Por Fernando Savater |
El problema moral
que plantean los panfletos antisemitas de Céline no es si Gallimard debe o no
reeditarlos, sino cómo comprender que hayan sido escritos por la misma mano que
compuso Viaje al confín de la noche, una de las grandes
novelas europeas del pasado siglo. Yo he leído esos panfletos, cuyo título no
pienso repetir, que se consiguen por Internet sin mayores dificultades.
¿Acaso
puede hoy prohibirse un libro, cuando cualquier mercancía está a un clic de
ordenador? Quizá una edición regular de venta en librerías borraría parte del
aura maldita que los rodea y los hace más tentadores (mejor no hablar de unas
posibles notas críticas, en las que algunos confían como en la pareja de la
Guardia Civil que flanquea al peligroso maleante). Porque esos panfletos son
repulsivos: tan convulsos y desquiciados que, si el tema no fuese serio, darían
risa. Pero a su modo son imprescindibles para entender nuestra época, en la que
de lo mejor puede brotar lo peor y el talento más alto también procrea retoños
deformes y criminales.
Céline escribió un
breve ensayo biográfico sobre Ignaz Semelweiss, un médico que a comienzos del
siglo XIX descubrió el modo de evitar las fiebres puerperales que mataban a
tantas parturientas (lo editó Alianza, traducido por García Hortelano). Bastaba
con lavarse bien las manos y los instrumentos que se utilizasen en el parto.
Pero en aquella época anterior a Pasteur esta sencilla solución resultaba
increíble y los colegas se burlaron de Semelweiss. Entonces él, para
convencerles, se hirió con un bisturí empleado en una autopsia, infectándose
mortalmente. Me pregunto si Céline no hizo otro experimento semejante,
contaminando voluntariamente su escritura con los peores miasmas del siglo para
ponernos en guardia contra la infección política de la historia.
© El País (España)
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