El Presidente
reiteró en Suiza el pedido de inversiones, pero
sus amigos aquí liquidan
empresas. Estilo PRO.
Por Roberto García |
Reitera Macri el rito en Davos, como todos los
años, luego de concentrarse tres semanas en Cumelen. Un descanso para
prevenir el ejercicio físico de estrechar manos, saludar, repartir besos
inocentes de a uno, de a dos, o a la francesa, invitar, sonreír, sesiones
continuas de calistenia diplomática en las que debe soportar miradas
admirativas, por lo menos, sobre el deseable vestuario de su mujer, mientras él
se agota en un inglés rústico que, sin embargo, debe ser el más dotado entre
todos los mandatarios que tuvo la Argentina en éste y el pasado
siglo.
Un estoico que luego repitió hábitos en ciudades más atractivas (París,
por ejemplo), ofreciendo al país como oportunidad y objetando el pasado
populismo cristinista, mientras se hace acompañar por los mismos
empresarios que alguna vez presumieron de cercanía con los populistas Néstor y
Cristina. Nombres, abstenerse: con la memoria alcanza.
Capitales. Reitera Macri, también, el
propósito perenne y aliviador de convocar capitales e inversiones, a su juicio
la salida más rápida y menos traumática para salir de la crisis económica que
lo atormenta. Pero ese reclamo de corte frondizista, con 70 años de antigüedad,
ilusorio, tropieza hasta con su propia naturaleza, con señales ambiguas u
opuestas de su entorno. Con el huevo de la serpiente, si uno pretende utilizar
modelos cinematográficos extremos para explicar parte de la reticencia extranjera
para enterrar fondos en estas tierras. Por ejemplo: si su hermano de la vida y
compañero, quien lo ayudó y asistió para ser presidente, Nicolás Caputo, vende y liquida empresas que más de
uno supuso conjuntas –a precios altos de acuerdo con los
libros contables y con los expertos–, y afirma además que esos recursos no son
para nuevas inversiones locales, en empresarios de Davos debe generar cierta
prevención. Una luz amarilla en el semáforo.
Quizás Caputo como nuevo cónsul de Singapur, una extrañeza en
estos tiempos macristas, ha decidido cambiar su estrategia de negocios,
atiende otros objetivos financieros o piensa retirarse parcialmente a un futuro
menos exigente, instalándose más tiempo en Miami, donde tiene departamento en
Bal Harbour. O tal vez rodear con su imponente catamarán algún islote solitario
de Bahamas –su lugar en el mundo– o recluirse en Antigua o Barbados. Pero despierta
suspicacias el abandono de sus empresas: cuando a uno lo invitan a una
fiesta, resulta raro que uno de los anfitriones se despida en el medio del
sarao (ahora se le reconoce menos presencia en el entourage del Ejecutivo y más
de uno ve como inminente la renuncia de algún secretario de Estado de su
confianza). Como dato, es contradictorio con la petición de inversiones en
Davos. Y aunque los bancos se tapen los ojos porque el agua está
lejos de la costa y ellos mantienen jugosos réditos, nadie deja de ignorar el
último no pago de los bonos de Neuquén: un antecedente de repercusión incierta
para un país que no se caracteriza por honrar sus deudas.
Sin embargo, reitera Macri el interés foráneo por la Argentina, casi se
asombra de que se mantenga desde su primera llegada a Davos, cuando aterrizó
hace dos años como una curiosidad por haber derrotado al populismo
kirchnerista. Innegable. Pero hay quienes observan que la magra
velocidad del Gobierno en sus reformas no responde solo a la propensión taoísta
de que “lo lento vence a lo rápido” (y “lo blando a lo fuerte”),
tampoco a las pregonadas trabas de un peronismo deshilachado. Si ese partido se
diluyó hasta la extremaunción de 2019, fecha para la que carece hasta de un
candidato atractivo, y en el oficialismo solo se discute quién continuará a
Mauricio, cuesta entender la suficiencia opositora que el Gobierno le endilga
para frenar los ímpetus presidenciales. Hasta juegan a la futurología, si Macri anuncia como sucesor eventual a Peña o Vidal e
ignora a Rodríguez Larreta, mientras éste, a su vez, ni habla de Peña
para esa competencia. Sorprende que este poder abrumador no le
permita sacar leyes por falta de número, como afirman, y que se requiera de
decretos para gobernar. Cuando en un principio con Massa y hace poco con los
gobernadores se consintieron normas de todo tipo.
Como la reforma previsional en el Senado, pero ocurrió la sandez de un
legislador propio que durante el trámite, dijo: “Les bajamos el ingreso a los
jubilados, pero les mejoramos el poder adquisitivo” . O, la socia en la
coalición, Elisa Carrió, se permitió sostener que ella no votaba esa
ley por conciencia social ya consentida en la Cámara alta por el peronismo
silencioso. Como si ella fuera más opositora que los opositores,
el peronismo se desligara de los jubilados insinuando, tal vez, cierto fraude
en quienes compartieron la aprobación. Es de colegio primario entender la furia
posterior de los gobernadores, expresadas por su portavoz, Pichetto, víctimas
según ellos, de una encerrona política. Su respuesta: no votaremos nada más.
Por ahora. Y si no desconfían de una traición de Macri, es debido a que él
también padeció a Carrió. ¿O no fue ella quien anunció la cárcel futura para el
primo del Presidente?
Película. Para seguir con el cine, más argumentos para el citado film de Ingmar
Bergman. Por si no alcanzó el cimbronazo, se repitió luego la historia con otra
norma en Diputados. Y nuevos personajes. El radical Negri, con poderes
múltiples del macrismo, fue el censor público de la política
comunicacional del jefe de Gabinete, Peña. Al mismo tiempo, justo cuando
se estaba por sancionar otra reforma, la tributaria, sacó de la galera –con el
aval del elenco político– la exclusión del pago de impuestos a
cooperativas de seguros en la nueva ley ya consensuada.
Atónito estaba Dujovne, ministro testigo, que
imaginaba la norma en el bolsillo. Rara esa jugada colectiva de prescindir de
tributos a grupos económicos, mientras se los aplica a pasivos o se le reclama
esa obligación a la Justicia, con justicia. El tema de no pagar impuestos
también roza a compañías prósperas como Mercado Libre –al menos, según la AFIP,
no reúne los requisitos necesarios para evitarlos, unos 500 millones de pesos
por año–, cuyo rutilante mentor ha sido contribuyente de fundaciones que apoyan
a Macri. No son los únicos casos, siguen los nombres.
Provocaciones. Aunque cierto peronismo provoca y se revuelve de odio, de Cristina
a Zaffaroni, de los airados presos a los que eventualmente pueden terminar en
celdas, parece que los males internos del oficialismo –el huevo de la
serpiente– han sido mucho más nocivos. Al menos, para impedir que los
dialoguistas de la oposición puedan acercarse a la fuente donde se toma agua. Y
para que en Davos, la curiosidad Macri todavía deba explicar las razones por las cuales
a un emprendedor extranjero le conviene invertir en la Argentina.
Reitera la monserga del gradualismo, propaga lo que todavía no es, insuficiente
para aquellos que ponen plata, los que piensan que dos años no son nada en la
historia de un país, pero que pueden convertirse en una inconclusa
eternidad.
© Perfil
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