Por Gustavo González |
Los viejos técnicos de la burocracia estatal, que vieron pasar a políticos
de distinto signo, dicen haber encontrado un patrón sobre la corrupción
pública: “Al principio los gobiernos roban poco y ordenado. Después, mucho y
desordenado”. La sola generalización le hace perder calidad científica a la
máxima, pero sirve para transmitir una sensación instalada.
La hipótesis de esas dos supuestas etapas de corrupción encontraría su
prueba histórica en el alfonsinismo pre y pos Plan Austral, el menemismo pre y
pos privatizaciones y el gobierno de la Alianza pre y pos-Banelco. Sobre los K,
la diferencia sería entre Néstor y Cristina. Según el mito, CFK habría
intentado acotar la corrupción heredada, pero al hacerlo generó una anarquía de
corruptos y cajas descontroladas.
Responda o no a la realidad, esa visión no impide la pretensión
de una sociedad de ser representada por funcionarios honestos (tampoco
la pretensión de los funcionarios de que sus representados lo sean).
El porqué de la corrupción en el Estado es un análisis inacabado
en la Argentina. Si es inherente a la política, a un gen defectuoso del
argentino o a la pobreza del país. Sí se lo relaciona en el mundo con la
debilidad institucional de las naciones y con la flexibilidad moral de las
normas de convivencia.
Zonas grises. En cualquier caso, la lucha contra la corrupción es parte esencial
del relato de este gobierno: el macrismo es tan atípico en muchos aspectos que
una mayoría social tiene derecho a creer que también lo sea en cuanto al
combate de ese mal.
Lo cierto es que el haber instalado la anticorrupción como cruzada
nacional obliga al oficialismo a sobreactuar transparencia: la sola sospecha de
zonas grises podría traerle consecuencias políticas impredecibles.
Las cuentas offshore de la familia presidencial (Panamá
Papers), la relación de Gustavo
Arribas con Odebrecht y la condonación de $ 70 mil millones a
la empresa de los Macri por el Correo fueron las primeras denuncias, que luego
perdieron peso, se desestimaron o, en el caso del Correo, implicaron una marcha
atrás.
Angel Calcaterra, el primo presidencial,
carga con un pedido de embargo por $ 54 millones del fiscal que investiga
coimas en el soterramiento del Sarmiento. La obra es uno de los capítulos
argentinos del Lava Jato. Carrió dice a quien quiera
oírla que “va a ir preso”.
Ella está convencida, además, de que otro amigo del Gobierno, Daniel
Angelici, está detrás de supuestos negociados con el juego. Lo llama
“delincuente” y lo acusa de “interferir en la Justicia con el consentimiento
del Presidente”.
La Oficina Anticorrupción (OA) ya trató casi mil causas contra
funcionarios; la mayor parte proviene de denunciadores seriales. Aún tiene
en foco a treinta nombres de alto rango, en general por conflictos de
intereses. Es evidente que, por ser un gobierno de CEOs, requiere de un cuidado
adicional para no atender en ambos lados del mostrador.
La última denuncia que ingresó a la OA fue contra el ministro de
Trabajo. Triaca es apuntado por el sindicalismo desde que su
ministerio dejó de ser una repartición más de los jefes gremiales, y la
acusación en su contra (maltrato a una empleada, presuntamente en negro e
incorporada a la intervención del gremio del “Caballo” Suárez) es alentada por
algunos de ellos como una devolución de favores frente a la avanzada sobre la
corrupción sindical. Ayer, Perfil fue más allá e informó
sobre otras 200 personas que ingresaron en esa intervención.
El ministro de Finanzas, Luis
Caputo, es otro de los que suelen estar en la mira por conflictos de
intereses. En 2017 fue noticia por un millonario giro de la Anses a un fondo de
inversión que había creado, lo que derivó en otra denuncia sobre “pagos
innecesarios” por $ 10 millones. Además, el informe Paradise Papers
disparó causas judiciales por el manejo, previo a su asunción, de dos
fondos de inversión en Caimán no declarados.
También Edgardo Cenzón es mencionado en esos papeles como titular de US$
750 mil en acciones, en un fondo no declarado en Bermudas. El explica que no
las declaró porque no eran suyas sino de un amigo. Cenzón es un hombre
de confianza de Macri(responsable de la recaudación de su campaña
presidencial), y sobre ese vínculo se tejen especulaciones. Se dice que fue el
jefe de Estado quien se lo sugirió como ministro de Infraestructura a Vidal.
Duró diez meses. La gobernadora lo reemplazó por Roberto Gigante, a quien
llaman “el auditor” porque pasó un año revisando las cuentas de Cenzón.
Energía rentable. Un nuevo episodio de sospechas fue dado a conocer
por Emilia Delfino en este diario y motivó distintas denuncias judiciales: con
pocos meses de distancia, entre 2016 y 2017, una empresa del Grupo
Macri compró y vendió parques eólicos, obteniendo en esa transacción una
ganancia de casi US$ 50 millones, aunque privados involucrados sostienen que
sería menor teniendo en cuenta lo invertido y parte de la deuda que habrían
asumido cuando compraron.
Este tipo de energía es uno de los caballitos de batalla de Macri en su
lucha por incentivar la energía renovable. Su familia creyó en él, aunque
pronto decidió vender lo que había adquirido. En el medio se quedó con una
interesante diferencia, que hasta ahora no se probó que fuera ilegal.
Fuentes del sector señalan que los Macri tuvieron buen ojo en su
inversión, ya que se trataba de acuerdos muy beneficiosos para los
privados: el Estado (a través de Cammesa) se había comprometido a pagar US$ 110
a la empresa elegida por cada megavatio-hora (MWh). Más que los US$ 70 MWh que
se comprometieron en la ronda 1.0 de 2016; más que los US$ 50 MWh de la ronda
1.5, y mucho más que los US$ 37 MWh de la ronda 2.0, ambas de 2017. En el área
Loma Blanca IV, la única que fue comprada y vendida produciendo, el precio de
US$ 110 es el vigente, según la empresa Genneia. En el resto de las zonas
adquiridas por la firma china Goldwind se habría renegociado un precio que va
de los US$ 71 a los US$ 75, según fuentes oficiales. Una tarifa también
atractiva.
Otra novedad energética se conocería estos días al anunciarse la privatización
de Centrales de la Costa, una firma provincial de energía térmica. Siempre
fue deficitaria, pero en dos años pasó de perder 500 a 100 millones de pesos y
la expectativa era terminar 2018 en break-even. De hecho, hace un año ganó una
licitación de energía eólica. Lo hizo en sociedad con Genneia, la misma empresa
a la que la familia Macri le vendió uno de sus parques eólicos. El hombre
fuerte de Genneia es Darío Lizzano, quien a su vez encabeza la constructora que
acaba de comprar la empresa de Nicky Caputo, el otro “hermano” de
Macri.
Ser y parecer. Si el Gobierno es honesto, como a la mayoría de la sociedad le
gustaría que fuera, debe hacer esfuerzos extremos para parecerlo. Por eso hace
bien con su proyecto para endurecer las penas contra la corrupción, que
llegarían a los 12 años de prisión si se tratara del Presidente o funcionarios
de primera línea. “Hemos elevado la vara y nos tenemos que poner a esa altura”,
acepta Marcos Peña.
Esta parte de su relato de gestión es esencial para diferenciarse de
todos los gobiernos y demostrar que la eventual corrupción que pueda revelarse
en el Estado consistirá en inevitables casos aislados que serán castigados.
Ser y parecer es importante para los funcionarios. Ser y parecer en
el sentido de Pompeya, la mujer de Julio César, que además de ser honesta debía
parecerlo. No como Mesalina, la mujer del emperador Claudio, que era tan
promiscua como demostraba ser.
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