Por Arturo Pérez-Reverte |
Pues me van ustedes a perdonar –o a lo mejor, no–
pero estoy de acuerdo con esos ciudadanos de Sevilla que, hace unas semanas,
propusieron que del escudo de la ciudad, donde aparece el rey Fernando III con
una esfera del mundo en una mano y una espada en la otra, se eliminen la
esfera, por insinuación de imperialismo, y la espada, por incitación a la
violencia.
No sé si a estas alturas la propuesta habrá prosperado o no; pero
temo que la negra reacción, como suele, se haya llevado el gato al río, y la
espada y la bola sigan en su sitio. Así que permitan mi opinión de hombre
sincero de donde crece la palma: es una vergüenza que los símbolos franquistas
–Franco dio su golpe en 1936, pero desde Escipión y Aníbal ya marcaba paquete–
campen por la geografía municipal española sin que nadie les ponga coto. Y lo
de los escudos de las ciudades, desde luego, clama al cielo y no me oyó.
Vean si no el de Orense, Ourense para los de allí y
para el Telediario. No es ya que tenga una corona monárquica, sino que el león
sobre el puente blande una espada, el hijoputa. A saber con qué intenciones.
Como blande otra el de Valencia, en una mano alada, con el agravante de que
allí, además, los muy pillines meten un murciélago –lo mismo que la ciudad de
Palma–, intentando astutamente que no nos percatemos de que el murciélago en
realidad es la vibra, o dragón de la cimera del rey Jaime I, que expandió su
reino a costa del pacífico, tolerante y vecino Islam. Pero, en fin. Si vamos a
buscar militarismo infame, dejando aparte el brazo forrado de armadura que
también la ciudad de Zamora exhibe sin pudor alguno, el colmo de los colmos
está en el escudo de Huesca, abiertamente fascista: un jinete con casco y
lanza, que tiene huevos la cosa, con la leyenda Urbs Victrix,
ciudad vencedora. Frase ante la que resulta inevitable preguntarse, con el
adecuado retintín, ¿vencedora de quién?
Pero todo eso es sólo el aperitivo, oigan. El
prólogo o proemio. Porque si nos vamos a Teruel, el escudo es de juzgado de
guardia. Allí, aparte de un toro que sin rubor proclama a la ciudad
eminentemente taurina, y unas barras robadas por la cara a la monarquía
catalana, que no sé qué pintan ahí y ya es tener poca vergüenza, hay dos
cañones cruzados, así como suena, con una granada, balas y demás parafernalia.
Y no me vengan con que si las guerras carlistas o las guerras médicas. Alude a
guerras, al fin y al cabo. Y toda guerra es mala, Pascuala, y mueren seres
inocentes, sin que por mucho que uno se estruje la mollera encuentre nada de lo
que enorgullecerse en ellas.
Tampoco falta delito en los escudos de León y
Badajoz; el último, además, con el recochineo imperialista y genocida de una
columna con la leyenda Plus ultra. Pero lo gordo es que en ambos
casos se trata de león, y no leona: un claro pasarse por el ciruelo las leyes
de igualdad vigentes. Y lo mismo, puestos a ello, podríamos decir del escudo de
Burgos, donde sale el careto barbudo de un rey y no el de una reina; cuando
todo cristo sabe que una reina monta tanto, e incluso más. De todas formas,
volviendo a los leones, especie protegida, no se pierdan el escudo de la ciudad
de Santa Cruz de Tenerife, donde figuran, sin complejos y con dos cojones, tres
cabezas cortadas de ese animal, puestas allí como si tal cosa. Y puestos a
averiguar todavía es peor, porque esas cabezas simbolizan una mano de hostias
que la monarquía fascista española le dio en el pasado a Nelson y a otros demócratas
almirantes británicos. Como si la guerra, la vorágine militarista y la
anglofobia fueran para estar orgullosos. Ni a Franco se le hubiera ocurrido
algo así.
Podríamos seguir enumerando hasta la náusea: por
qué en el escudo de Madrid, por ejemplo, figuran un oso y un madroño y no una
osa y una madroña; por qué la ciudad de Lugo exhibe sin rebozo un cáliz y una
sagrada forma, con dos ángeles para más choteo, en clara ofensa hacia otras
religiones; lo mismo, por cierto, que el escudo de Santiago de Compostela, que
además tiene de fondo –otra descarada provocación facha– la cruz de una orden
militar, sospechosamente parecida a la del ejército español. O ya que estamos
de cruces, explíquenme por qué en el escudo de Oviedo figura la de la mal
llamada Reconquista, que no fue sino el comienzo de ocho siglos de agresión
bélica contra la convivencia y el buen rollito morunos. Y ya, para completa
descojonación de Espronceda, échenle un ojo al de Toledo, con la famosa gallina
bicéfala franquista; o al de Segovia, con un acueducto romano, nada menos,
monumento imperialista donde los haya, que una oportuna ley de memoria
prehistórica debería haber demolido hace varios siglos. Creo.
© XLSemanal
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