Por Tomás Abraham (*) |
Dos libros que se publicaron hace poco tienen
a Milagro Sala como centro de atención.La libertad no es
un Milagro, de Horacio Verbitsky,
y Milagro, de Alicia
Dujovne Ortiz.
El periodista hace uso y abusa de su habitual
racismo de clase.
Modifica los apellidos, marca genealogías para mostrar manchas
heredadas de oligarcas como los Solanas Pacheco de los que desciende el
cineasta de “La hora de los hornos”, o los Peña Braun que enmarcan con su
parentesco al jefe de Gabinete, recordar que la ministra de Desarrollo Social,
Carolina Stanley, también tiene un apellido repudiable ya que su padre era un
banquero de una multinacional, o meterle la zeta al presidente en lugar de la
ce, no sabemos por qué pero no es por adolecer de un zezeo gráfico.
Su libro comienza por denigrar al gobernador de
Gerardo Morales, y lo hace acusándolo de racista, de odiar negros e indios.
Dice que cuando era estudiante, en lugar de movilizarse por causas nobles, lo
hacía para que se permitiera abrir una playa de estacionamiento de autos;
agrega que jamás se le vió “saltar” en una marcha de protesta (cambia el
estribillo del Mundial 78: el que no salta es moralés…).
Señala que Morales es pulcro, que, en su época
estudiantil, mientras sus compañeros dormían en bolsas de dormir, él lo hacía
en un hotel.
Recuerda que fue viceministro en el Ministerio de
Desarrollo Social durante De la Rúa, sin vincularlo con Fernández Meijide, que
era la ministra, sino con Patricia Bullrich – emblema de odio por parte de su
antigua feligresía montonera.
Morales fue tesorero del partido radical, lo que el
que ex periodista de Pagina 12 denomina “toda una concepción del poder”.
Agrega que apoyó la derogación de la 125, durante
lo que Verbitsky define como “la sublevación de la Sociedad Rural”…con sus
cientos de miles oligarcas en las rutas y calles.
En letra chica nos cuenta que este patroncito
jujeño, copetudo de provincia, en realidad es hijo de inmigrantes de Bolivia,
en donde criaban cerdos y ovejas, con un padre que tuvo un kiosko en una
estación de tren y una abuela aborigen que se vestía como una chola.
Abandono. Verbitsky completa en este libro sus cuarenta
y nueve notas sobre Milagro Sala en Página/12entre enero de 2016 y febrero
de 2017, y nos recuerda su vida. Su abandono recién nacida, el modo en que la
enfermera del hospital en el que la dejaron en una caja la adoptó sin decirle
que no era propia, a pesar de la diferencia en el color de piel y de rasgos con
sus hermanos; el descubrimiento de que era adoptaba cuando tenía catorce años,
su violenta reacción ante lo que consideraba un imperdonable engaño y los años
en que deambula por la marginalidad, a pesar de que no deja de estudiar y se
incorpora a la CTA y a ATE, en donde se forma como militante sindical.
Una vida de luchas contra el bipartidismo dominante
en la provincia, contra un sistema en que el Ingenio Ledesma es el símbolo de
un poder feudalizado que manipula al poder político, y cuyo patrón, Blaquier,
es acusado de complicidad con el régimen militar del Proceso al abrirle al
ejército las puerta del ingenio y señalar a obreros para que fueron llevados y
asesinados.
Una lucha que comenzó una etapa constructiva
irrefrenable hasta convertir los emprendimientos que ella lideraba en el tercer
empleador de la provincia, sólo superado por el Estado y el Ingenio.
Una obra que consta de miles de viviendas que los
miembros de las cooperativas construyeron con sus propias manos a un costo muy
inferior al que presentaban las empresas habituales proveedoras de los
gobiernos de la provincia.
Verbitsky cita al arquitecto Jaime Sorín, ex decano
de la Facultad de Arquitectura de la UBA que dice: “La Túpac se aparta de la
ideología dominante (viviendismo), construye ciudad a través de un colectivo
social devenido en comunidad”.
Una serie de conflictos no sólo con el gobernador
Fellner, sino con el propio gremio de la construcción, que vio disminuir el
número de afiliados de cuatro mil a ochocientos.
El funcionamiento de plantas textiles en Alto
Comedero en las que cosían guardapolvos encargados por el gobierno nacional
hasta convertirse en líderes del ramo. El Ministerio de Desarrollo Social le
enviaba de veinte mil a treinta mil metros de tela para la confección de los
delantales, les entregaban la mitad y el resto lo comercializaban.
La expansión de esta rama textil de las cooperativas
en la provincia de Corrientes, hasta tener cuatro filiales productivas en la
provincia de Buenos Aires, Mendoza y el Chaco.
Todo con el sello de Túpac Amaru, con los acentos
cambiados de acuerdo a la entonación quechua.
Clínicas odontológicas, escuelas primarias y
secundarias, institutos terciarios, escuelas para discapacitados, una matrícula
de cinco mil alumnos, campañas contra la homofobia y el machismo, una batalla
sin cuartel contra el alcoholismo, lo que podemos llamar la creación de una
nueva forma de vida que apunta al futuro, que diseña proyectos, que se hace de
un porvenir, que recupera valores ancestrales y lleva a cabo ceremonias y
rituales que recuperan una identidad subyugada.
Verbitsky sostiene que la obra de la Túpac trató de
construir de una manera lenta y persistente un nuevo sujeto económico, por el
que el excedente se distribuía entre los miembros de la comunidad en valores
materiales y simbólicos como la educación gratuita, cultura, deporte, servicios
de sepelio gratuitos, etc.
No se trata sólo de identidad sino del modo en que
una minoría constitutiva de la nacionalidad lucha por su supervivencia y por
tener un lugar en la sociedad moderna.
Porque se trata de modernidad, la obra de Milagro
se apropia de la tecnología y de los avances civilizatorios para enriquecer a
su comunidad. Por eso abrió cibercafés, telecabinas, minimercados,
polideportivos.
No lo podría haber hecho sin la financiación del
gobierno de los Kirchner, con el que mantenía relaciones cambiantes y con
frecuencia conflictivas. La política vernácula comenzó a deglutir la obra de
Milagro Sala. Los Kirchner le exigían incorporarse al Frente para la Victoria.
Someterse al electoralismo que beneficiaba a Fellner, y bregar por la reforma
constitucional para eternizar a Cristina.
Milagro se quejaba de que la ex presidenta los
trataba de pobres, que no reconocía la singularidad de sus tareas, que no
tomaba en cuenta la diferencia que marcaba la procedencia de su raza.
Verbitsky, que detalla todas estas cosas, sostiene
que los dirigentes sociales cuando intentan proyectarse políticamente corren el
riesgo de perder los espacios de poder y la obra realizada. Cita los casos de
Augusto Vandor, Luis D`Elía, Víctor de Gennaro y de Carlos “el Perro”
Santillán.
Habla de las falencias y las inevitables trampas a
las que lleva lo que el periodista denomina como “la desmesura tupaquera”.
La organización celebraba el día de Reyes con
regalos para setenta mil familias, Milagro iba a La Salada, “universo
fantástico con treinta mil puestos de venta”, en el que Milagro se abastecía de
blusas, zapatillas, y cien mil remeras para cuando decidió constituirse en
partido político.
El periodista no deja de señalar los casos de
corrupción y nepotismo del que son actores hijos y parientes de Milagro y de su
marido, Raúl Noro. No niega del todo que se obligaba a la gente a ir a las
marchas si no querían perder lo que tenían. Los miembros de la Túpac estaban
uniformados con ropas de trabajo que al mismo tiempo les daban un aspecto
guerrero reforzado por los gritos al unísono y los vivas y mueras
correspondientes.
Tampoco descarta de plano las muertes perpetradas
por miembros de la Túpac, aunque atribuye las denuncias a una serie cada vez
mayor de supuestas traiciones de sus miembros, al terror que instaló el gobernador
Morales y a las compras de voluntades de parte del mismo poder.
Por otra parte, los conflictos entre decenas de
comunidades y asociaciones que el periodista enumera con sus correspondientes
acrónimos como ODIJ. UTD, ATS, MOJU, MOCJU, ALUD, MTL, UTB, OSEN, SEOM, CCC,
PCR….nos dibujan un campo político que lejos está de ser llano; por el
contrario, distaba de tener un vector hegemónico, si no hubiera sido por el
apoyo estatal que le posibilitó a la Túpac llegar a tener noventa y cinco mil
afiliados.
Sin igual. Sin embargo, no hubo un líder de la estatura
de Milagro. Hace unos años, cuando quien aquí escribe colaboraba con el Frente
Progresista liderado por Hermes Binner, un grupo de diputados socialistas
viajaba a Jujuy para presenciar un fenómeno inédito en la provincia. Me
hablaban de una mujer que era venerada por miles de peregrinos como una santa o
algo así, que daba la idea de que se referían a otro de los cultos del NOA de
índole mágico-religiosa. No imaginaba que se trataba de un movimiento social.
El periodista cita una declaración de Sabrina Roth,
responsable del área de prensa de la Túpac, que recuerda que el 22 de agosto
del 2012, cien mil integrantes de la organización y su red de comunidades
conmemoraron el Éxodo Jujeño. La situación se volvía caótica e incontrolable
hasta que, dice Roth, “habló la Flaca y la gente se abrió como las aguas
bíblicas del Mar Muerto” (era el Rojo).
Milagro quería crear un estado provincial
plurinacional, pluricultural, y plurilingüe, del modo en que lo hizo Evo en
Bolivia, su referente político junto al Che y Evita. Se amparaba en la ley
cósmica legadas por antepasados ancestrales que se
traducen por unos pocos mandamientos como los de “no seas flojo, no seas
mentiroso, no seas ladrón”.
Postula que la “buena vida” sólo se garantiza desde
un estado provincial socialmente justo, en el que la propiedad privada se
garantiza si cumple con una función social.
Asegura también la libertad de expresión, el
pluralismo y la diversidad. Lamentablemente, el ejercicio del poder de Milagro
y los suyos no cumplieron con estos requisitos suaves y democráticos sino, por
letra del propio apologista, se enriquecieron, exhibieron agresivamente sus
camionetas de lujo cuatro por cuatro durante el acampe frente a la casa de
gobierno para mostrarles a los comerciantes de la zona que no eran menos que
ellos, los hijos de Milagro fueron nombrados secretarios de la juventud de su nuevo
Partido de la Soberanía Popular, “sin ser las personas más capacitadas para la
función”, según Verbitsky; un hijo de Noro, esposo de Milagro, llamado el
“malancancho” por lo inútil, fue designado candidato electoral junto a Amalía,
compañera de uno de los hijos del corazón de Milagro.
Se suceden las páginas de este libro con el
objetivo de reforzar la idea de la asociación criminal entre el poder político
y el poder económico provincial, entre Morales y Blaquier, mostrar que las
acusaciones de los colaboradoras más cercanas de Milagro como Natalis Sarapura
– nombrada por el gobernador Morales Secretaria de Gobierno para los asuntos
indígenas – no fueron más que la expresión de la deslealtad respecto de su
líder, puntuando sin comentarios agregados que Milagro funda la rama provincial
de “Unidos y Organizados” para sostener la candidatura de Cristina, acompañada
por el Cuervo Larroque, Emilio Pérsico y el Barba Gutiérrez, y reconociendo que
las miles de afiliaciones impuestas por la fuerza no se tradujeron en votos en
la medida en que las elecciones exigen el voto individual y secreto.
Verbitsky sostiene que Milagro desafío las bases de
una democracia representativa que se expresa por un sistema obsoleto de
partidos políticos, cuya institucionalidad fue cimentada por políticos como
Raúl Alfonsín, para proponer y practicar una democracia participativa de tipo
asambleístico prolongado en llamados plebiscitarios y consultas populares.
La obra de Milagro no sólo es demolida de acuerdo
al periodista, ella perseguida y acusada sin fundamento de todo tipo de
delitos, sino, además difamada por propagandistas y voceros oficiosos ligados
al poder como Luis Majul, y miembros “vergonzantes de la prensa canalla”, como
Ernesto Tenembaum.
En la página 423 nos dice que Aníbal Ibarra –el
héroe de Cromañón– cuenta que ascendió al Aconcagua y desplegó una bandera
pidiendo la libertad de Milagro, y que intentará repetir la hazaña en el
Kilimanjaro, para así dar testimonio en las más altas cumbres de América y
África.
Nada dice del Himalaya.
…………………………
El texto de Verbitsky es un ensayo panfletario, un
género que el autor reivindica porque concibe al periodismo de investigación
como un arma de guerra, que de por sí no ahorra artimañas cuando se trata de
vencer a un enemigo. En este caso, el gobierno provincial de Gerardo Morales y
el gobierno nacional encarnado por Mauricio Macri.
Para lograr su objetivo, pone en funcionamiento una
serie de procedimientos que pueden ir por etapas o combinarse entre sí. Sesgar
estadísticas y ofrecer los números convenientes al tiempo que se ocultan los
que resultan molestos, extraer escenas y descontextualizarlas para que no
tengan matices, simplificar al máximo los conflictos para que nadie suponga que
puede haber negociaciones o medios términos que diluyan un enfrentamiento que
lleve a la victoria siempre, ignorar los dilemas políticos e históricos que
exponen los límites de la acción política y no la signan con un imborrable
sello de culpabilidad o inocencia, evitar claroscuros, pactos y complicidades
entre adversarios políticos para mantener así la grieta entre dominados y
poderosos o entre libertadores y cipayos, canoñear con una avalancha de
legajos, pliegos y prontuarios, mezclados con una interminable lista de nombres
de juristas, abogados, funcionarios, parientes, acusados, cómplices, que
empequeñecen el barullo de apellidos que debe memorizar un lector de las
novelas de Dostoievski; en síntesis, sofocar y abrumar con datos precipitados
que oficiarían de prueba.
El libro de Alicia Dujovne Ortiz, Milagro, es
de otro tenor. El texto de la escritora argentina radicada en Francia está
destinado a ser publicado en una editorial feminista francesa con un público
lector que seguramente disfrutará esta presentación de una líder mujer indígena
de un país remoto a la que la autora llama “la Evita Negra”, y que prolonga la
serie de biografías que Dujovne Ortiz dedicó a Eva Perón y a Santa Teresa de
Ávila.
Debe ser por su interés en mujeres heroicas y
mártires que asocia la lucha de la santa contra la Inquisición con la de
Milagro contra el poder provincial.
Dice que Milagro es una nueva Túpac Amaru esta vez
descuartizada encarnizadamente por un poder mediático y el odio visceral de
Morales, que hunden sus raíces en el proceso de colonización. Además explica el
odio del gobernador por los celos ante su carisma.
A la pregunta sobre el ejercicio de la violencia
por parte de la organización, responde que es la violencia normal, y si es
cierto que mataron, y bueno sí, mataron…
¿Si se robó? Y sí, pero hay que ver lo que hicieron
con lo que robaron.
La autora también recuerda aspectos de la vida de
Milagro. Fue una de las primeras mujeres malambistas, su formación política se
la debe a Fernando Acosta, “Nando”, que se define como anarco-peronista,
recuerda que su esposo es discípulo de Silo, que el Perro Santillán la denunció
por la muerte de su yerno, pero que no fue adrede sino por una paliza (pag 54),
que fue a Cuba pagada por ATE, para que transitara “por los caminos del Che” y
que allí pudo apreciar la importancia que tenía “la copa de leche” y “el horno
de barro”, que luego implementaría en El Alto Comedero.
Cree que al Estado argentino en tiempos de Kirchner
le era útil que se encargara de contener a casi setenta mil desocupados, y que
a pesar de ese apoyo positivo, no pudo evitar perder autonomía política desde
2010.
En la página 121, en una entrevista por la autora,
el reporteado Beto, no se anda con sutilezas y compara a Milagro con Mandela y
a Gerardo Morales con Hitler.
La escritora rescata las ceremonias ancestrales que
la comunidad lleva a cabo, y el anuncio de que al Pachacuti (Inca fundador de
Machu Pichu) de la Oscuridad lo seguirá el Pachacuti de la luz. A pesar de esta
invocación y de la recuperación de una cultura sojuzgada, reconoce que los
collas casi no hablan quechua (pag 138), mientras los guaraníes son celosos de
la suya. Estos últimos aparentemente están más cerca de Milagro que los collas
a quienes parece bastarles con un poco de tierra y unas cabras.
La autora le pregunta al marido de Milagro: “¿Y la
incitación a desear, a querer más? ¿No hay algo de Evita en la tendencia de
Milagro a dar `lo mejor´ para los pobres, no cosas simples ni prácticas, sino
lujosas? ¿Ella sabe hasta qué punto se parece a Evita?”
Verbitsky en su libro también señala que la única
lectura de Milagro en la cárcel es La razón de mi vida.
Dujovne Ortiz, no satisfecha con `evitizarla´, le
encuentra una nueva identidad al calificarla de anarquista, y para darle un
suplemento definitivo, agrega que es “mujer”, como si el género fuera un logro.
Nos interpela cuando dice: ¿a qué le teme el hombre
en la mujer? A la ausencia de límites (pag 212). Advierte que a Milagro se la
quiere muerta, y brega por la lucha de MUMALA (Mujeres de la Matria
Latinoamericana).
En síntesis, en esta serie de pantallazos dispersos
en el que la autora de Milagro le hace pensar en Kurosawa y su
película Rashomón, o en Santa Teresa de Ávila, o en Evita, en Ni Una Menos
y Me Too, en el anarquismo, en Hitler y Mandela, más allá de estos raptos
poéticos inspirados en un deseado feminismo puneño, hay pequeñas frases de sus
entrevistados que contrastan con esta lírica, que señalan que había narcos en
la Túpac, que a Milagro la cuidaban ocho grandotes, que los doce coches no eran
de ella sino de sus hijos, de una frase de Elizabeth Gómez Alcorta, abogada del
CELS que colaboró con Verbitsky en su libro sobre Milagro, con la que reconoce
la violencia ejercida por la Túpac, que redundaba “en una política del miedo
muy efectiva”.
Pero creo que hay unas pocas palabras que rescata
la autora de Milagro que llega al núcleo de su lucha: “el rico no
tiene oídos para escuchar”.
Que el poder no vea lo que no le conviene, es
normal. Que piense que su dominación es lógica y natural, se sabe. Que se
convenza de que todo mejora con el tiempo y que el progreso beneficiará a
todos, es moneda corriente. Que los conflictos se resuelven en una mesa de
negociaciones, que la república se sostiene por un contrato unánime entre los
representantes del pueblo que se define como ley fundamental, se considera un
principio constitutivo. Que es imprescindible lograr el consenso entre los
grupos de interés demuestra que existe la buena voluntad. Que hay un orden de
méritos imposible de desconocer se encomia como fuente de nobleza.
Pero que el poder sea sordo, pone en tela de juicio
cada uno de los incisos que conforman una sociedad que se proclama diversa,
plural, democrática y abierta.
Para ilustrar esta tesis, me remito a una discusión
entre filósofos.
La filósofa húngara Agnes Heller, que fue militante
comunista y discípula del filósofo marxista Giorgy Luckács, discute las tesis
de Jürgen Habermas, el teórico de la ética comunicacional.
El filósofo alemán sienta las bases de una sociedad
democrática en procedimientos que garantizan que la palabra sea un puente entre
sujetos sociales que debe estar libre de censuras y asimetrías, y que se
corporiza en una figura señera de las relaciones sociales, derivadas tanto del
empirismo inglés como del contractualismo clásico: el diálogo y la conversación.
Para que funcionen las interacciones dialógicas,
los participantes deben aceptar las reglas de juego comunicativas en las que
cuando uno habla el otro escucha y no sobrepone su palabra que hace del sonido
ruido, que exista alternancia en el uso de la palabra, que todos tengan la
predisposición y la sana intención de aceptar las razones del prójimo además de
reconocer los propios errores, y que el valor más importante del conjunto sea
la búsqueda de la verdad.
Heller dice que para que quienes dominan se sienten
a hablar y dialoguen, deben darse cuenta que el otro existe, que hay un
problema cuando no se perciben señales de su existencia por indiferencia,
ignorancia o conveniencia. De un momento a otro, sin que nadie lo haya
previsto, se produce una interferencia que perturba la conversación, hay un
ruido molesto.
Sucede que de improviso un inexistente interrumpe
la imaginada conversación, que a veces no es más que un soliloquio con varios
personajes manipulados por un único titiritero (genial invención de la
filosofía y del teatro griego), y los límites que impone la ley se muestran
frágiles ante la embestida de quienes sin invitación se presentan al estrado.
Hay un piquete que impide la libre circulación en la autopista legal.
Por supuesto que la filósofa húngara parte de una
premisa que es la de que la sociedad capitalista no es igualitaria, que más
allá de procedimientos formales que distribuyen equitativamente derechos, los
mismos no pueden ser usados y disfrutados por igual, y que existe una estructura
de dominación.
Quienes reivindican derechos denuncian mecanismos
de opresión, luchan por mejorar su situación, con frecuencia son meros
fantasmas sin cuerpo que deben atraer la atención de quienes dominan.
Obligarlos a mirarlos primero, y escucharlos después.
El poder y quienes lo ejercen están totalmente
ocupados en mantenerlo y reforzarlo, se hamacan dulcemente en un ensueño de
inercia positiva, y nada quieren saber de que en una sociedad democrática
irrumpan acontecimientos de incomodidad, de inoportunidad, que obligan a los
que administran lugares y funciones, a desplazar sus focos de atención y mirar
adonde no miran y escuchar lo que no oyen.
Por eso, no hay contradicción entre diálogo y
violencia o entre revolución y gradualismo, pero sí una tensión que no se
resuelve de una vez por todas, con una dinámica de acuerdos y choques entre
grupos de interés y voceros ideológicos que bregan por imponer sus puntos de
vista.
No sólo es necesario que haya un respeto unánime
por las reglas de procedimiento que permiten la resolución de los conflictos,
sino la aceptación de que hay desproporción y asimetrías en nuestra sociedad, y
que la posición de sus miembros es desigual y que el poder de decisión no está
distribuido equitativamente.
Estrategia de dominación. Lo
que sucedió en Jujuy, en el NOA - sostiene Milagro Sala – es que el poder fue
sordo, y, agregamos ciego, pero no de una doble discapacidad natural, sino de
una estrategia se dominación que no dio lugar a otras voces y cuerpos.
Para hacerse ver y escuchar,
los grupos aborígenes y mestizos crearon un espacio de poder nuevo, inédito.
Recibieron recursos y fondos financieros del gobierno nacional, pero en lugar
de usarlos, consumirlos, y disfrutarlos, los hicieron productivos, demostraron
que podían organizarse por sí mismos, crecer como entidad, y recuperar
historias, mitos, creencias, identidades, silenciadas durante siglos.
Los excesos, la censura, la represión, el
autoritarismo, la corrupción, no fueron mayores en la Túpac que en la sociedad
dominante del orden civilizatorio en el que vivían, por el contrario, aportaron
modos de hacer y de vida colectivos, ignorados y reprimidos por el poder
consuetudinario.
No crearon un paraíso artificial ni una maqueta
estática que no se modificaría jamás, sino iniciaron un proceso que podía
abrirse para democratizar aún más su proyecto. ¿Por qué no? ¿Quién puede
sostener que la labor de Milagro Sala mantendría su propio orden político tal
cual para siempre? ¿Quizás, una confederación de comunidades podría algún día
no muy lejano tener un gobierno colegiado?
¿Por qué ignorar que en el orden de la
representación hay culturas en las que la personificación del poder pertenece a
una simbología tan real como otras formas de delegación de la autoridad?
En una sociedad como la nuestra, que abunda en
idolatrías, adoraciones fugaces y continuas, que fabrica tótems al por mayor,
fetiches públicos y privados, fanáticos de todo tipo, exigir a las comunidades
precolombinas que se constituyan en una socialdemocracia a la escandinava, con
sus rubios y su vodka, es utópico, ucrónico, e hipócrita.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
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