Por Fernando Savater |
Uno de los aciertos propagandísticos del franquismo fue
llamar “rojos” a todos sus adversarios, desde democristianos a anarquistas. Los
desafueros de unos contaminaban a los demás.
Hoy se utiliza con idéntica
amplitud de desdén el término “socialdemócrata” para descalificar cualquier
medio o propuesta cercana al socialismo, sin matices.
Aprovechan que los socialistas se desacreditan rebajando su
mensaje político a la defensa de excéntricos vocingleros y colectivizadores
victimistas de derechos que pueden reivindicarse desde la libertad e igualdad
ciudadana.
Peor, caen en la incoherencia de exigir fiscalmente a los
contribuyentes adinerados mientras protegen en nombre de identidades
fantásticas a quienes exigen privilegios para ciertos territorios. Sólo les
falta proponer un referéndum pactado para preguntar a los ricos cuántos impuestos
consideran justo pagar: ¡ahí sí que encontrarían independentistas entusiastas!
Pero eso no invalida el planteamiento socialdemócrata: la
combinación de parlamentarismo constitucional, libertad regulada de comercio y
asistencia social para todos es desde la II Guerra Mundial el mínimo común
denominador de la política europea respetable.
Y se puede ir más allá, como señaló hace casi un siglo
Harold Laski en ¿Civilizar el mundo de
los negocios? (en Los peligros de la
obediencia, editorial Sequitur). La mercantilización del mundo no es la vía
regia de la libertad ni su condición inapelable.
Cabe valorar la propiedad privada sin adorarla: “La
propiedad nunca debe ser tan grande como para que su beneficiario pueda ejercer
el poder meramente en razón de su magnitud; y nunca debe ser tan pequeña como
para no permitir otra preocupación que la búsqueda del sustento material más
inmediato”. Ni colectivismo ni oligarquía: un individualismo de la
responsabilidad social.
0 comments :
Publicar un comentario