Por James Neilson |
De tomarse al pie de la letra lo que dicen las estrellas del
firmamento internacional, Mauricio Macri cuenta con el respaldo de buena parte
de la elite política planetaria. Personajes tan diversos como Donald Trump,
Vladimir Putin, Angela Merkel, Emmanuel Macron y otros, muchos otros, parecen
creerlo capaz de poner fin a la ya casi secular decadencia argentina y erigirse
en el líder natural de una América latina post-populista.
Con todo, si bien
para Macri será muy grato saber que fronteras afuera su propia imagen sigue
siendo muy buena, no puede sino preocuparle el que las palabras de elogio que
oye a diario no se hayan visto acompañadas por más dólares, euros, libras,
yenes, yuanes e incluso rublos.
Como el Presidente ya se habrá enterado, a los mandatarios
de los países capitalistas no les interesan demasiado los temas estratégicos.
Les encanta perorar en torno a ellos pero, a diferencia de los comunistas de
otros tiempos y, para indignación de los iraníes de a pie, de ciertos
islamistas actuales, no están dispuestos a gastar mucho dinero para ayudar a
quienes comparten sus ideales. Están tan convencidos de la superioridad
intrínseca del capitalismo liberal mitigado por las instituciones benefactoras
que se han construido en todos los países considerados avanzados que no se les
ocurre que haya sociedades reacias a soportar las exigencias del sistema así
supuesto y que por lo tanto les convendría hacer algo más que felicitar a
aquellos dirigentes que comparten su punto de vista.
Aunque quienes manejan mucho dinero entienden que les
beneficiaría enormemente que la Argentina se transformara pronto en la dínamo
capitalista prometida por Macri y sus colaboradores más optimistas, antes de
arriesgarse quieren asegurarse de que no haya peligro de que el país recaiga en
el facilismo delirante que le es tradicional. Tal actitud es un tanto
contradictoria; su negativa a darle una mano al gobierno de Cambiemos podría
condenarlo al fracaso, lo que, además de privarlos de un aliado en potencia y
una fuente de ingresos muy importante, tendría repercusiones desafortunadas en
toda la región.
Hace apenas dos años, los macristas confiaban en que la
imagen impresionante de Macri sería un activo económico sumamente valioso, de
ahí la esperanza de que el país se viera inundado por un torrente de
inversiones. Pero el mundo capitalista no funciona así. De estar en lo cierto
los amigos de las teorías conspirativas, los temibles “neoliberales” ya se
hubieran movilizado para impulsar el gran cambio previsto por quienes acababan
de desplazar a los kirchneristas pero, para decepción del oficialismo, los
empresarios y los gerentes de los fondos de inversión principales optaron por
esperar algunos años más.
¿Habrán servido los resultados de las elecciones
legislativas de octubre pasado para convencerlos de que esta vez sí va en serio
la tan demorada reconversión, que por fin el grueso de los argentinos había
llegado a la conclusión de que sería mejor que el país se “normalizara” de lo
que sería continuar depauperándose en nombre de una fantasía voluntarista? Es
factible, pero también lo es que lo sucedido a partir de entonces, como el
descenso abrupto de la imagen interna del Presidente a causa de un cambio
módico de un sistema jubilatorio apenas viable y el salto que dio la inflación
en diciembre, les haya sugerido que sería mejor no apurarse. Por cierto, no les
faltan pretextos para sentir escepticismo; no ignoran que el macrismo podría
resultar ser nada más que un fenómeno pasajero.
Cuando de países como la Argentina se trata, los norteamericanos
y europeos, tanto los progresistas como los más conservadores, son partidarios
de dejar que el mercado decida el destino de las inversiones. En cambio, los
rusos y chinos, en especial estos últimos, suelen privilegiar los factores
geopolíticos.
Es por tal motivo que en Pekín y Moscú se da por descontado
que a la larga les convendría a sus países respectivos participar de los
proyectos ambiciosos de infraestructura que tiene en mente el gobierno macrista
además, desde luego, de tomar en cuenta las ventajas comparativas de la
Argentina para la producción de alimentos. Los rusos no carecen de recursos
naturales pero para prosperar los chinos tendrán que conseguir lo que necesitan
en otras partes del mundo, razón por la que están tratando de establecerse en
amplias zonas de África, Asia y América latina.
Aunque invertir en infraestructura no les garantizaría
ganancias inmediatas, andando el tiempo podría serles muy provechoso.
Huelga decir que la costumbre de los chinos y, en cuanto
puedan, de los rusos, de pensar en términos estratégicos entraña algunos
riesgos para sus socios – como es natural, siempre antepondrán sus propios
intereses nacionales a los de la Argentina–, pero su presencia brindaría a los
gobiernos de los países más ricos un buen motivo para presionar a sus
empresarios para que ellos también manifestaran más interés en las
oportunidades ofrecidas.
Sea como fuere, por ahora la Argentina no está en
condiciones de discriminar a favor o en contra de los países interesados en
invertir por razones que podrían calificarse de geopolíticas. El gobierno de
Macri necesita que la tan esperada marejada de dinero foráneo llegue lo antes
posible; caso contrario, no tendrá más alternativa que la de elegir entre
emprender una serie de ajustes políticamente muy costosos por un lado y, por el
otro, resignarse a administrar una economía enclenque que siga perdiendo
terreno frente a casi todas las demás, entre ellas las de otros países
latinoamericanos que, hasta hace algunas décadas, eran llamativamente más pobres.
Aunque a la mayoría le guste la idea de que el país se haga
tan productivo como Francia, digamos, también quiere que sean indoloros todos
los cambios que resulten precisos para alcanzar dicho objetivo. Se trata de una
realidad que plantea un problema mayúsculo a un gobierno que no puede darse el
lujo de permitir que baje mucho el nivel de aprobación que ostenta ya que
abundan los resueltos a ir a virtualmente cualquier extremo para que, como
desearía el ex miembro de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, se fuera lo antes
posible.
Bien que mal, el futuro del proyecto macrista dependerá
menos de la presunta buena voluntad de los líderes de los países más ricos o
poderosos que de la evolución de la economía mundial, razón por la que el valor
financiero de la imagen presidencial es muy inferior al imaginado por sus
colaboradores.
Hay señales de que el mundo podría estar por entrar en otra
etapa turbulenta luego de algunos años de calma relativa, lo que no
necesariamente sería una mala noticia para la Argentina con tal de que lograra
posicionarse como un lugar seguro, pero que sí lo sería en el caso de que el
Gobierno se viera jaqueado por grupos decididos a restaurar el statu quo
anterior. Así y todo, la tarea que enfrenta sería más difícil si, como es más
que probable, la política proteccionista adoptada por Trump desata una serie de
guerras comerciales justo cuando la Argentina se ve obligada a exportar mucho
más. Por lo demás, el ejemplo norteamericano ayuda a los proteccionistas
locales que quieren que la Argentina siga siendo uno de los países más cerrados
del mundo.
En Davos, la jefa del Fondo Monetario Internacional
Christine Lagarde advirtió que la recuperación generalizada que se ha
registrado y que atribuyó a la política fiscal adoptada por Trump en Estados
Unidos, es a lo sumo cíclica y que, sin reformas fundamentales, una nueva
recesión global “estaría más cerca de lo pensado” en buena medida porque en
meses recientes algunos países se endeudaron excesivamente. Entre éstos, se
encuentra la Argentina que, como es notorio, se ha habituado nuevamente a
aprovechar el ahorro ajeno por ser tan reducido el propio.
Endeudarse no es malo si sirve para que una economía se haga
mucho más productiva de lo que era antes, pero las consecuencias de hacerlo al
ritmo macrista serían calamitosas si se usa el dinero sólo para mantener tranquilos
a quienes viven del gasto público. Como Macri mismo parece entender, a menos
que la economía se vuelva mucho más competitiva, el “modelo” que está
ensamblando podría estallar.
Los kirchneristas desaprovecharon los años gordos en que los
precios de las commodities estuvieron por las nubes y hubiera sido bastante
fácil llevar a cabo aquellas “reformas fundamentales” a las que suelen aludir
no sólo los voceros del FMI sino también los conscientes de que sin ellas la
Argentina se hará cada vez más pobre. Si bien los macristas llegaron al poder
después de agotarse aquella etapa tan favorable, la situación internacional en
que les ha tocado gobernar dista de haber sido tal mala como era antes del
desplome de 2001 y 2002. Puede que sea un tanto mejor en adelante al
recuperarse un poquito Brasil, pero el Gobierno ha perdido mucho tiempo
procurando reparar los destrozos ocasionados a propósito por la gente de
Cristina a fin de hacerle la vida imposible a su sucesor, aun cuando se tratara
de Daniel Scioli. Así las cosas, a menos que los inversores internacionales
decidan que valdría la pena arriesgarse aquí, el capital político que el
macrismo ha conseguido acumular podría no ser suficiente como para permitirle
sacar al país del pantano en que se internó en la primera mitad del siglo
pasado.
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