Por Jorge Fernández Díaz |
Ante el mundo nos presentamos como monjas virtuosas después
de haber sido durante décadas tramposas meretrices. Macri creyó que con una
breve pintada y unos cantos gregorianos podría demostrar que el histórico
burdel se había transformado definitivamente en un convento. Pero los clientes
tienen buena memoria y una ristra de desengaños amorosos con la Argentina.
Es
por eso que no hubo una lluvia torrencial de inversiones, sino una modesta
garúa. Pesaron también ciertas condiciones económicas que no propician la
rentabilidad (el costo laboral y otros defectos de fábrica), y que hacen más
atractivos a otros países menos favorecidos o aún más paradojales. A esto se
añade que muchas promesas del año pasado se pusieron preventivamente en pausa,
dado que los inversores empalidecieron al comprobar que la arquitecta egipcia
emergía del sarcófago y volvía a la arena, que ganaba incluso una elección
primaria y que amenazaba con la restauración populista. En estas largas
superproducciones de terror y comedia se nos fue el año. Debe colegirse
entonces que lleva algo de razón Andrés Malamud, lúcido politólogo y fino
aforista, al señalar que el Plan A de Cambiemos fracasó, y que asistimos a la
puesta en marcha del Plan B.
No avancemos con la reseña de esta nueva fase sin antes
advertir que el mercado internacional apoyó a los chicos del Excel con su mano
abierta y con una tasa muy baja para la deuda: les financiaron el gradualismo,
y las grandes potencias de diversa ideología emitieron claras señales de
confianza, aunque una cosa es bailar y otra es ponerse de novio. Recordemos: no
hay equidad ni salida de la pobreza sin desarrollo. Ni desarrollo, sin país
normal ni capitales extranjeros. Pero tampoco nos internemos en esta segunda
etapa sin advertir que a pesar de la ralentización de una prosperidad masiva y
soñada, el consumo tuvo en noviembre su mayor alza interanual, la industria y
la construcción registraron una expansión sostenida, en octubre la economía
creció un 5,2% y acumula un alza de ocho meses consecutivos, mejoró la
distribución del ingreso y los salarios estuvieron un 4,8 por encima de la
inflación. Dicho todo esto, aseveran los economistas que el atraso cambiario y
los subproductos estructurales del "modelo" conducían a un
enfriamiento, o peor aún: a un iceberg. Siguiendo con la metáfora de los mares
congelados, el comandante tuvo que recalibrar los instrumentos; veremos a
partir de ahora con qué pericia y suerte.
El Plan B comenzó cuando Cambiemos se relegitimó en las
urnas, anunció en el CCK el "reformismo permanente" (adecentamiento
paulatino y traumático del lupanar), acordó leyes fiscales con el peronismo
resbaloso y, finalmente, modificó las metas inflacionarias. Los cuatro
capítulos se ejecutaron, aunque no sin errores ni dificultades; provocaron un asalto
violento al Congreso de la Nación a la vista de todo el planeta (muy
tranquilizador para los lejanos empresarios multinacionales que dudan) y
rebanaron la enorme popularidad acumulada por el Presidente después de los
exitosos comicios: gozaba de una segunda luna de miel. De un cielo de 62 puntos
de imagen positiva cayó a un rellano de 54 en doce días, y probablemente la
rodada no se detenga: a la polémica reforma previsional, siguen aumentos de
naftas, peajes, transporte, prepagas, agua, luz y gas. Y los idus de marzo. Es
cierto que nadie se beneficia del descontento: el tren fantasma kirchnerista
asusta, el massismo se incinera y el justicialismo no tiene quien lo
represente; con un agravante: en 18 meses todos deben parir un candidato
presidencial competitivo. La situación evoca entonces aquellos momentos en los
que la Pasionaria del Calafate descendía bruscamente en los sondeos, pero
ningún adversario capitalizaba lo perdido: era un ejército que retrocedía
abandonando pueblos y pertrechos, pero como nadie se apoderaba de ellos, le
daban la oportunidad de regresar más adelante para recapturarlos. Es indudable,
sin embargo, que asoma un cierto malestar en la base más blanda e independiente
del electorado del oficialismo; se escuchan en esa zona frases de desánimo y
confusión. El macrismo logró gobernar dos años generando expectativas, y
arriesga en estos momentos duros ese valioso activo: sufrimos hoy, para estar
mejor mañana, ¿pero no será, como cantaba Creedence, que "el mañana nunca
llega"?
Aunque las mejoras son palpables, no se comparan con la gran
fiesta populista de la gratuidad insostenible. Y una parte de la clase media
urbana comprende la necesidad del sacrificio colectivo e individual, pero
siente que para ella todo es una sucesión interminable de malas noticias. De
ahí a pensar que no existe equidad en el ajuste, hay un paso muy corto.
"Nunca una buena para nosotros", se quejan. Lo curioso es que en las
clases bajas anida una sensación diferente: allí crece la aprobación al
proyecto de Cambiemos, según lo demuestra una importante encuesta que realizó
Guillermo Oliveto, el mayor experto en consumo del país. Su exhaustiva
investigación explica con cifras y con análisis cualitativos que en esos
segmentos se están produciendo mutaciones sociales y económicas poco
registradas por los medios de comunicación y por el círculo rojo. Para empezar,
la obra pública y los créditos hipotecarios lograron en esta temporada 54.000
nuevos puestos de trabajo en blanco. La construcción, madre de todas las
industrias, no sólo despierta otras actividades afines y conexas, sino que
anticipa y hace previsible en un promedio de tres años el escenario económico y
laboral. La consecuencia de estas políticas movió por fin el amperímetro del
consumo, que hasta ahora se basaba sólo en bienes durables, y que hoy involucra
al indicador más relevante: los alimentos. Es que la clase media destina 22% de
su ingreso a la comida; la clase baja, el 50%. Las consultas en las franjas
humildes de la pirámide muestran además una valoración creciente del asfalto,
las obras viales, las cloacas y el Metrobús. Los "descamisados" son
mucho más pragmáticos que ideológicos, y aunque persisten entre ellos críticas
y lamentos, Oliveto registra a nivel general una "reversión en el flujo discursivo".
En buen cristiano, esto último significa que de la mano del empleo comienza a
permear un cambio cultural. Que el especialista describe "entre una vieja
y una nueva normalidad", donde a la imprevisibilidad se le opone la
planificación, a la volatilidad el orden, a la ventajita el esfuerzo, a la
velocidad el proceso, a la opacidad la transparencia, al "puro
consumo" el equilibrio y el ahorro, y a los ciclos de crisis la
sustentabilidad.
Aquel incipiente bienestar explica también el voto que
"el gobierno de los ricos" obtuvo en distritos pauperizados de todo
el mapa. Y este cuadro de situación, entre una clase media que gruñe pero que
no tiene opciones políticas y una clase popular que le sobran candidatos pero
que empieza a sentirse seducida por el desarrollismo de los forasteros, se
entiende un poco mejor la reciente opción del Gobierno por priorizar un
calentamiento cuidado y no renunciar jamás, ni siquiera en nombre de los
principios monetaristas, al crecimiento constante. Malamud coincide en que es
muy difícil para el republicanismo vegano gestionar un país signado por el
populismo caníbal. Pero no está seguro de que la coalición gobernante sea, en
este sentido, muy homogénea. "Veganos son los radicales -avisa-. Los
comandantes de Pro son bastante carnívoros". Tal vez tenga razón. No
habría que subestimarlos.
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