domingo, 24 de diciembre de 2017

Una nueva alianza antisistema se presenta en sociedad

Por Jorge Fernández Díaz
En una reunión de camaradería donde evocábamos las viejas peripecias románticas de León Trotsky, un afable dirigente de esa logia extrema supo responderme alguna vez con una verdad seca e irónica. Mi pregunta era zumbona, puesto que un régimen trotskista es aquí tan improbable como la conversión completa del pueblo argentino al hare krishna. "¿Qué harías conmigo si fueras Presidente?", inquirí. Él contestó con caballerosa sinceridad: "Te daría seis meses para alinearte; luego te encarcelaría o directamente te mandaría fusilar, según las circunstancias revolucionarias del momento".

La réplica no llegó a dolerme, dado su carácter hipotético, pero la tengo siempre presente cuando veo a muchos alegres simpatizantes de la revolución, que a su vez se permiten el lujo de ser políticamente correctos y escandalizarse por injusticias burguesas como cualquier mínima censura, el machismo cultural o la libertad de conciencia, sin advertir la contradicción de apoyar una dictadura del proletariado que no dudaría un segundo en instaurar un Estado policial, ni en aplicar la muerte o la prisión a disidentes, la uniformidad de pensamiento y otras tragedias humanas que cualquier lector de la historia universal conoce de sobra.

Las distintas tribus trotskistas han crecido en fábricas y universidades (también en el mundo de los barrabravas) al calor de la lucha contra el populismo latinoamericano de la última década. Rafael Correa los describía como "la izquierda tirapiedras infantil del todo o nada". Lo interesante es que esa izquierda hoy ha establecido una coalición de objetivos comunes con los clanes cristinistas, y a ellos se han arrimado lúmpenes de toda laya, estalinistas de otros palos y progres independientes que hacen equilibrio en los bordes republicanos, y a veces se caen en el foso de los leones. Este conglomerado de baja representación electoral y de inestable articulación colectiva, ha sido forjado por diversos fenómenos. Para empezar, por la divinización de los años 70, una vigorosa política de Estado que fue reivindicativa de aquella "violencia justa", que durante doce años bajó como adoctrinamiento a facultades y escuelas, y que formateó a las nuevas generaciones. A esto se agrega la flamante influencia de notables politólogos de claustros públicos pero también de maestrías privadas y carísimas, que en su tiempo fueron más o menos complacientes con el kirchnerismo pero que hoy ni siquiera lo critican, ya que entretanto se han puesto fuertemente de moda en los cenáculos europeos las ocurrencias trasnochadas del doctor Laclau, y hoy regresan a la patria bajo otros nombres, con envoltorios lujosos y aires de novedad. Exportamos proyectos autoritarios nacidos al calor de la rancia corporación peronista, y los importamos luego como revelaciones vanguardistas e innovadoras. Estos profesores argentinos predican entonces el antisistema. Y lo hacen (esto es lo risible) en un país donde, al revés que en la Europa moderna, el "sistema" (la democracia republicana) nunca se consumó, dado que propendimos siempre a un partido único: el peronismo y su capitalismo de amigotes. Movimiento que hegemonizó la vida institucional y colonizó la lengua política; todavía jugamos el partido con el reglamento de Perón. Aquí el "sistema" es el peronismo, puesto que sólo esa fuerza simboliza y defiende el statu quo. Ya una vez -eurocéntricos hasta en nuestra estupidez esnob-, los argentinos quisimos ser posmodernos, sin haber pasado antes por la modernidad. Lo cierto es que desde los militantes más radicalizados hasta los elegantes magisterios que antes creían en el progresismo republicano y hoy sugieren el antagonismo popular y jacobino, empieza a formarse una especie de consenso tal vez meramente instrumental pero que ha elegido a Cambiemos y al peronismo en vías de renovación como enemigos abominables. Estos "libertarios" absorben sin prejuicios a mafiosos y oportunistas de distinto pelaje, y construyen involuntariamente una suerte de poskirchnerismo amplio y remasterizado. Trotsky y Cooke toman el té con Al Capone, y juntos urden la resistencia. Es así como la avenida del medio se vació estos días y fue ocupada con resignación por un peronismo troncal sin líder que bascula entre la sensatez y el delirio.

La embrionaria coalición antisistema, con sus múltiples matices y gradaciones, es una novedad y ha venido para quedarse, pero carece por ahora de conducción y a sus miembros sólo parecen unificarlos una tirria, un aroma ideológico, un sentimiento que no puede parar: esperó la medida más impopular de Macri para presentarse en sociedad y protagonizar una "primavera árabe". Los más desesperados (el Código Penal les pisa los talones) y los más sediciosos ("cuanto peor, mejor") se asociaron en la intemperie con grupos psiquiátricamente vulnerables (cascotes, bulones y patadas voladoras). Y buscaron consciente o inconscientemente un 2001. Anhelar la repetición de ese drama o aunque sea coquetear con él, representa olvidar las consecuencias que implicó para los jubilados, los trabajadores y los indigentes: aquellas cifras todavía causan escalofríos. Es así como, paradoja mediante, "los más sensibles" con los rotos buscaron irresponsablemente repetir la hecatombe de los descosidos.

La violencia tolerada y poco repudiada que vimos durante estos días no es aislada ni producto de alucinógenos, sino consustancial con una epopeya rupturista y semirrevolucionaria que tiene coartada intelectual y que flota en el ambiente. Quebrado el contrato del Nunca Más (Gargarella dixit), justificada la acción directa ("a la violencia de arriba se responde con la violencia de abajo"), satanizado el capitalismo (que los argentinos nunca pudimos instrumentar), relativizada la corrupción y la justicia ("a nosotros solamente nos juzga el pueblo"), despreciados los moderados y centristas (cómplices burgueses, tibios, gorilas y cipayos) y cuestionadas la democracia y la Constitución (a las que descalifican por "liberales"), la confederación de la nueva izquierda argentina trabaja el fermento. Eso no les quita, por cierto, legitimidad a los cacerolazos de la clase media pacífica, que genuinamente está disgustada, y no sin razón. Pero la película completa, que dio la vuelta al mundo y nos mantuvo insomnes, va mucho más allá de esa reforma; revela un nuevo escenario abierto. También llama a la reflexión sobre la gobernabilidad de un gobierno no peronista. "Le mintieron al Presidente en la cara", se asombraban el fin de semana algunos radicales: aludían esta vez a la actitud de ciertos gobernadores del justicialismo. ¿Puede sobrevivir un vegano en un país caníbal? Este enigma es hondo y espinoso: el reglamento peronista está hecho para el látigo y la chequera. ¿Se puede gestionar esta nación carnívora y mafiosa sólo con chequera, café y cortesía? ¿El republicanismo puede gobernar castas populistas sin hablar su mismo lenguaje? Muchos caciques asocian la fortaleza presidencial con la capacidad de generar temor y represalias. Lo curioso es que si Macri cayera en esa tentación, lo criticaríamos con dureza por traicionar los buenos modos de la República y por devorarse al antropófago. Y si para robustecer su autoridad resolviera gobernar sólo para las encuestas, entonces lo acusaríamos de demagogo y de "kirchnerista de buenos modales". Al menos podemos hacernos, por ahora, estas preguntas en voz alta sin que nadie nos dé seis meses para alinearnos, o para enfrentar la celda y el pelotón de fusilamiento. Feliz Navidad.

© La Nación

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