Por Guillermo Piro |
El escritor es más peligroso que un tirano, la pluma puede
hacer más daño que la espada. Hitler mandó al otro mundo a 6 millones de
judíos; Louis-Ferdinand Céline, en cambio, con sus panfletos antisemitas, no le
hizo mal a nadie –salvo a los intelectuales ultrasensibles, como los
profilácticos–. Y sin embargo Mi lucha se edita, incluso anotado –como si las
notas fueran capaces de desactivar el horror–, mientras que las Bagatelas para
una masacre, Escuela de cadáveres y Las bellas banderas –también Las bellas
sábanas o Los bellos trapos– siguen interdictos, los únicos libros en el mundo
occidental cubiertos por un siniestro velo de censura.
Bastó que Gallimard
declarara que con acuerdo de la viuda, Lucette Almanzor (105 juveniles años)
quería publicar los panfletos en mayo con el título Escritos polémicos para que
al pobre Macron empezaran a lloverle pedidos de que intercediera para impedir
semejante herejía. El resultado es que Gallimard dio marcha atrás. Lo curioso
es que en Francia no se habla de otra cosa, es más noticia un libro de Céline
que lo que diga cualquier feminista petulante o un macho que se atreviera a
tocarle el culo a la honorable Catherine Deneuve. Hay ciertas verdades
indudables: todos los judíos son santos, el antisemitismo es horrible, los
campos de concentración dan asco, el nazismo es un horror y a Nisman lo
mataron. Pero Hitler era vegetariano y amaba a los perros. Y Louis-Ferdinand
Céline, uno de los más grandes escritores de todos los tiempos –como San
Agustín o como Dostoievski– debe ser tomado al pie de la letra. Sabemos también
que en literatura está permitida una sola forma de racismo, que es esa contra
los libros malos. Para que entiendan: son peores muchos de los libros que
mensualmente se editan en el mundo que los panfletos antisemitas de Céline.
Basta leer las Bagatelas. Está escrito con el gusto cáustico por la farsa,
abusando incluso de un género literario un poco anticuado por lo clásico,
canónico, como el poema imprecatorio adoptado tiempo atrás por Ovidio, Marcial
y Juvenal. Resumiendo: Céline hace literatura. Y los franceses, que viven en el
más progresista y demoníaco de los mundos, le ponen el bozal. Lo peor es que
todo toma un tono grotesco cuando nos enteramos de que el libro que reúne los
panfletos antisemitas, los Escritos polémicos debidamente anotados, ya existen:
los publicó la editorial canadiense Editions 8, al cuidado de Régis Tettamanzi,
profesor de Literatura Francesa en la Universidad de Nantes. Sin contar con que
cualquiera puede leerlos y descargarlos gratis de la web –eso sí, sin notas.
Ya en 1937 André Gide se sorprendía de los ataques contra
Céline a propósito de las Bagatelas, diciendo algo así como “¿No se dan cuenta
de que nos está tomando el pelo?”. Y el propio George Steiner –judío, para más
datos– se tomó el trabajo que pocos censores se tomaron, esto es leer la obra
de cabo a rabo, para concluir que le había parecido una “basura escandalosa”
pero muy bien escrita. ¿Por qué las Bagatelas se convirtieron en el único libro
verdaderamente infernal producido por la literatura francesa del siglo XX? Se
escuchan muchas cosas sobre este libro, pero creo que su atractivo mayor deriva
del hecho de ser una de las pocas cosas todavía prohibidas que la literatura
puede ofrecer. Si en vez de odiar a los judíos Céline hubiera odiado a la tribu
mongola de los borjigin, la cosa habría sido distinta. Michaux odiaba a los
ecuatorianos, Baudelaire a los belgas, y ni Ecuador ni Pobre Bélgica fueron
censurados. En cualquier caso, en ambos el odio es una abstracción que muta en
literatura. Con Céline pasa lo mismo, pero con Céline es distinto.
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