domingo, 14 de enero de 2018

Escipión era franquista

Por Arturo Pérez-Reverte
Pues me van ustedes a perdonar –o a lo mejor, no– pero estoy de acuerdo con esos ciudadanos de Sevilla que, hace unas semanas, propusieron que del escudo de la ciudad, donde aparece el rey Fernando III con una esfera del mundo en una mano y una espada en la otra, se eliminen la esfera, por insinuación de imperialismo, y la espada, por incitación a la violencia. 

No sé si a estas alturas la propuesta habrá prosperado o no; pero temo que la negra reacción, como suele, se haya llevado el gato al río, y la espada y la bola sigan en su sitio. Así que permitan mi opinión de hombre sincero de donde crece la palma: es una vergüenza que los símbolos franquistas –Franco dio su golpe en 1936, pero desde Escipión y Aníbal ya marcaba paquete– campen por la geografía municipal española sin que nadie les ponga coto. Y lo de los escudos de las ciudades, desde luego, clama al cielo y no me oyó.

Vean si no el de Orense, Ourense para los de allí y para el Telediario. No es ya que tenga una corona monárquica, sino que el león sobre el puente blande una espada, el hijoputa. A saber con qué intenciones. Como blande otra el de Valencia, en una mano alada, con el agravante de que allí, además, los muy pillines meten un murciélago –lo mismo que la ciudad de Palma–, intentando astutamente que no nos percatemos de que el murciélago en realidad es la vibra, o dragón de la cimera del rey Jaime I, que expandió su reino a costa del pacífico, tolerante y vecino Islam. Pero, en fin. Si vamos a buscar militarismo infame, dejando aparte el brazo forrado de armadura que también la ciudad de Zamora exhibe sin pudor alguno, el colmo de los colmos está en el escudo de Huesca, abiertamente fascista: un jinete con casco y lanza, que tiene huevos la cosa, con la leyenda Urbs Victrix, ciudad vencedora. Frase ante la que resulta inevitable preguntarse, con el adecuado retintín, ¿vencedora de quién?

Pero todo eso es sólo el aperitivo, oigan. El prólogo o proemio. Porque si nos vamos a Teruel, el escudo es de juzgado de guardia. Allí, aparte de un toro que sin rubor proclama a la ciudad eminentemente taurina, y unas barras robadas por la cara a la monarquía catalana, que no sé qué pintan ahí y ya es tener poca vergüenza, hay dos cañones cruzados, así como suena, con una granada, balas y demás parafernalia. Y no me vengan con que si las guerras carlistas o las guerras médicas. Alude a guerras, al fin y al cabo. Y toda guerra es mala, Pascuala, y mueren seres inocentes, sin que por mucho que uno se estruje la mollera encuentre nada de lo que enorgullecerse en ellas.

Tampoco falta delito en los escudos de León y Badajoz; el último, además, con el recochineo imperialista y genocida de una columna con la leyenda Plus ultra. Pero lo gordo es que en ambos casos se trata de león, y no leona: un claro pasarse por el ciruelo las leyes de igualdad vigentes. Y lo mismo, puestos a ello, podríamos decir del escudo de Burgos, donde sale el careto barbudo de un rey y no el de una reina; cuando todo cristo sabe que una reina monta tanto, e incluso más. De todas formas, volviendo a los leones, especie protegida, no se pierdan el escudo de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, donde figuran, sin complejos y con dos cojones, tres cabezas cortadas de ese animal, puestas allí como si tal cosa. Y puestos a averiguar todavía es peor, porque esas cabezas simbolizan una mano de hostias que la monarquía fascista española le dio en el pasado a Nelson y a otros demócratas almirantes británicos. Como si la guerra, la vorágine militarista y la anglofobia fueran para estar orgullosos. Ni a Franco se le hubiera ocurrido algo así.

Podríamos seguir enumerando hasta la náusea: por qué en el escudo de Madrid, por ejemplo, figuran un oso y un madroño y no una osa y una madroña; por qué la ciudad de Lugo exhibe sin rebozo un cáliz y una sagrada forma, con dos ángeles para más choteo, en clara ofensa hacia otras religiones; lo mismo, por cierto, que el escudo de Santiago de Compostela, que además tiene de fondo –otra descarada provocación facha– la cruz de una orden militar, sospechosamente parecida a la del ejército español. O ya que estamos de cruces, explíquenme por qué en el escudo de Oviedo figura la de la mal llamada Reconquista, que no fue sino el comienzo de ocho siglos de agresión bélica contra la convivencia y el buen rollito morunos. Y ya, para completa descojonación de Espronceda, échenle un ojo al de Toledo, con la famosa gallina bicéfala franquista; o al de Segovia, con un acueducto romano, nada menos, monumento imperialista donde los haya, que una oportuna ley de memoria prehistórica debería haber demolido hace varios siglos. Creo.

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