A 110 años del nacimiento de uno de los mayores compositores argentinos
Atahualpa Yupanqui: un legado intelectual y ético para el folklore argentino. |
Por Luciano Sáliche
Escuchar detenidamente las canciones de Atahualpa Yupanqui, con su voz, con su guitarra, con su poética, es una experiencia conmovedora. Hacerlo hoy, aún más, que se cumplen 110 años de su nacimiento, allá, en 1908, en Juan de la Peña, pueblito de Pergamino, bien al norte de la provincia de Buenos Aires.
Su padre mestizo de origen quechua, santiagueño, y su madre criolla de descendencia vasca lo criaron en otro pueblito, Agustín Roca, en Junín. Nació como Héctor Roberto Chavero Aramburu pero a los 13 años se cambió de nombre, uno artístico se puso. Atahualpa Yupanqui, en quechua: "Persona que viene de lejanas tierras para contar algo".
Aprendió a tocar la guitarra de chico. Viajaba 16 kilómetros en el lomo del caballo para tomar clases con el concertista Bautista Almirón, que vivía en la ciudad. Luego, descubrió la música clásica: Schubert, Liszt, Beethoven, Bach y Schumann. Eso, mezclado con lo que conoció en Tucumán, cuando estuvo allí con su familia —bombo y arpa india, entre otros instrumentos— lo volvió un músico exquisito. Claro, la sensibilidad social y su curiosidad intelectual hicieron lo suyo. "Camino del indio", por ejemplo, la escribió a los 19 años.
Caminito del indio,
sendero coya sembra'o de piedras.
Caminito del indio,
que junta el valle con las estrellas.
Caminito que anduvo
de sur a norte mi raza vieja
antes que en la montaña
la pachamama se ensombreciera.
Cantando en el cerro,
llorando en el río,
se agranda en la noche
la pena del indio.
El sol y la luna
y este canto mío
besaron tus piedras,
camino del indio.
En la noche serrana
llora la quena su honda nostalgia
y el caminito sabe
cuál es la chola que el indio llama.
Se levanta en el cerro
la voz doliente de una baguala
y el camino lamenta
ser el culpable de la distancia.
sendero coya sembra'o de piedras.
Caminito del indio,
que junta el valle con las estrellas.
Caminito que anduvo
de sur a norte mi raza vieja
antes que en la montaña
la pachamama se ensombreciera.
Cantando en el cerro,
llorando en el río,
se agranda en la noche
la pena del indio.
El sol y la luna
y este canto mío
besaron tus piedras,
camino del indio.
En la noche serrana
llora la quena su honda nostalgia
y el caminito sabe
cuál es la chola que el indio llama.
Se levanta en el cerro
la voz doliente de una baguala
y el camino lamenta
ser el culpable de la distancia.
El Yupanqui ideológico
Se podría decir que Atahualpa Yupanqui nació en cuna radical. Su padre —obrero telegrafista del ferrocarril y domador de caballos— se sumó al movimiento de masas forjado en la figura de Hipólito Yrigoyen. "Como las familias de criollos e inmigrantes, los Chavero nutren el radicalismo insurgente de aquellos años", explica Norberto Galasso en su libro de 1992 Atahualpa Yupanqui: el canto de la patria profunda. Tal fue su empatía con Yrigoyen que, tras el Golpe de Estado que lo derrocó en 1930 e instaló la década infame, participó de la rebelión en La Paz, Entre Ríos, de 1932. Fue una intento revolucionario donde, junto a los hermanos Kennedy —Mario, Eduardo y Roberto, tres hacendados entrerrianos descendientes de irlandeses—, el escritor Arturo Jauretche y algunos hombres más, tomaron la comisaría y pidieron la liberación del Presidente preso. La historia terminó mal, con el exilio en Uruguay y Brasil. Pero luego, al volver, abrazó la causa comunista. En septiembre de 1945 se afilia al Partido y empezó a sufrir las persecuciones del peronismo: entre el 46 y el 55 no se lo podía nombrar. De hecho, si pasaban en la radio su clásico "Camino del indio", por ejemplo, los locutores lo presentaban "de autor anónimo".
Desde Santiago de Chile, el investigador Ignacio Ramos Rodillo recuerda cómo se emocionaba su abuelo cuando escuchaba los discos de Atahualpa Yupanqui. Hasta las lágrimas, dice. Luego, de adolescente, él mismo empezó a interiorizarse por el fenómeno Don Ata y a preguntarse sobre la relación entre folclore y militancia política de izquierdas. "Atahualpa Yupanqui es considerado el primer gran folclorista comprometido de América Latina, de ahí que el conocimiento de su trabajo y trayectoria sea inevitable", le comenta a Infobae Cultura quien escribió en 2012 la tesis de maestría en la Universidad de Chile sobre el folclorista argentino y Violeta Parra. "Yupanqui es alguien —reflexiona— que no sólo se encarga de representar al trabajador del pago, criollo y patriota, muy en la senda del nativismo o criollismo de inicios del siglo XX. Se encarga sistemáticamente, además, de mostrarle a sus compatriotas, comunistas y no, la existencia de una Argentina indígena que es, por un lado, el vínculo que el país tiene con el mundo andino y, por el otro, la porción de la sociedad nacional más empobrecida y marginada."
Crítica social en lenguaje paisano
El contacto de la investigadora Yolanda Fabiola Orquera con la obra de Yupanqui fue, no sólo familiar, también geográfico, por "la profunda huella que dejó en la conformación identitaria de los tucumanos, identificada con 'Luna tucumana', y otras composiciones no menos populares, como la 'Zamba del grillo', 'Nostalgias tucumanas', 'La tucumanita' y 'La viajerita'. Eso le llevó a escribir en 2008 Marxismo, peronismo, indocriollismo: Atahualpa Yupanqui y el Norte Argentino. "Lo que a mí me llamó siempre la atención —le dice a Infobae Cultura— es la particular vigencia que tuvieron sus composiciones entre los trabajadores rurales, especialmente en los ingenios azucareros, entre mediados de los treinta, cuando empieza a sonar en radio, y mediados de los setenta. Mi mamá, quien vivió en el campo de Monteros a fines de los treinta, al lado de un cañaveral, me decía que los zafreros llegaban cantando La viajerita, que de hecho era una zamba que ella aprendió de niña, porque en su casa había un fonola. Después se me planteó la necesidad de explicar el hecho de esos zafreros eran mayoritariamente peronistas mientras que el músico se identificaba, en los años cuarenta, con el comunismo. Escuchaban a Yupanqui y votaban a Perón. Es decir que en ellos no había una escisión entre ambas identidades."
"En el caso de Yupanqui —continúa Orquera—, yo noto que en esas primeras zambas su crítica social se ciñe al lenguaje del paisano, sin que aparezca el lenguaje estrictamente marxista que presente por ejemplo en el repertorio que lanza en Francia en 1950, donde su audiencia era preponderantemente del Partido Comunista. Él, como artista que conoce tempranamente el poder de los medios de comunicación, elabora un discurso a partir de las prácticas musicales y poéticas de los paisanos a los que quería llegar. Les habla de sus penurias, del mismo modo que lo hacía Perón. Ambos tenían visiones antagónicas sobre el modo de solucionar esa situación, pero coincidían en el diagnóstico y en la centralidad que daban a los trabajadores. Desde mi punto de vista, el proceso de construcción de la representación política de éstos es paralelo a la construcción de su representación cultural, que tiene uno de sus mayores referentes en este artista. El discurso yupanquiano funciona, por lo tanto, un mediador evanescente (el concepto es de Fredric Jameson) capaz de cohesionar la conciencia social de los paisanos ante el momento político que se abre en los cuarenta, oficiando de puente entre un lugar de crítica marxista (la del generador del discurso) y un lugar de recepción predominantemente peronista (el de los zafreros)."
Vaivenes con el comunismo, pero antiperonista
En 1952 Yupanqui decide romper con el comunismo y desafiliarse. La decepción que sintió con la Unión Soviética cuando estuvo en países como Hungría, Bulgaria, Rumania y Checoslovaquia entre 1948 y 1950 también se impuso en su decisión. En una entrevista con la revista Gente en mayo de 1970 dijo que "ese es un sistema en que el hombre y su opinión no cuentan". "A mi entender —dice Ramos Rodillo—, el quiebre estuvo, por una parte, en el verticalismo del partido dirigido por Victorio Codovilla, política con la que el patriarca del folclor pareció nunca estar ni muy cómodo ni muy de acuerdo. Por otra parte, está la idiosincrasia yupanquiana, muy individualista en un buen sentido, muy centrada en la imagen del gaucho cantor y solitario, y su deseo de zafar de la censura oficial y retornar a la radio, al disco y al escenario. Sabemos que su salida del PCA fue muy bullada, que la izquierda lo hizo su paria y que, no obstante, la censura sobre él trocó en una desconfianza hacia él por parte del saliente gobierno justicialista. Están las declaraciones en donde exhibe la amargura que le inspiró la vida cotidiana en el Bloque Oriental y el poder ejercido por la URSS sobre éste. Más que su relación con el comunismo, lo que se quiebra aquí es la relación de Yupanqui con la política."
En una época de posverdades y simplificaciones estrafalarias como la nuestra, la pregunta por la relación entre Don Ata y el peronismo requiere su complejidad. Si siempre fue, como dijo, un hombre del pueblo, ¿por qué no se encolumnó detrás del movimiento popular más grande de nuestra historia? Ramos Rodillo explica que "Yupanqui tenía la opinión de que Juan Domingo Perón no era otra cosa que un émulo rioplatense de Hitler o Mussolini, y que su presencia, su magnetismo más bien, cautivaban problemáticamente a las clases trabajadoras, las que en vez de concentrarse en la construcción del socialismo, se volcaban a la perpetuación clientelar del capitalismo criollo". Librepensador y con la fuerte convicción de la independencia de los pueblos, eligió ponerse en frente del peronismo, o mejor: correrlo por izquierda.
El Yupanqui viajero
Viajaba mucho, para cantar y para conocer. Un antropólogo de la canción, de la poesía, de la ideología. Así viajaba pero a veces, o la mayoría de ellas, fue por necesidad. Luego de la proibición con el peronismo le tocaron las dictaduras. Entonces, entre 1963 y 1964 se fue de gira por países como Colombia, Marruecos, Egipto, Israel e Italia. El que más profundo lo caló, al parecer, fue Japón. En una carta fechada en enero de 1964 que le envía a su esposa Nenette Pepin-Fitzpatrick, quien compuso junto a él varias de sus canciones bajo el seudónimo de Pablo del Cerro ("El arriero", por ejemplo), le escribe: "Pongo la radio bajita (…) y oigo canciones cantadas en este idioma milenario. Y lo pentatónico anda como no te das cuenta. Todo aquí, el canto, la danza, tienen carácter pentatónico. Pienso que de veras, alguna vez gentes de estas latitudes anduvieron con el Kon-Ti-Ki, poblando el altiplano".
En las arenas bailan los remolinos,
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento,
lo saludan las flautas del pajonal,
y animando a la tropa por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando la tropa, dale que dale,
el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo
que haga menos pesada la soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento,
lo saludan las flautas del pajonal,
y animando a la tropa por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando la tropa, dale que dale,
el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo
que haga menos pesada la soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
Cuando la investigadora Lila Bujaldón de Esteves encontró en una librería de viejo el libro Del Algarrobo al Cerezo. Apuntes de un viaje por el país japonés de Atahualpa Yupanqui quedó gratamente sorprendida. Ese hombre que recitaba historias con el sonido de una guitarra de fondo también escribía, y mucho. Durante su juventud fue periodista, pero también publicó varios libros de poesías y de narraciones. Tiene más de una decena de libros en su haber, y luego, post mortem, vinieron varios más. "Anunciaba ya, desde la mención del árbol emblemático hasta los signos japoneses que adornaban la tapa, que se trataba de apuntes de viaje por el país japonés como aclaraba su subtítulo", dice sobre éste, que se publicó en 1977, en diálogo con Infobae Cultura. Con el ejemplar ya en sus manos, recuerda, "sentí que me había ganado la lotería, que tenía muy justificado mi viaje a Buenos Aires, ya que de una manera inesperada iba a completar la lista de autores argentinos que habían escrito sobre sus experiencias en aquel país asiático".
Bujaldón de Esteves es investigadora de CONICET/Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo y su tesis publicada en 2012 bajo el título Diálogo entre folklores. Las notas de viaje de Atahualpa Yupanqui al Japón, aborda los vericuetos del folclorista por las tierras orientales. "Es que la cara tradicional, antigua de la cultura japonesa ha reconocido por estos años en la obra de Atahualpa Yupanqui un interlocutor auténtico de otro folclore que transmite una filosofía de la vida con la que se puede dialogar en pie de igualdad. El primer intermediario del encuentro ha sido la música japonesa, en la que el viajero argentino advierte sorprendentes similitudes con los huaynos del sur de Bolivia", explica. "Pero la consagración de Atahualpa Yupanqui a nivel internacional había comenzado nada más ni nada menos con un recital junto a Edith Piaf en París de los años cincuenta, a los que siguieron muchos otros por países europeos y latinoamericanos. En el libro Del algarrobo al cerezo, Atahualpa Yupanqui no reúne solo sus impresiones de la gira artística por Japón de 1964, sino que incorpora vivencias de las dos siguientes en 1966 y 1967", dice sobre los más de 50 recitales que Don Ata dio por todos los puntos del país nipón.
¡Hiroshima!
Qué noche fue tu noche, kimono desgarrado.
Cuando todo era sol sobre la tierra.
El horror sin fronteras, y la ciudad sin niños.
Ni pinos en las sierras, ni arrozal en los prados.
Ni un ave, ni una flauta de bambú
contando historias bajo las estrellas.
Todo fue un gran silencio, sin salmo, sin adioses.
Ni lágrima ni salmo.
Sólo un inmenso asombro horrorizado.
¡Hiroshima!
Qué noche fue tu noche, kimono desgarrado.
Cuando todo era sol sobre la tierra.
El horror sin fronteras, y la ciudad sin niños.
Ni pinos en las sierras, ni arrozal en los prados.
Ni un ave, ni una flauta de bambú
contando historias bajo las estrellas.
Todo fue un gran silencio, sin salmo, sin adioses.
Ni lágrima ni salmo.
Sólo un inmenso asombro horrorizado.
¡Hiroshima!
"Su recorrido hasta el extremo norte del país en busca de los orígenes legendarios y los primitivos pobladores del Japón, los ainús, a los que llama 'indios', establece puentes similares con la Puna por su resguardo y alejamiento: transcribe los cantos destinados a la siembra, a la cosecha, a los ritos, así como los raros instrumentos con que se acompañan. Atahaulpa Yupanqui trae de vuelta de aquellos viajes una canción de cuna, 'Nem kororó', que grabará en guitarra, como un primer homenaje a la ciudad de Hiroshima donde la recogió de autor anónimo; también destina uno de los capítulos de sus recuerdos a Mijoio, una guitarrista que sigue sufriendo luego de décadas las consecuencias del ataque nuclear. Entre sus poemas, luego del retorno, se atreve a recrear la destrucción atómica sufrida en versos que no deberíamos olvidar", concluye.
Yupanqui, el legado
En un hotel de Nîmes, Francia, en el año 1992, y dos años después de la muerte de su esposa, murió. Tenía 84 años y una misión ya cumplida. Dejó más de 1.200 canciones y la imagen siempre nítida de una lucha inclaudicable por hacer comprender que el mundo se extiende más allá del ombligo propio.
La pregunta sobre el legado de Yupanqui para Sudamérica excede lo musical y se torna, definitivamente, un legado ideológico. "También intelectual y ético", dice Orquera, porque "defiende una identidad basada en la herencia indocriolla, profundamente social y conectada con el entorno natural. En sus palabras, el hombre es 'tierra que anda'. A su vez, su música y su testimonio son el engarce más perfecto entre el siglo XIX, del que provenía su padre, y la modernidad que llega con los trenes y después con los medios de comunicación. El folklorista entra en ese mundo con elegancia y respeto por esas músicas olvidadas que él se ocupa de revivir."
Hoy, a 110 años de su nacimiento, es necesario tratar todo su arsenal ideológico a nuestra actualidad y ponerlo en tensión con el presentes sabiendo que no dejó solamente unas cuantas canciones bonitas. Su legado es mucho más que eso. Es la sensibilidad social que hoy, quizás, nos falta.
© Infobae Cultura
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