Por Pablo Mendelevich |
El Senado de la Nación, al que por costumbre se le sigue
adicionando el calificativo de honorable, cuenta ahora con dos ex presidentes
procesados por la Justicia y con prisión preventiva.
Desde el sentido común es absurdo -y por cierto irritante-
que se haya llegado a esto. A Cristina Kirchner, con tres procesamientos, se le
permitió jurar la semana pasada como senadora por la provincia de Buenos Aires.
Ayer, sin embargo, no se la dejó acceder a la cámara para jurar como diputada a
una candidata de Cambiemos, Joana Picetti, de quien se sospecha que pudo haber
cometido abusos con sus propios hijos, lo cual no fue probado judicialmente.
Los mecanismos preventivos fueron eficaces -y oportunos- en el caso de Picetti,
pero eso no se debió al tipo de delito que, según se presume, ella cometió,
sino a que quienes activaron esos mecanismos fueron los propios pares, que no
querían tener sentada al lado a una mujer con semejante sospecha. Justo lo
contrario de lo que sucede con los ex presidentes peronistas. Los pares, allí,
ofrecen una armadura de resonancias corporativas, a la que lustran cada día con
nuevos argumentos jurídicos, políticos o, la mayoría de las veces, sin
argumentar demasiado.
Hace años que el proverbial teflón innato de Menem fue
renovado por el peronismo que alguna vez lo siguió a pies juntillas y luego se
fue con otro líder, como es norma en el Movimiento. Ahora el país entero se
pregunta si con Cristina Fernández, cuyo caso tiene hoy toda la importancia
política que el de Menem perdió, será igual.
Hace pocas horas Guillermo Moreno, el otrora rudo secretario
de Comercio, no pudo entrar al penal de Marcos Paz para visitar a Julio de Vido
por tener una condena pendiente. Al Servicio Penitenciario le bastó ver el DNI
del visitante. Moreno había sido condenado en octubre a dos meses y medio de
prisión en suspenso por el delito de peculado. Con una condena bastante más
grave encima, sin embargo, el senador Carlos Menem hace leyes para todos.
Para los ciudadanos comunes, a quienes generalmente les
cuesta entender los vericuetos del poder, lo que estimula el descreimiento,
todo es más riguroso. A ellos no se les permite acceder a empleos con problemas
legales mucho menos importantes que un procesamiento por corrupción o por
traición a la patria. ¿Qué clase de privilegios amparan a los políticos?
A un ex presidente procesado lo beneficia la duda. Mejor
dicho, las dudas. Que son dos, antagónicas entre sí, aunque de aplicación
enroscada. La primera es extremadamente legalista; consiste en aferrarse al
principio de inocencia. Todos somos inocentes mientras no haya una condena.
Este argumento, que subestima la honorabilidad, la ética, las reglas morales de
la política, hasta la dignidad, ahora es remachado con la exigencia de que la
condena tiene que estar firme. Lo curioso es que tan exquisito purismo aparece
combinado con la descripción de un estado de derecho ilusorio, con jueces
capaces de hacer cualquier cosa. Porque la segunda duda consiste en consagrar
el planteo de que los jueces federales actúan en los casos altisonantes por
designios políticos, no jurídicos. Es una interpretación contrainstitucional
que se monta sobre una creencia popular extendida y abre la puerta para
cualquier réplica política. Por ejemplo la de no entregar a un procesado, visto
que el juez tiene saña.
El Senado, pues, que está bajo control peronista desde 1973
en forma ininterrumpida, cobija a dos ex presidentes peronistas, uno de los
cuales acaba de ser reclamado formalmente para marchar preso. En manos de la
cámara alta está la decisión de desaforar o no a Cristina Kirchner, quien hace
poco había dicho al salir de una de sus comparecencias en Tribunales que ella
no necesitaría de los fueros parlamentarios porque tiene los fueros del pueblo,
que vaya uno a saber qué son.
Si el líder Miguel Pichetto impone su doctrina personal
protectora, aquella que viene beneficiando a Menem, se dará la paradoja de que
le brindará libertad a la senadora a la que acaba de ahuyentar del bloque que
él conduce. No hay casi antecedentes de una división del peronismo senatorial
como la que quedó planteada este miércoles, horas antes de que el juez Bonadío
reclamara el desafuero de Cristina Kirchner para encarcelarla. Ella fue forzada
a escindirse del bloque peronista, pero no formará un bloque unipersonal, como
tuvo en otros tiempos, sino uno de mediana envergadura, con aproximadamente
ocho miembros.
La paradoja de aislar al kirchnerismo y a la vez acorazarlo
frente a la persecución penal (en una cultura sajona se diría la persecución de
la ley) exhibiría un peronismo con códigos supralegales que renovaría la
atmósfera del Senado aguantadero. Claro que hay más actores en escena, como el
gobierno, los senadores de los otros partidos, los demás jueces que llevan
causas de Cristina Kirchner y, por cierto, la sociedad. Una de las preguntas
que se abren es si los senadores serán impermeables a la presión pública. Algo
cambió: ahora el Senado tiene que responder a un pedido de desafuero de
Cristina Kirchner y por acción u omisión eso obligará a todos a pronunciarse.
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