinarle el
futuro. Podríamos hablar de esos señores conservas que no tienen drama en pagar
una cancelación de embarazo a la amante. Podríamos hablar de tantas cosas….
Podríamos preguntarnos por qué piden defender una vida
potencial a excepción del caso de una violación, como si el feto-ser humano en
potencia tuviera algo que ver en las circunstancias de su padre biológico.
Antes pensaba en estos casos como una contradicción del antiabortista que
negaba el derecho de una mujer a disponer de su propio cuerpo salvo el caso de
haber sido violada. Los entiendo porque yo también estuve en esa posición por
años, hasta que me pregunté si no estaba considerando la excepción por una
cuestión más lindante con el deseo de impedir la procreación de un delincuente.
No me gustó sentir esa sensación de pensar que hay vidas inocentes y otras no
tanto por portación genética.
Podríamos, eso sí –denserio– plantear el debate del aborto
desde lo monetarista, dado que la salud, en Argentina, es (debería ser) de
alcance universal. O sea: cuánto nos costaría un sistema de salud que incluya
el aborto legal en hospitales públicos, cuánto se incrementaría la cuota de una
prepaga, etcétera. Quizá, en ese debate se dimensione que un aborto con
pastillas legales cuesta un par de miles de pesos, que un aborto con
intervención es mucho, muchísimo más económico que un parto. Y que la
manutención de un infante proveniente de una madre sin recursos que fue
obligada a hacer lo que no deseaba, también nos cuesta un buen dinero. O
podríamos hablar de lo más grave: el enorme costo de dinero que se va en
atender a quienes fueron sometidas a un aborto clandestino en condiciones
paupérrimas, en lugares de mierda y atendidas por sujetos más cercanos a la
carnicería que a la medicina.
Al igual que cuando hace ocho años decíamos que la
aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo no implicaba la
obligación de sentarse en un tronco para quien no lo deseara, pareciera
necesario aclarar que legalizar el aborto no obliga a nadie a abortar, ni vendrán
las fuerzas del orden de Herodes a asesinar primogénitos casa por casa. Es lo
bello de la libertad: ¿Querés tener una prole de 19 unidades? Adelante. Y
hacete cargo libremente, sin obligarme a hacer lo mismo.
Entiendo los dogmas religiosos, y los respeto porque me
gusta que respeten los míos. Pero en ese contrato social que suscribimos al
aceptar vivir en una sociedad organizada en este territorio, sabemos que
nuestras creencias religiosas no pueden decidir los destinos del resto de
nuestros compatriotas. Hasta finales del siglo XIX, el único registro de que
una persona pasó por la vida lo tenía la Iglesia, siempre y cuando fuera
bautizado. Cambiar esa situación llevó a una ruptura de relaciones con el
Vaticano y una merma en la popularidad del entonces presidente por parte de una
gran porción de la ciudadanía. Pero a veces hay cosas que se tienen que decidir
sin tener en cuenta el termómetro social. Se hizo y hoy no nos imaginamos tener
que realizar un trámite con un certificado de bautismo.
En cuanto a materia educativa, el tema va más allá de
enseñar educación sexual. Hasta hace no mucho, creía que los chicos de clase
media para arriba venían mejor preparados en materia de educación sexual hasta
que me encontré con que cuidarse a la hora del sexo es algo relativo, al menos
en comparación a lo que fue para los de mi generación. Nosotros, que crecimos
con un pánico atroz a contagiarnos de HIV y morirnos en un año o dos, tuvimos
una educación preventiva sin igual. El Estado inundaba cualquier dependencia
con información para prevenir el contagio del virus, las propagandas del propio
Estado y de las fundaciones nos quemaban la cabeza a tal punto que nadie se
atrevía a hacerlo sin un preservativo y todos llevábamos uno en la billetera.
Al pedo, obvio, pero estaba ahí, como una manguera contra incendios que sí
deseábamos usar cuanto antes. Que el HIV dejara de ser mortal y se convirtiera
en una enfermedad crónica cambió las cosas y no lo queremos aceptar. No la
vimos venir. Las campañas se relajaron y, fundamentalmente, se relajaron los
padres. Estimados: es imposible dimensionar lo que me han quemado la cabeza mis
padres pidiéndome que use forro hasta cuando avisaba que iba al videoclub.
La educación sexual se relajó, pero ese tampoco es el punto.
A la hora de hablar de aborto también tenemos que tener en cuenta que un tercio
de la población vive bajo la línea de la pobreza. Más grave: que uno de cada
dos niños vive en situación de pobreza. Cosas de la vida conserva en Argentina:
sólo tres lustros de vida de un muñeco separan que sea receptor de un “que
cierren las piernas” hacia su madre hasta el indefectible “hay que matarlos a
todos” para él. O que nos negamos a hablar de planificación familiar y al mismo
tiempo no queremos pagar más impuestos para paliar la pobreza infantil. Aborto
no, eugenesia sí.
No hace falta a esta altura del texto que aclare mi postura
frente al aborto. Y no, no siempre fue la misma. Con el tiempo fui cambiando.
Sólo espero que sea un punto de inflexión y de inicio, y no uno de llegada.
Espero que no suceda como con el matrimonio igualitario que, una vez conseguida
tamaña bandera, todos se relajaron y todavía estamos esperando una ley de
adopciones como la gente. Literalmente como la gente: una ley de adopciones que
trate a los niños como seres humanos. Y digo que no nos relajemos en caso de
que se apruebe ya que tras el aborto debería venir una masiva campaña de
educación en todos los sectores para tatuarles en la cabeza los métodos de
prevención, y también para quitarles la culpa, enseñarles que si deciden
postergar la maternidad/paternidad, lo único que están matando es un futuro de
frustración por no haber hecho las cosas que soñaban.
Por lo pronto, no cierren las piernas. Tomen pastillas, usen
preservativo. Abran las piernas, o pónganse de espaldas, patita al hombro,
arriba, abajo, de coté, o lo que quieran, con el amor de tu vida, con un chongo
esporádico, un amante, o dos, o tres.
Y no nos matemos. Después de todo, sólo es una opinión.
Vernerdì. Si mi madre me hubiera abortado, no me habría
enterado.
Publicado por Lucca
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