Por Manuel Vicent |
De noche, en el tren, el viajero volvió la mirada hacia el
cristal de la ventanilla y pudo observar que fuera del vagón viajaba a la misma
velocidad una figura cuyo rostro era exactamente igual al suyo. Habría cometido
el error de creer que se trataba solo de la propia imagen reflejada en ese
espejo oscuro de la noche. Después de reflexionar durante un tiempo llegó a la
convicción de que esa figura podía ser la otra mitad de sí mismo desdoblada,
que le había seguido siempre a todas partes desde su tierna infancia y que esta
vez había conseguido alcanzarlo para seguir juntos viaje hacia el fin de la
noche.
Puede que el viajero lo ignorara, pero esa imagen oscura
contenía, como en un negativo, todos los sueños que no pudo cumplir; los placeres
a los que renunció; las oportunidades que no supo aprovechar; lo que pudo hacer
y no hizo; todo lo que había tratado de ocultar; las renuncias, errores y
caídas que lo llevaron a convertirse en un cobarde sin ningún interés.
En el fondo del espejo de la noche vislumbró a un niño
saltando feliz sobre la hierba, que después, de adolescente, bajo el sol del
verano iba a la playa en bicicleta y quiso de joven descubrir la fuente de la
belleza en la abrupta selva de Dante. Aquella visión le obligó a preguntarse ¿y
si...? Cualquier hecho vulgar hace que cada día cambie la trayectoria de la
vida.
¿Y si…? De pronto, el viajero recordó aquel paraguas. ¿Y si
no hubiera llovido aquella tarde de otoño? El viajero sabía que nada habría
sido lo mismo si aquella tarde de otoño no hubiera tenido que volver al bar a
recoger el paraguas que había olvidado. En aquel bar se cruzó con la mujer que
ahora le esperaba en la estación, fin de su destino. “¿Qué tal el viaje?”, le
preguntó ella. “Me he encontrado con un tipo al que no había visto desde que
éramos niños, un miserable”, contestó el viajero.
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