Por Carlos Gabetta (*) |
Hace unos días, la Central de Trabajadores de Argentina
(CTA) dio a conocer el Análisis del Proyecto de Reforma Laboral del actual
gobierno, realizado por Pablo Kleiman, abogado laboralista y coordinador del
Espacio Jurídico de CTA Capital Claro, preciso y detallado en los aspectos
político-jurídicos, el trabajo apunta a demostrar lo que enuncia desde el
principio: “No es una reforma laboral; es un plan integral para disciplinar a
los trabajadores y realizar una fabulosa transferencia de recursos desde los
sectores más débiles a los sectores más concentrados de la economía” (http://www.ctacapital.org/analisis-del-proyecto-de-reforma-laboral/).
Nada nuevo bajo el sol. El gobierno de Mauricio Macri es
liberal y no cabe esperar otra cosa. Si no va más allá es porque no puede,
políticamente hablando. De modo que la denuncia es pertinente, necesaria. Pero
en la medida en que el trabajo no hace alusión al crónico estado de corrupción
política y económica del sindicalismo argentino, al menos de sus sectores
hegemónicos (no se puede hablar ya de “unidad” en la CGT), desdeña el hecho de
que el sindicalismo debe reformarse. Peor aún, al no formular esa realidad,
parece optar por el populismo sindical de los gobiernos peronistas, esencialmente
responsables del desmadre.
Los dirigentes sindicales “no están obligados a hacer
declaración de bienes y permanecen en sus puestos por tiempo indefinido. Cuando
el presidente Alfonsín intentó poner orden con la Ley de Asociaciones
Profesionales, le hicieron 11 paros nacionales, masivamente seguidos por sus
bases. A Carlos Menem, ninguno. La Justicia, también pasablemente corrupta y
muy atemorizada, no los investiga; la administración pública tampoco. Los
gobiernos les temen. La sociedad mira para otro lado (http://www.perfil.com/columnistas/de-la-corrupcion-sindical.phtml).
Un botón de muestra: hace tres años, el gastronómico Luis
Barrionuevo inauguró un casino en el hotel sindical cuatro estrellas Sasso de
Mar del Plata, en “un aquelarre que incluyó dos robots de más de dos metros,
que se movían entre los invitados, lanzaban humo y papel picado, y chocaban con
los actores disfrazados con trajes de la época colonial y los mozos danzarines.
Comida gourmet, malabaristas. (…) El casino del Sasso tiene ruleta y mesas para
juegos de paño como black jack y punto y banca, poker y dados o craps. El
espacio para las maquinitas está reservado, pero todavía no fueron instaladas.
(…) ‘El casino pertenece al hotel, que también es del sindicato’, afirmó
Barrionuevo” (esta columna, Perfil, 9/2/14). En marzo pasado, el ínclito
Barrionuevo festejó su 75º cumpleaños con 350 invitados en una lujosísima
fiesta en Parque Norte. Había gigantografías de Don Corleone y autos de la
época, ya que la ambientación elegida era la película El padrino… (http://www.perfil.com/politica/barrionuevo-se-rie-de-sus-detractores-y-celebro-al-estilo-de-don-corleone.phtml).
Más de lo mismo en los proyectos del actual gobierno
respecto del sistema de jubilaciones. Las críticas resultan fundadas, pero
¿acaso el sistema no debe reformarse? Existen miles de jubilaciones de
privilegio y “retiros especiales”; desvíos millonarios de los fondos de la
Anses hacia el Poder Ejecutivo; cajas provinciales en su mayoría quebradas o
semiquebradas; ciudadanos que se jubilan con el 82% del último salario y otros
con el 45% o el 60% del promedio de los últimos diez años; destrucción de la
pirámide jubilatoria. “En 2001 sólo el 15,5% de los jubilados cobraba la
mínima; hoy lo hace casi el 80%” (Mario Di Bona, “Carta al Presidente de la
Nación; colectivogestionprogresista@googlegroups.com).
En suma, en éstos como en tantos otros rubros donde pasan
las mismas cosas se critica al liberalismo, pero no al populismo. De modo que
mientras el progresismo y la izquierda sigan en eso, el país continuará como el
perro que intenta morderse la cola.
(*) Escritor y periodista
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