En el momento que el
ajuste empezaba a tocar zona dura,
se prefirió licuarlo en la devaluación.
Por Ignacio Fidanza |
Macri terminó saldando un debate económico serio que
tensionaba a su administración hace meses, pero lo hizo de una manera que
provocó un deterioro institucional, en un Gobierno que dice haber llegado para
reparar los estropicios que en esa área hizo el kirchnerismo. El presidente del Banco Central fue sometido a un ejercicio
público de disciplinamiento que no estuvo exento de cierta dosis de crueldad,
un recurso que el poder suele considerar necesario cuando necesita dejar en
claro una posición que considera discutida.
Lo hicieron ir bien tempranito a la Casa Rosada, lo rodearon
de ministros y le permitieron hablar recién en último lugar y cuando todo lo
importante sobre lo que se supone es su ámbito autónomo de actuación, ya había
sido dicho.
La fantasía del Bundesbank criollo terminó así en el preciso
instante que Macri inicia la segunda mitad de su mandato y -mucho más
importante- la búsqueda de la reelección.
Lo que ocurrió este jueves fue trascendente. Macri se corrió
varios pasos del recetario neoliberal y del populismo cambiario y forzó un giro
económico que busca recuperar competitividad para la economía real. Esta vez
pareció atender más a su costado desarrollista, que a nivel macroeconómico
tenía bastante abandonado.
Pero claro, como suele hacer el núcleo duro de la Casa
Rosada cuando se convencen que tienen razón, en el trajín por limpiar la
bañadera se les escapó el bebé. La inconsistencia de las metas del Banco
Central, por llamarlas de alguna manera, que cierran el año con un desvío que
ronda el 40 por ciento, eran un asunto a atender.
Ante esa disyuntiva, Sturzenegger en lugar de recalcular
eligió doblar la apuesta y mantuvo para el 2018 un exigente diez por ciento
como meta anual. Capricho que lo obligó
a subir las tasas a un extremo que combinado con el atraso cambiario, dejó la
inversión en Lebacs casi como el único negocio legal y rentable de la
Argentina.
Macri decidió la corrección de ambas variables y la
contracara de ese giro es postergar o atenuar la lucha contra la inflación, una
decisión que entraña riesgos importantes. Como el kirchnerismo, Macri empieza a
asumir que para ganar elecciones en la Argentina es mejor mantener cierta
actividad aún a costa de una inflación alta.
Por supuesto, el Gobierno explicó que no se abandona esa
meta sino que se dilata el éxito final. No hay plazos, sino objetivos, fue la
idea que regresó la Casa Rosada. La decisión de correr todas las metas justo
cuando el ajuste del gasto ingresaba en zona dura, revela otra de las
distorsiones argentinas a las que Macri ha sucumbido.
Es menos costoso políticamente disfrazar un ajuste devaluando
la moneda, que mantener los precios controlados y aplicar recortes del gasto.
La consecuencia es la pérdida generalizada del poder adquisitivo, que golpea
primero a los de menores recursos. Pero se evita el mal trago de echar gente,
eliminar cargos y bajar sueldos, asesores, secretarias, secretarios, choferes,
celulares, cenas, pasajes, hoteles, aviones privados y otras comodidades.
No parece casual que el giro se haya dispuesto luego de la
reforma previsional que le costó al presidente alrededor de diez puntos de
imagen positiva.
La lógica que se impuso este jueves es la que atravesó la
primera mitad del mandato de Macri y que tiene en Marcos Peña a su principal
ideólogo: Es posible transitar una salida ordenada del populismo con mínimos
costos políticos, si se concentra la atención en una variable, el tiempo.
Peña estira los plazos cuando las decisiones empiezan a
volverse insoportables en términos de pérdida de capital político. El rumbo se
mantiene, pero se corre la meta. Eso se llamó "gradualismo" al inicio
del mandato y ahora que hay que empezar a ocuparse en serio del déficit, mutó
en "reformismo permanente". Desde la Jefatura de Gabinete ecualizan
así los tiempos del ajuste y cuando "la política" no coincide con los
gráficos, la solución es hacer nuevos gráficos.
Macri venía recogiendo en sus partidas de poker y charlas
con banqueros como Eduardo Escasany, Gabriel Martino, Enrique Cristofani y
Federico Braun, críticas a la política "dogmática" de Sturzenegger.
Lo mismo que la mayoría de los sectores productivos. Un malestar que el senador
Miguel Angel Pichetto escenificó este martes en el Senado ante la sonrisa
contenida del ministro Dujovne, en lo que pareció más un paso de comedia
previamente acordado, que la crítica de un opositor.
Pichetto dijo en voz alta lo que Mario Quintana, Luis Caputo
y el propio Dujovne comentaban en voz baja. Y argumentos no les faltan.
El problema es que le metieron a la corrección
macroeconómica un plus de revancha interna que hizo recordar al despido
impiadoso de Prat Gay, sólo que en este caso se cargaron en el proceso el
tímido avance que se había realizado en estos dos años en una institución
central de una economía moderna: La autonomía del Banco Central.
Macri solía decir en su primer año de presidente que la
mayor contribución que podía hacer a la recuperación económica era respetar la
autonomía del Central, aunque no siempre coincidiera con Sturzenegger. Que ese
sería un mensaje inapelable para los mercados y posibles inversores. Acaso la
necesidad de poner proa a la reelección y cierto exceso de corto plazo, le hizo
modificar esa convicción.
Lo que guió el giro fue el temor a que un exceso de celo en
la búsqueda de un descenso de la inflación, terminara abortando la recuperación
de la economía, un escenario poco recomendable si se busca ganar elecciones.
Así como el ajuste del gasto se pateó para después de las
parlamentarias de medio término, la baja de la inflación a un dígito deberá
esperar a que pasen las presidenciales. Es la lógica que prevalece en un
Gobierno que hizo de lo electoral su principal saber.
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