lunes, 1 de enero de 2018

Medio toro y cien pesitos

La desmesurada condena a su estúpida reacción de nuevo rico tiene la desmesura propia de la grieta argentina
Es hora de discutir ideas.

Por Hugo Asch
“No comprendo para qué es necesario calumniar. 
Si se quiere perjudicar a alguien lo único que hace falta es decir de él alguna verdad.”
Friedrich Nietzsche (1844-1900); de sus “Fragmentos póstumos” 
(escrito en 1883, volumen III)

“Deberían pedirle la renuncia; si este hombre tiene dignidad debería renunciar ya”, decía el tuit del belicoso Eduardo Feinmann, reflejando la opinión de muchos ciudadanos espantados con una situación tan miserable, tan poco ética, que daba vergüenza ajena.

Algunos recurrieron al make-up y lo llamaron “bono de gratificación o reconocimiento”, por los cinco años en los que Luis Miguel Etchevehere fue presidente de la Sociedad Rural Argentina. Otros, lesionados en su honor patricio, juran que es un “bono compensatorio” para cubrir los tres meses que el Estado tarda en pagar el primer salario, lapso en el cual el ministro de Agroindustria no cobró nada. Qué angustia.

El pedido fue elevado a la Comisión Directiva y esta vez, a diferencia de otros casos, se sometió el tema a votación. Fue una victoria ajustada: 14 votos positivos contra 11 no positivos, diría Cleto. Así, entre murmullos de desaprobación, se decidió pagar el bono de 500 mil pesos, en promedio, unos tres suelditos como funcionario ministerial. Algo de alivio para el alma torturada de un hombre sin paz, desde que su hermana Dolores, enemistada con él desde la muerte de su padre Luis Félix, fallecido en 2009, lo llenara de denuncias en la Justicia por estafa, evasión impositiva, lavado de dinero y mantener peones rurales en condición de trabajo servil, entre otras lindezas.

El grupo familiar, además, posee acciones de El Diario de Paraná, hoy controlado por NEA Creativo, de Ramiro Nieto, un medio que no logra pagar con regularidad a su personal. Pero arrojar más sal en esta herida sería mezclar la hacienda. No es nuestra intención hacer un asado del Aberdeen Angus caído.

El asombro por este peculiar manejo incluye a sectores del Gobierno y la propia SRA. Los ánimos están caldeados. “Es una coima encubierta”, claman desde la tranquera. “Poca plata”, responden desde el tea room del country, los que saben que un toro campeón cotiza el doble que ese bono, pesos más, pesos menos.

“El tema es otro,‒se inflaman los socios que exigen que devuelva todo el dinero, Daniel Pelegrina, hoy presidente, quiere seguir pero Etchevehere apoya al vice, Nicolás Pino, principal impulsor del bono”. Paquetísima grieta entre gente bien.

¡Ops! Debo disculparme. Mala mía. El texto indignado de Feinmann no se refería al tema Etchevehere sino al incidente con policías de tránsito que protagonizó el técnico de la Selección, Jorge Sampaoli, en la madrugada del 24 en Casilda, su ciudad natal. Una situación bizarra, al regresar de la fiesta de casamiento de su hija Sabrina, que ardió en repudios y pedidos de renuncia de los biempensantes de la Patria, tan defensores de la ética y el eufemismo, indignados por el perjuicio que este hecho violento pudiera causarle a la impecable imagen del país.

¿Qué pasó? Sampaoli regresaba en un Ford Focus que conducía su novia, con seis personas más. Como la ley permite un máximo de cinco, la policía detuvo el vehículo y obligó a bajar a tres, incluido el héroe local. Furioso porque debía caminar tres cuadras hasta el hotel, discutió con el inspector Casatti y le vomitó una tremenda animalada. “¡Vos me hacés caminar, boludo; ganás cien pesos por mes, gil!”. Atónito, otro uniformado recibió lo suyo: “¿Y vos qué me mirás? ¡Gato! ¡Vigilante!”.

Al día siguiente Sampaoli se disculpó con los policías, pero el video de un testigo viralizó la boutade como si se tratara de un crimen masivo de ISIS. Sampaoli, un muchacho limitado que vive un éxito tardío después de remarla desde muy abajo, ensayó una disculpa formal por escrito, con escaso éxito.

“El enojo en una discusión en la que no tenía razón me hizo decir palabras que no representan en absoluto ni mis convicciones ni mis creencias”, se desmintió. El hiperkinético Samp debería anoticiarse de la existencia de un autómata sin filtro que vive en nosotros y, hace un siglo, un tal Sigmund llamó “inconsciente”. De allí salen, como balas, las palabras que uno debería callar pero dice, y a los gritos. “Una persona no es lo que gana. El salario no representa las cualidades ni el valor de ningún ser humano”, agregó. Yo le creo. Pero igual le aconsejo verlo en terapia: tiene mucho que trabajar ahí.

La reacción en su pueblo, en un país que siempre lo ha ignorado, no tiene excusas ni justificación. Pero sí responde a algo. “Somos lo que podemos, con lo que antes hicieron de nosotros”, decía Sartre. Y es así.

Fue interesante lo que logró con Chile, irregular en el Sevilla mientras negociaba con la AFA, y con Argentina vivió siempre colgado de un pincel. No me gusta su estilo electroshock para dirigir, ni sus tatuajes, ni el rock chabón. Ni siquiera me gusta el Indio Solari. Es, dicen, simpatizante de Cristina Kirchner. Me parece muy bien. ¿Por qué no? Eso no es raro. Lo raro es hacer malabares para asociar un error personal, en un contexto especial como‒la boda de su hija, en su ciudad natal, con la característica política e ideológica de cualquier partido.

Una vez aclarado que no soy fan, amigo ni nada de Sampaoli, quisiera decir que la desmesurada condena a su estúpida reacción de nuevo rico tiene la desmesura propia de la grieta argentina, esa enorme desgracia de vacío absoluto.

Basta de tonterías, muchachos. Es hora de discutir ideas, antes de que nos tape el agua o el FMI. Un proyecto de país con una oposición en serio, no con amables copilotos. Basta de sarasa de libro de autoayuda, de cálculos que nunca dan, del Godot Investment Group y el mito del nuevo-viejo país. No somos Suiza, a ver si se enteran.

Ideas. Para que no haya más bonos de 500 mil, ni sueldos de cien, ni papelones de unos y otros en esta pampa de infinita crisis.

© Perfil

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