El Gobierno empieza a
entramparse. Gradualismo
y reformismo permanente no entusiasman.
Por Ignacio Fidanza |
El diagnóstico sigue vigente. Ganar la elección de medio
término permitió a Macri eludir una crisis política de envergadura, pero la
idea del núcleo duro de la Casa Rosada de gobernar en soledad, bordando
acuerdos ad hoc por tema para evitar un entendimiento global con el peronismo,
encerraba costos importantes que ahora empiezan a sentirse.
Macri en vez de enojarse con Horacio Rodríguez Larreta,
acaso podría mirar más de cerca la experiencia porteña de su sucesor.
O si le
resulta más agradable, la de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos
Aires. Silbando bajito, ambos dirigentes avanzaron en acuerdos de
gobernabilidad con el peronismo de sus distritos, mucho más audaces que los que
ensayó Macri a nivel nacional. Y el resultado está a la vista: En ambas
Legislaturas casi todo lo importante transita a velocidad crucero.
La idea del gradualismo que mutó en reformismo permanente es
poco más que una justificación de la dificultad de la Casa Rosada para
consolidar un paquete de reformas sustanciales. La fantasía de un gobierno sin
costos. De hecho, no es un secreto que no son estas reformas las que hacen
falta, sino unas más profundas. En el Gobierno son conscientes de esa
necesidad, por eso agregan a reformismo la palabra "permanente". Es
su manera de decir: sabemos que no alcanza, pero vamos de a poco.
¿Por qué? Porque son un gobierno en minoría. Y volvemos al
día uno del mandato de Macri, donde se decidió un rumbo que empieza a pasar la
factura. Una factura que quedó disimulada por el triunfo electoral de medio
término. Y eso es parte del problema, confundir éxito electoral con gestión o mejor
dicho, con política de Estado eficiente. La segunda necesita la primera, pero
la primera no reemplaza a la segunda.
El diagnóstico es simple: Macri es un gobierno de transición
de salida del populismo. Con realismo, diagnosticó en sus comienzos que sólo
había margen para una salida no traumática. Pero esto lo coloca en una carrera
contra reloj entre deuda y déficit, que es la ecuación de fondo de este
experimento. La aguja se mueve equalizando esas dos variables. Y en la primera
mitad de su mandato, el resultado es decepcionante: La deuda se duplicó y el
déficit global creció. La sensibilidad para medir los tiempos es la clave que
determinará el fracaso o el éxito de esta etapa.
Por eso, la sensación acuciante mientras se demora la
estabilización macro en un nivel más sano. Por eso, la sospecha que la crisis
sigue a la vuelta de la esquina. Porque tras décadas de fracasos, los
argentinos ya perciben hasta en la piel, cuando la economía empieza a acumular
más inconsistencias de las tolerables.
Por eso, lo de reformismo permanente es un placebo. Porque
el tiempo último del proceso lo marca el crecimiento de la deuda, no los buenos
modales de los ministros. Lo otro es marketing para camaleones.
La caída de la reforma laboral, ahora disfrazada en su envío
por tramos -que como es lógico comenzará por el más agradable para los
sindicatos- es un ejemplo cabal de los límites del reformismo permanente
ejecutado en soledad. El filo de la reforma nunca llega, o cuando llega lo hace
tan pulido que pasa de reforma a masaje agradable. Y todo sigue mas o menos
igual.
Entonces volvemos al principio: ¿Cómo se acelera este
proceso? ¿Cómo se sale de este pantano de pequeñas mejoras mezcladas con
retrocesos?
Casi aburre decirlo, pero hay que insistir. Con acuerdos
políticos globales, serios y profundos con la oposición, que construyan un
nuevo paradigma y aporten el músculo para convertirlo en realidad. En la
Argentina de hoy, este proceso empieza por un acuerdo con el peronismo que está
para dialogar. Esto es, gobernadores, intendentes, sindicatos y los bloques de
legisladores que les responden.
No es todo, pero es mucho más que lo que hoy tiene el
Gobierno, en base a mini-acuerdos a disgusto, bajo amenazas más o menos veladas
de prisión y promesas de fondos, que después de dos años nos dejan esa
sensación de estar en un equilibrio tan precario -aunque de otro signo- como el
que teníamos en el 2015.
Lo que estamos viviendo, acaso es el inicio del agotamiento
del sistema de látigo y chequera, que continuó con Cambiemos bajo una estética
diferente, pero que ofrece la misma combinación de soluciones de coyuntura,
mientras acumula tensión y desconfianza.
Macri necesita una utopía que rescate su mandato, que aporte
el entusiasmo para dar el salto que el gradualismo le niega.
Pero claro, la historia reciente le señala otro camino.
Apretar los dientes y pasar este mal momento -el Gobierno ya sobrevivió a
otros-, aguantar el 2018 y el año que viene volver a desempolvar el populismo
de emergencia, exprimir al máximo la deuda para apalancar obra pública y
beneficios sociales. Funcionó y en la medida que el peronismo siga dividido, no
hay que descartar que vuelva a funcionar.
El lado B de ese planteo es la macroeconomía desajustada y
con horizonte cada vez más corto, sobre el filo de ese abismo trazan sus
planes.
0 comments :
Publicar un comentario