Por Sergio Suppo
El control y la manipulación de la agenda pública, un
recurso de la vieja política, tiene una versión maquillada de posmodernidad por
Jaime Durán Barba. En apenas un mes, el Gobierno encendió tres discusiones
sociales ajenas a los problemas políticos y económicos que provocaron una caída
en las encuestas de la administración de Mauricio Macri.
A fines de enero, un decreto para retirar a los familiares
de los ministros del Poder Ejecutivo vino en ayuda de la agrietada salud
política del ministro de Trabajo, Jorge Triaca. No se fue el jefe de la cartera
laboral, pero a cambio debieron marcharse poco más de una decena de parientes
de otros funcionarios y del propio Triaca. Las debilidades éticas de algunos
miembros del gabinete no se terminaron con ese decreto, como se vio
inmediatamente después con la renuncia de Agustín Díaz Gilligan.
Un par de semanas después, Macri dio un formidable respaldo
al policía Luis Chocobar, al recibirlo en la Casa Rosada, luego de que al
uniformado le hubiesen embargado los bienes en la causa judicial en la que se
investiga cómo mató a un delincuente que acababa de acuchillar gravemente a un
turista norteamericano. Durante unos días, se debatió sobre el uso de la
violencia por parte de los agentes del Estado. Llegó a debatirse la legitimidad
de matar por la espalda. Luego, todo se diluyó rápidamente en las redes
sociales, tal como en el siglo pasado saltaban de un tema a otro las
discusiones de café.
El jueves, en una reunión destinada a definir las
prioridades legislativas del Gobierno, el jefe de Gabinete, Marcos Peña,
sorprendió a los jefes parlamentarios con una autorización: tenía vía libre la
discusión sobre la despenalización del aborto.
La puerta que abrió Peña no será solo una distracción de las
complicaciones económicas del Gobierno. Usar el siempre intenso debate sobre la
interrupción del embarazo sería una relativización excesiva de un asunto que en
realidad significa una decisión política que promete múltiples consecuencias.
Es precisamente por el impacto en la política que tiene una
discusión sobre el aborto que desde 1983 ningún gobierno democrático había
autorizado un debate legislativo sin precondiciones. Aunque la historia no es
una de sus pasiones, el Presidente sabe que está en la misma situación que
cuando Raúl Alfonsín aceptó el debate de la ley de divorcio vincular, y que
Cristina Kirchner, respecto de la ley de matrimonio igualitario. El temor a la
reacción de la Iglesia merodeó siempre las decisiones presidenciales cuando se
trató de cambiar leyes que se contraponen a dogmas católicos.
¿La frialdad de Francisco con el gobierno de Macri encontró
una respuesta? ¿Hay, por tanto, una intención de réplica? El oficialismo lo
negará siempre, pero la circunstancia no es opinable: el aborto se debatirá en
la Argentina mientras crecen en el país grupos sociales y políticos opositores
que enarbolan banderas referenciados en las ideas y las acciones del Papa.
Macri acaba de sacarse el peso de los sectores de izquierda,
kirchneristas y progresistas de la propia coalición oficialista que lo acusaban
-con más énfasis que a la renuente Cristina- de bloquear la discusión sobre el
asunto. El fin de semana todavía duraba la sorpresa por la decisión
presidencial entre legisladoras que se aprestaban a impulsar una secuencia que
incluía la presentación de un proyecto, el 6 de marzo, más una sesión especial,
el 8, en coincidencia con la marcha por el Día de la Mujer.
Una cosa es la discusión recién habilitada y otra, muy
distinta, su impredecible resultado. En Diputados, donde milita un grupo
multipartidario de parlamentarias, está pendiente una búsqueda de consensos
sobre la que hay más ilusiones que certezas. Ni los diputados con mayor rodaje
se atreven a predecir que pueda votarse un proyecto que autorice el aborto
hasta las 14 semanas de gestación, tal como está escrito en la iniciativa que
comenzará a discutirse.
Una aprobación en Diputados no es imposible, pero un trabajo
laborioso y paciente de persuasión deberá mediar para lograr los votos en todas
las bancadas, por lo demás, desarticuladas y liberadas de hecho de la
disciplina partidaria.
Todavía más complejo es votar una ley de aborto en el Senado
, donde siempre primó un aire más conservador que en Diputados. ¿Cristina
votará en contra o se abstendrá para no desairar a las seguidoras que están a
favor de un cambio de legislación? Por ahora, calla. Macri también elige
recordar que es contrario al aborto, un criterio fuertemente mayoritario en su
gabinete, que se extiende a la gobernadora María Eugenia Vidal.
Un cambio próximo a la sorpresa política haría avanzar en el
Senado el proyecto de aborto. Es así como, al final de un largo camino lleno de
marchas multitudinarias a favor y en contra, discusiones en los medios, las
redes sociales y en el propio Congreso, la Argentina podría encontrar que su
legítima representación política opina que el aborto debe seguir siendo ilegal.
Francisco y Macri habrían así encontrado, por fin, una inesperada coincidencia.
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