Desde Francia, la actriz Catherine Deneuve encabezó una reacción contra la campaña de delación y juicio público contra los varones. |
Por Claudia Peiró
La escritora Catherine Millet, la
actriz Catherine Deneuve y otras cien mujeres publicaron un
manifiesto en Le Monde denunciando una campaña de delación y
de acusaciones públicas de varones que, sin posibilidad de responder ni
defenderse, fueron tildados de agresores sexuales.
El texto está motivado por
el sentimiento de que campañas como el #MeToo –cuya versión francesa fue
#Balancetonporc ("denuncia a tu puerco") por poco asimilan
situaciones de seducción "torpes" o "desubicadas" con la
violación. Y hasta reivindican lo que llaman "libertad de importunar"
que nunca puede ser considerado agresión sexual.
También advierten sobre el riesgo "de ir
demasiado lejos", de no "poder decir más nada" o de no
"poder más draguer" (seducir).
"Sólo Francia podía tomárselas con
#MeToo", festejó el diario alemán Die Welt. "Es un grito
de cólera que denuncia 'un clima totalitario' en materia de sexualidad que
probablemente sólo podía venir de Francia, cuna del libertinaje".
Es verdad que en ese país, los asuntos de cama
gozan de gran indulgencia. Un escándalo como el que casi destituye a Bill
Clinton de la presidencia de Estados Unidos –su affaire con la pasante Mónica
Lewinsky- jamás hubiera tenido lugar en Francia, donde para un político
exhibirse con un Porsche es más condenable que hacerlo con una amante.
A diferencia de la prensa y la opinión pública estadounidenses,
que se horrorizan ante los escándalos de orden sexual y crucifican al ofensor
[recordemos a Hugh Grant prontuariado como un delincuente por
solicitar los favores de una prostituta o a Tigger Woods que
por mujeriego casi ve terminada su carrera deportiva], los franceses se
inclinan por la tolerancia ante los pecados de la carne. Para la mayoría de los
analistas e incluso de los dirigentes de ese país, su compatriota Dominique
Strauss-Kahn, ex director del FMI, arrestado en un hotel de Nueva York
en 2011 por supuesto intento de violación, había sido en realidad víctima de
una trampa montada en conocimiento de su "debilidad" hacia las
mujeres. Y estas opiniones fueron formuladas indistintamente por dirigentes de
ambos sexos. No se trató de una solidaridad masculina con el donjuanismo de un
varón.
En aquel momento, la prensa francesa llegó
a decir que no había "peor lugar" para ser acusado de un delito de
índole sexual que los Estados Unidos, aludiendo a la tendencia anglosajona
a considerar más graves los pecados de la carne que los del espíritu.
Ahora, a raíz del pronunciamiento de Deneuve y
cía., Die Welt comenta: "En un país cuya cultura y
literatura se caracterizan desde hace siglos por el libertinaje, la galantería
y la libertad sexual, y que ha producido autores como el Marqués de
Sade o el filósofo Michel Foucault, la policía del
puritanismo –para la que todo intento de seducción un poco pesado es asimilable
a un crimen- no podía actuar mucho tiempo sin suscitar resistencia".
En los Estados Unidos, es más fácil
derribar una reputación política con un asunto de cama que con uno de
corrupción. Pensemos si no en la protección de que goza por ejemplo el
ex vicepresidente Dick Cheney, que fomentó una guerra en Irak
–basada en la existencia nunca confirmada de armas químicas- cuya logística fue
provista por una empresa en la cual tenía intereses…
A la inversa, en Francia, François Fillon fue
sacado de la carrera presidencial por haberle pagado durante años a su esposa
un sueldo desde el Senado donde ella nunca puso los pies.
Strauss-Kahn fue absuelto y su caso no es
asimilable al de Harvey Weinstein. Una violación es algo muy diferente a la
afición al sexo. Incluso al gusto por ciertas prácticas "fuertes",
siempre que sean consentidas y entre adultos. Pero los primeros –o primeras-
que banalizan la violación son precisamente quienes engloban en la palabra
"abuso" o "acoso", situaciones que van desde un galanteo insistente
–incluso grosero- hasta la agresión carnal, equiparándolo todo.
Pocas cosas son más deleznables que el
aprovechamiento de una situación de poder para obtener favores sexuales. Es
repugnante, injusto y miserable. Como lo es la complicidad de que gozó durante
años. Directamente proporcional a la sobreactuación del repudio ahora que todo
salió a la luz.
Pero la reacción de Millet, Deneuve y las otras
cien no es en defensa de estas conductas –como pretenden sus críticas-
sino un rechazo al feminismo puritano. En Estados Unidos,
dicen algunos, cortejar se ha vuelto inadmisible.
No están exagerando. El pasado 27 de
noviembre, el sitio QUARTZ publicó una columna con el título: "¿Qué
puede todavía un hombre decirle a una mujer en el trabajo?" Y no
era una ironía sobre la histérica paranoia causada por el caso Weinstein. No,
el artículo que firma Corinne Purtill plantea la necesidad de "revisar las
reglas de comunicación entre colegas" porque "ya nadie puede
ignorar los repugnantes defectos del sistema actual". "Es
como si, privados de los medios de abusar de colegas, están ahora cortos de
conversación", plantea Purtill, quien directamente sostiene que en el
ámbito laboral no hay vínculo varón-mujer que no sea de abuso.
Todas las mujeres, dice, "tenemos los armarios
llenos de experiencias vergonzantes o traumatizantes". Y explica:
"Los diez primeros años de la vida profesional de una mujer no son más que
una larga sucesión de gestos y frases fuera de lugar: comentarios sobre sus
piernas en un almuerzo de negocios, el brazo de un jefe que permanece más de la
cuenta sobre sus hombros, sin olvidar las innumerables preguntas y
especulaciones sobre su vida privada. Las mujeres son acosadas a toda edad y en
todo período de su vida, pero entre los 20 y los 30 años viven bajo un
régimen casi permanente de cosificación e intrusión en su vida
privada".
Sólo queda la segregación sexual…
En cambio, desde el Québec, el Canadá francófono,
la periodista Sophie Durocher se solidarizó con el Manifiesto y redactó
su propio #MeToo: "A mí también me harta que se trate a las mujeres
como eternas víctimas, pobrecitas bajo el dominio de demonios falócratas. A mí
también me cansa que se demonice el deseo masculino. A mí tampoco me representa
este feminismo que percibe a todos los hombres como potenciales
agresores", etcétera.
Sin sorpresas, en Italia buena parte de la
prensa apoyó abiertamente a las francesas. Giuliano Ferrara, fundador del
diario Il Foglio, ironizó: "Francia es la nueva vanguardia del
mundo libre".
Para Maristella Carbonin, periodista de Quotidiano, la toma de posición
de Deneuve y las otras cien "es el primer acto verdadero de feminismo
desde el estallido del casoWeinstein". "Recobremos la inteligencia,
el sentido común, implora Deneuve, cuestionando la 'campaña de delación'. Y tiene
razón. Todas sabemos reconocer la frontera entre la violación y un torpe
intento de seducción", agregó.
Ejemplo de esta pérdida de sentido común fue el
reciente estreno de una versión políticamente correcta de la ópera Carmen por
un director teatral que modificó el final porque "no se puede
aplaudir el asesinato de una mujer"… La puesta fue merecidamente
abucheada por el público.
"Ciertamente –escribe Carbonin- acariciar la
rodilla no es la mejor forma de abordarnos; (…) pero bueno, siempre nos queda la
vieja réplica habitual: la cachetada. Que podemos propinar con clase. Esa clase
que no tuvo el señor en cuestión".
Desde el Reino Unido, confirmando de qué lado de
esta grieta están los anglosajones, The Guardian publica la columna de una
escritora australiana, Van Badham, que le
"explica" a Deneuve que #MeToo "no es una caza de brujas" y
le asegura que también ellas saben distinguir la violación de una seducción
fuera de lugar. "Yo y todas las otras mujeres que corrimos el velo
sobre los daños y la vergüenza que nos han infligido individuos
predadores, también somos lo suficientemente clarividentes como para notar la
diferencia. Es por eso que estamos enojadas. No es el 'puritanismo' (lo) que
nos guía, sino precisamente la voluntad de establecer contactos sexuales
controlados, fuente de alegría y no de abuso y de explotación".
Hay algo llamativo: ¿por qué una mujer a la que un
hombre le dice groserías debe sentir "vergüenza"? La
vergüenza debe ser para el ofensor, no para la ofendida. ¿No equivale
eso en el fondo al viejo prejuicio –afortunadamente superado en Occidente- de
que una mujer violada es una mujer mancillada, impura? En todo caso, el
sentimiento debe ser de enojo, de indignación, pero nunca de vergüenza.
A esta altura, conviene aclarar que la fiebre
denunciante también ha llegado a Francia. Para que quede claro de dónde vino el
virus, el puntapié inicial lo dio una periodista francesa instalada en Estados
Unidos, Sandra Muller, inventora del hashtag #Balancetonporc, y que
denunció –vía Twitter- una situación que en el pasado le provocó
"vergüenza, negación, deseo de olvidar" e incluso una "ausencia
espacio-temporal" que le impidió "verbalizar" el hecho durante
años. El hecho fue así: su "puerco", Eric Brion, ex
director de un canal de televisión, le dijo en una ocasión: "Tienes
grandes pechos, eres mi tipo de mujer, te voy a hacer gozar toda la
noche". Eso fue todo. El hombre ya fue debidamente despedido.
Este es el tipo de cosas que desencadenó la
reacción de mujeres que, en su mayoría, fueron feministas y protagonistas de la
revolución sexual de los 60 y 70, pero que no se reconocen en un
neofeminismo que en todo ve patriarcado y al patriarcado atribuye la totalidad
de los males de la sociedad.
Elizabeth Lévy, jefa de redacción de la revista Causeur,
y una de las firmantes del texto de Millet y Deneuve, considera que estos
juicios virtuales, en los que la acusación equivale a condena, son la
definición misma del totalitarismo. Algunas organizaciones feministas han
llegado a pedir a los legisladores franceses que en los juicios por acoso
sexual se invierta la carga de la prueba…
Sobre Sandra Muller, su denuncia y su
"trauma", Lévy afirma que no puede contener la risa. "Esta
es la heroína que nos proponen: una chica tan ignorante de las cosas del sexo y
del deseo de los hombres, que flaquea cuando uno de ellos le habla de sus senos
y necesita años para recuperarse…"
En otro artículo, la abogada penalista Florence
Rault expone algunas de las absurdas teorías de lo que llama "feminismo
andrófobo", que presenta "al patriarcado" como "una
maldición universal que estructura y organiza todas las sociedades
humanas". Estas extremistas, dice, olvidan que "desde el punto de
vista del estatus de la mujer, nuestras sociedades occidentales no son las más
desfavorecidas (y) nos dicen, (que las mujeres) son víctimas 'desde la noche de
los tiempos' de un verdadero complot que busca mantenerlas bajo el yugo".
Este mismo progresismo bienpensante, mientras
describe a Occidente como un infierno machista, se niega –en nombre del respeto
a la diversidad cultural y en especial para no ofender a otras religiones- a
condenar a países en los cuales se le niega a la mujer derechos
elementales de los que hace tiempo goza en la civilización occidental judeocristiana.
Podemos mencionar el caso de la India, de Arabia Saudita e incluso de China,
entre muchos más.
Pero las feministas no sólo reescriben la historia.
También la prehistoria: "Acabamos de enterarnos –dice Rault- de que si las
mujeres son más pequeñas que los hombres en nuestra especie, como es el
caso del 90 por ciento de los mamíferos, no se debe a los mecanismos de la
evolución sino al hecho de que desde 'la noche de los tiempos' los hombres han
acaparado la buena comida, dejando sólo sobras a sus cónyuges". Aunque
usted no lo crea…
Son estos excesos los que explican la reacción de
Millet, Deneuve y las otras. De hecho, Marlène Schiappa, la
actual secretaria de Estado para la Igualdad entre Hombres y Mujeres, que
consideró "chocante" el manifiesto de las cien, es una de las que
habla de "cultura de la violación".
Un concepto que, para la periodista y
escritora Peggy Sastre, otra firmante de la tribuna
"chocante", no está para nada demostrado. "¿Acaso vivimos en una
sociedad que tolera, justifica o aprueba la violación? Es al revés. No hay una
mejor manera de destruirle la vida a alguien que acusarlo de violación".
Para ella, la caza de "puercos" disimula mal el "odio a los
hombres".
Sastre dice que "una legítima toma de
conciencia de las violencias sexuales" no debería desembocar "en
delaciones que pisotean el derecho de defensa". Y cita el caso de Carl
Sargeant, ex ministro regional de Gales (Reino Unido) que, denunciado por
acoso y forzado a renunciar, se suicidó el 7 de noviembre pasado.
Y agega: "Me sorprende que las mismas que se
congratulan por la liberación de la palabra nos pidan que nos callemos. Nos
dicen que nuestro punto de vista es 'indecente'…"
En el mismo sentido se pronunció la citada
Elisabeth Lévy, en una columna titulada "¡No al partido único de las
mujeres", en la que denuncia que "la tan mentada 'liberación de la
palabra de la mujer' es a condición de que todas digan lo mismo, es decir, que
todas proclamen haber sido víctimas y denuncien a sus 'verdugos'".
Sastre denuncia un "feminismo policial":
"este movimiento es antiliberal, en el sentido político del término:
rechaza el pluralismo y la coexistencia de diferentes formas de pensar".
Las militantes de esa línea salieron al cruce del
manifiesto de Catherine Deneuve y las cien, acusándolas de "banalizar la
violencia sexual" y "despreciar a las víctimas" por su alegato
en defensa de "la libertad de importunar".
"En Francia, diariamente, cientos de miles de
mujeres son víctimas de acoso. Decenas de miles de agresiones sexuales, Y
cientos de violación. Cada día", dicen.
La militante feminista Caroline De Haas,
las periodistas Lauren Bastide y Giulia Foïs, Marie-Noëlle
Bas, la presidente de "Perras de Guardia" (escrachadoras de
machistas en las redes), y la psiquiatra Muriel Salmona, entre
otras, acusaron a las autoras del manifiesto de mezclar "deliberadamente
una actitud de seducción, basada en el respeto y el placer, con una de
violencia"
"Aceptar insultos hacia las mujeres, es de
hecho autorizar la violencia", dicen. Y sostienen que la diferencia entre
la seducción y el acoso no es de grado sino de naturaleza.
Sin medias tintas, acusan a Deneuve y compañía de
ser "reincidentes en materia de defensa de pedocriminales [N. de la R:
probablemente una alusión al caso Polanski] o de apología de la
violación".
Llamativa fue la respuesta de una ex ministra de
Derechos de la Mujer, Laurence Rossignol –digna del peor machismo-: "La
angustia de ya no existir en la mirada y el deseo de los hombres (lleva) a
mujeres inteligentes a escribir enormes burradas".
Elisabeth Lévy (53) recoge el guante de esta
ofensa: "Un estudio serio revelaría sin dudas una fractura
generacional". Pero, dice, al revés de lo que suele suceder, en
este caso "las jóvenes son más puritanas, más represivas y
(tienen) una visión de la sexualidad más ingenua y a la vez más deprimente que
sus mayores". Es inentendible que "una mujer joven vea una afrenta a
su dignidad en algo que su madre, a la misma edad, hubiera tomado como un
homenaje o, en el peor de los casos, una contrariedad sin importancia".
"A algunas mujeres les gusta ser seducidas de
modo impetuoso, a otras, cortejadas con clase, y hay otras que detestan ser
cortejadas. ¿Debemos alinearnos todas con éstas últimas? Dejando claro que la
presión física es inaceptable, ¿debe ser ley el que un hombre (o una mujer,
porque las acosadoras son más numerosas de lo que se dice) se detenga al primer
rechazo? Con ese método, muchas obras de arte del cine o de la literatura
habrían quedado truncas", advierte Lévy.
Y concluye: "Tal vez Francia, de la que nos
gusta creer que resiste a la americanización de las costumbres, se esté
convirtiendo en la segunda tierra de promisión de una revolución que tiene
todas las características de una regresión".
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