Jorge Triaca |
Por Héctor M. Guyot
"Mala mía", debería reconocer el ministro de
Trabajo mientras deposita la renuncia sobre el escritorio del Presidente, en
lugar de defender lo indefendible y empujar al Gobierno al desgaste por
sostenerlo. El gesto no solo lo enaltecería, sino que fortalecería a la
coalición gobernante, incluso a las puertas de unas paritarias que pintan
ásperas.
Y eso porque confirmaría a un electorado que subió la vara de la
transparencia que Cambiemos hace honor a su nombre y que el cambio, como debe
ser, empieza por casa. Lo otro es darle pasto al cinismo de la oposición más
dura, encarnada por la resistencia K y buena parte del sindicalismo. En medio
de sus apuros judiciales, repiten en asados y estrados tribunalicios que Macri
encarna la dictadura y encabeza un gobierno de ricos para ricos que dice una
cosa y hace la contraria. Vamos mal si lo que era aplicable a la década perdida
empieza a asomar, aunque sea en dosis pequeñas, en una administración que se
presenta como su contracara.
El Gobierno reconoció el error de Triaca, pero lo ha
defendido con el argumento de que es un buen tipo y un excelente ministro.
Nadie lo duda. El problema es que siendo ministro de Trabajo insultó a su
empleada doméstica con términos que es mejor no reproducir. Habrá sido en forma
familiar y en caliente, pero lo que se le puede entender al Triaca hombre común
no es lo mismo que se le puede dejar pasar al ministro.
El otro problema, más grave, es que esa misma empleada cobre
un sueldo en el SOMU, un sindicato cuya intervención comanda el ministerio de
Triaca. Se supo que Triaca impulsó también el ingreso a ese gremio de su
cuñado, como asesor externo. Ya era público, por otra parte, que dos hermanas
del ministro trabajan en el Estado nacional, así como su esposa. El Gobierno
debería tomar nota: tras el kirchnerismo, el concepto de honestidad se ha
ampliado. Además de no robar, incluye también no nombrar amigos y familiares
para darles un sueldo que pagamos todos y aumenta el déficit.
En la Argentina, paraíso de los asesores, el poder político
se mide según la cantidad de cargos públicos que se obtienen y manejan. La
vieja historia del Estado como botín, que nos trajo hasta aquí. El SOMU
intervenido es una muestra. Canicoba Corral, juez que ordenó la intervención,
ubicó allí a su cuñado, un ex funcionario de Scioli que cobra 150.000 pesos
mensuales como interventor de la obra social del gremio. El juez colocó también
al hijastro de su amigo Guillermo Scarcella, operador judicial y también hombre
de Scioli. Triaca no es lo mismo que Canicoba o Scarcella. ¿Por qué no ocuparse
de demostrarlo? Cambiemos es un gran experimento sociológico: un gobierno
conformado en buena parte por una elite acostumbrada a los privilegios se
propone acabar con ellos. Para tener éxito, hacen falta transformaciones que incluso
interpelan a los funcionarios en una dimensión íntima y personal.
Todos cometemos errores. Lo que importa es lo que hacemos
con ellos. El reconocimiento del error no ha de ser solo discursivo. Exige un
gesto que lo asuma. Un gesto que pueda leerse, también, en forma simbólica.
El Gobierno ha sido votado por contrastar con lo que hubo. Y
dice encarnar el cambio. Pero, más allá de lo bueno hecho hasta ahora, no basta
con declamarlo. Hay que demostrarlo, con gestos, día tras día. ¿O nadie está
aquí lo suficientemente limpio como para enfrentar en serio las grandes y
pequeñas corrupciones que son la causa de la pobreza y la desigualdad? ¿O sigue
siendo la política y la vida institucional una pura lucha por el poder y el
control de los negocios sucios?
En los años del kirchnerismo, los funcionarios coleccionaban
escándalos al por mayor y todos, con el respaldo de los Kirchner, aguantaban
los informes de la prensa independiente aferrados a sus cargos. ¿Le conviene al
Gobierno del cambio mostrar que se maneja de la misma forma?
A mitad de su mandato, en momentos de grandes desafíos y en
medio de un mar revuelto, el Gobierno tiene tres tareas urgentes, muy
relacionadas entre sí: sanear un sistema enfermo de corrupción, reactivar la
actividad económica y recuperar la credibilidad, la propia y la de las
instituciones.
Resignar a Triaca antes de las paritarias hubiera sido como
quedarse sin Sampaoli a las puertas del Mundial. A pesar de sus
"exabruptos", ambos zafaron. Manda la expectativa de resultados. Esto
es la Argentina. La vieja, todavía. A Triaca le tendieron una trampa, pero eso
no repara los hechos: hizo lo que hizo. Parece un funcionario valioso.
Separarlo quizá representaría una pérdida grande para Macri. Sin embargo, en
términos de credibilidad, el costo de mantenerlo en el cargo podría resultar
mayor. Por otro lado, ha perdido autoridad y los sindicalistas afilan sus
lanzas para las paritarias.
El Gobierno debería ahorrar plata en sondeos y encuestas de
imagen para darse un baño de humildad y poner el foco en evitar estos errores
que cuestan caro. Al menos si no quiere defraudar a todos aquellos que, en un
acto de madurez, les dijeron que no al populismo y la corrupción en las urnas.
El país está aprendiendo a votar. Si acaso llegaran a volver el populismo y la
rapacidad, que no sea por la suma de estos errores.
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